Diario de Valladolid

Socorristas de tierra

Las doce torres de vigilancia ubicadas en la provincia permiten la detección de columnas de humo menores de diez metros en el 73,4% del territorio forestal y cubren el 96,6% al superar esa altura. La distancia media de observación es de 37 kilómetros en línea recta aunque se pueden alcanzar los 55,8 y desde ellas se han llegado a divisar nubes de los grandes incendios de Portugal

-M.A. SANTOS / PHOTOGENIC

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Publicado por
Laura G. Estrada
Valladolid

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Se llaman ‘escuchas de incendios’ pero el oído no es el único sentido que tienen en alerta. Encaramados a las torres de vigilancia, como socorristas de interior, el sonido de la emisora enseguida capta su atención en las rondas de seguimiento que se realizan cada hora, mientras agudizan la vista en un horizonte que ‘gira’ 360 grados, se orientan entre los páramos, autovías o ríos, repasan la cartografía del terreno sobre los mapas y comprueban la estación meteorológica para constatar la situación atmosférica. Su misión: detectar lo más rápido posible un fuego, precisar su ubicación y definir los condicionantes para evitar que se propague por las masas forestales.

Doce puestos fijos de vigilancia, a una altura que varía entre los seis metros de la torre de Mojados y los 27 de la de Villabáñez –la más alta y última en sumarse a la red de la provincia en sustitución de la ubicada en Santibáñez de Valcorba–, salpican el territorio vallisoletano, camuflados en el paisaje y ajenos al trasiego de vehículos, como salvaguardas medioambientales en las proximidades de zonas de monte.

El peligro se dispara en esta época crítica, caracterizada por temperaturas elevadas, tormentas o maquinaria en el campo realizando tareas agrícolas. Por eso en estas fechas, desde julio hasta septiembre, se intensifican las labores de control y todas las torres abren sus puertas. Más allá de este periodo estival, sólo Olmedo, Portillo y Tordesillas alargan otro mes más su actividad, entre el 15 de junio y el 15 de septiembre, y la ubicada en Monteblanco (Puente Duero) permanece activa durante medio año, entre abril y octubre.

Desde su posición a vista de pájaro los 24 vigías –que trabajan en turnos de diez horas en jornadas que comienzan y finalizan en función de la puesta de sol– otean el manto cromático que les rodea pendientes de cualquier indicio discordante. «Parece que a lo lejos se ve humo», espetamos al subir las escaleras de la torre de Villabáñez, a una altura equivalente a un edificio de nueve plantas. «Tranquilos, es polvo de una cantera», aclara Esther Voces Alonso al poco de empezar el servicio.

Ésta es la octava campaña para una conocedora de la zona afincada en Valladolid que antes residió en Traspinedo, con experiencia en el puesto tras haber estado en las torres de Olmedo y Santibáñez. Veteranía para mitigar el vértigo y que el balanceo del viento pase desapercibido.

Distinguir y caracterizar las columnas de humo desde la garita y el pasillo de rejilla metálica que rodea el despacho acristalado es parte fundamental de su trabajo. El color, la densidad o la fuerza permiten diferenciar, por ejemplo, una quema de rastrojo del inicio de un incendio forestal.

«Tenemos que estar atentos para dar la información más precisa posible para que el operativo sea efectivo», destaca Esther antes de señalar que, dentro de su zona de visión, el mayor riesgo reside en un pinar donde han realizado en días anteriores labores de poda y aún no han retirado un ramaje que podría convertirse en combustible en caso de incendio.

Para ayudarse en la identificación de los focos, los prismáticos y la alidada de pínulas (una escala circular graduada orientada al norte para definir el punto de detección) son los instrumentos que acompañan a los escuchas en su trabajo, junto a los mapas cartográficos. Con ellos, y gracias a que la distribución de la red permite observar un mismo punto desde dos o tres torres –bien desde las propias de la provincia o en complemento con las colindantes–, se puede ubicar el humo con mayor exactitud.

