La balsa de Villalón entra en funcionamiento en primavera tras casi veinte años de obras
La instalación de hidrantes y la estación de bombeo centran los últimos remates / Esta campaña estará lista pero sólo un pequeño porcentaje de agricultores tiene instalados los pívots para sembrar regadío
La ‘macrobalsa’ de Tierra de Campos, destinada a transformar en regadío más de 2.000 hectáreas de tierras de secano al norte de la provincia vallisoletana, está, ahora sí, a punto de comenzar a funcionar. Casi dos décadas después de que se iniciasen los trámites, la construcción de este ‘oasis’ en medio del ocre paisaje está a falta de los últimos retoques y la intención es que en primavera ya se pueda aprovechar el agua para los cultivos.
Así lo confirmó el presidente de la comunidad de regantes, José Luis Antón del Rey pues, según los cálculos que le ha trasladado la Junta de Castilla y León –impulsora del proyecto–, únicamente resta finiquitar las canalizaciones con la instalación de los hidrantes en cada parcela y comprobar el funcionamiento de la estación de bombeo. «Prácticamente ya está todo acabado y la previsión es terminar los trabajos en febrero o marzo para iniciar el riego esta campaña», expresó.
Una vez den por concluidos los remates de esta infraestructura, cuyo coste global ronda los 55,5 millones de euros, los propietarios de las parcelas situadas en las localidades vallisoletanas de Villalón de Campos, Herrín y Villafrades y en la palentina de Boadilla de Rioseco, podrán iniciar el proceso de transformación de sus tierras de labranza.
Eso sí, sólo un pequeño porcentaje de los titulares de las tierras, que «no llega al 20%» del total, estimó Antón del Rey, tiene ya instalados sus sistemas particulares de riego. La situación responde a que buena parte de los 180 beneficiarios duda de que se vayan a cumplir por fin los plazos de una obra que acumula años de retraso y numerosas fechas relegadas en el cajón de las promesas.
Así que, aunque parece que el horizonte ahora sí esté cercano, sólo «una minoría» tiene preparados los pívots en sus parcelas para sembrar cultivos de regadío en la campaña que está a punto de arrancar. Quienes todavía no se han decidido a dar el paso aún están a tiempo, pues cuentan con más de tres meses de margen, pero tendrán que afrontar el encarecimiento de los materiales que se fue arrastrando a lo largo del año pasado.
«La inversión para los que ya tenían compradas las instalaciones, como es mi caso, se sitúa entre los 3.500 y los 4.000 euros por hectárea y ahora ha subido a 5.000. Esa diferencia de más de mil euros supone que, para una tierra de veinte hectáreas, haya que desembolsar 20.000 euros a mayores, lo que representa las ganancias de todo un año», describió el presidente de la comunidad de regantes para explicar por qué también la subida de precios ha podido repercutir en que la mayor parte de los agricultores esté dilatando la instalación de los pívots.
Así que se prevé un escenario incierto sobre la repercusión de la balsa de cara a la nueva campaña agrícola. Por un lado, los pocos que sí han adquirido e instalado los sistemas de riego, podrán iniciar la transformación de sus parcelas, pero parece que la mayoría de los propietarios continuará, como hasta ahora, anclado en el secano.
Aunque no hay un plazo estipulado para llevar a cabo la conversión, Antón del Rey considera que no se dilatará demasiado el proceso, porque quienes forman parte de la comunidad de regantes tienen que afrontar varios gastos fijos, en concepto de electricidad, contratación de personal o seguros ante posibles averías y de mantenimiento de las instalaciones y, cuanto antes den el paso, antes obtendrán una rentabilidad mayor del suelo. Los que sí rieguen pagarán, además de los gastos fijos, los variables correspondientes con el consumo de agua y de luz.
Está pendiente, por tanto, de saber cómo cambiará la tonalidad cromática de la zona, en función de la extensión en la que sigan plantándose los tradicionales «cereales, girasoles, alfalfas, bezas o garbanzos» y de cuánta superficie dejará paso a los nuevos cultivos.
Por el momento, el presidente de la comunidad explicó que están estudiando la remolacha después de que las azucareras les hayan ofrecido contratos de producción y barajan también la posibilidad de sembrar maíz o colza. Sin obviar los cultivos de secano para los que, gracias a los sistemas de riego, se obtendrán mayores rendimientos de kilos recolectados por hectárea.
En definitiva, aunque la operatividad de esta balsa con la categoría de pantano –no hay ninguno de estas características en la comunidad– se roce ya con las yemas de los dedos, a nivel institucional faltaría rematar la instalación de los hidrantes en cada parcela y comprobar el funcionamiento de la estación de bombeo, después de que hace más de un año se llenase de agua para efectuar pruebas de seguridad. A nivel particular, quedaría pendiente que todos los agricultores instalen las estructuras de aspersión.
Será entonces el momento de sacar la calculadora para saber la inversión definitiva que les corresponde afrontar a cada una de las partes implicadas en el proyecto. Aparte de los 34 millones de euros de inversión inicial que la administración gastó en las fases iniciales, el último desembolso supera los veinte millones de euros, de los cuales la Junta de Castilla y León aporta un 76% (algo más de 16 millones) y los propietarios sufragan el 24% restante (alrededor de 5 millones).
Pero, según explicó el representante de los agricultores, aún no han perfilado números. «Tenemos firmado un aval, pero hasta que no acabe la obra no sabemos el dinero exacto que tenemos que pagar, a repartir en función de las hectáreas», aclaró.
Será cuestión de tiempo comprobar si la inversión da sus frutos. No sólo a nivel agrícola, sino también poblacional. «En las zonas donde funciona el regadío se establece más gente porque se necesitan más puestos de trabajo y se genera más riqueza», valoró Antón del Rey, confiado en que la balsa se convierta en «impulso económico» para una zona que «se está quedando como un desierto».
Las cifras demográficas así lo demuestran. Desde 2004, año en que comenzó la concentración parcelaria en los cuatro pueblos –Herrín, Villalón, Villafrades y Boadilla de Rioseco–, el número de habitantes ha descendido un 27%, de los casi 2.500 vecinos a poco más de 1.800. Y eso sólo poniendo el foco en estos núcleos, pero lo cierto es que la sangría afecta al conjunto de la comarca.
Así que hay muchas esperanzas puestas en este pantano de 117 hectáreas de superficie, capaz de contener diez hectómetros cúbicos de agua procedentes del río Cea, con agua llegada desde Riaño.