«La orografía de Valladolid es poco destacada, con un terreno ondulado y sin puntos de altitud dominante, por eso triangular topográficamente la visión es un requisito importante», explica el jefe de sección de Protección de la Naturaleza de Valladolid, Armando Herrero, recordando que los primeros puestos fijos de vigilancia contra incendios forestales comenzaron a construirse a finales de los años 50 en Nava del Rey, Boecillo, Mojados y Santibáñez.

Tras estas primeras localizaciones, «situadas en las proximidades de grandes extensiones forestales continuas», la red centinela fue incorporando nuevos puestos «en función de la disponibilidad presupuestaria» hasta sumar una decena en 1999 y una docena en la actualidad, todas ellas conectadas a los canales de comunicación. De hecho, contar con una buena conexión resulta «básico» por motivos de «seguridad y eficacia en la movilización de medios del operativo», destacaba Herrero en Villabáñez mientras mostraba el repetidor y la batería alimentados por placas solares.

La red está, además, geolocalizada y en contacto con el Centro Provincial de Mando (CPM), ubicado en la Delegación Territorial de la Junta de la calle Duque de la Victoria de la capital, donde se coordina todo el trabajo del servicio de prevención y extinción de incendios, no sólo de las torres, sino del resto de medios, humanos y materiales.

Un enorme mapa de Valladolid y de las provincias limítrofes preside la sala. En él, las torres están ancladas con chinchetas de las que cuelga un hilo y, cuando los vigilantes dan la voz de alerta de un incendio, estiran el cordón en dirección al ángulo marcado para trazar una recta, que se cruza con la dibujada a partir de las indicaciones lanzadas desde otra torre, incluso desde una tercera, para situar el punto exacto del incendio.

La técnica se ha digitalizado y la posición del foco se concreta también por ordenador. Y no es la única posibilidad que ofrecen los programas informáticos. Gracias a ellos pueden realizar una simulación instantánea de cómo avanzarían las llamas en las próximas horas y días en caso de que no se interviniese, a tenor de las características del terreno y de la temperatura, humedad o velocidad y dirección del viento.

Anticiparse a las condiciones resulta fundamental en la movilización y diseño del dispositivo, destacó Miguel García Rodríguez, técnico de Protección de la Naturaleza, porque con la recreación virtual se puede saber con tiempo si será necesario evacuar una zona residencial o industrial, o cortar al tráfico una carretera o una vía ferroviaria.

NUEVA EN TIERRAS DE CAMPOS

Con el objetivo de mejorar la cobertura visual de la provincia, la red de torres de vigilancia contará con una nueva atalaya que, previsiblemente, se construirá este año en el centro-norte, la zona con más sombras por contar con menos superficies de masas arboladas.

Sin embargo, «la reforestación en los últimos años de cientos de hectáreas por aplicación de la PAC», explicó Armando Herrero, ha llevado al servicio a buscar una nueva ubicación que facilite las labores de observación en Montes Torozos y, sobre todo, en Tierra de Campos.

Así, está previsto que una vez finalizada la actual campaña de verano, se desmonte la torre de mampostería situada en La Santa Espina –pedanía de Castromonte– para construir una nueva y moderna en un enclave más al norte, entre las localidades de Urueña y Medina de Rioseco.

Desaparecerá, por tanto, una torre datada en 1987 que, además, apenas cuenta con doce metros de elevación, la segunda más pequeña de la provincia y con escasa visión hacia las comarcas norteñas. Dos características, su antigüedad y su altura, que también motivaron este año la sustitución de la torre de Santibáñez de Valcorba, «de estructura sencilla y bajita, construida en los años 50», por otra metálica en Villabáñez.

«Con ella se ha ganado en eficacia, puesto que cubre una superficie forestal diez veces superior y posibilita el cruce con otros puestos de vigilancia para la determinación más rápida y precisa del incendio», destacó el jefe de Protección de la Naturaleza.

Además, añadió, «dada su ubicación estratégica y dominancia en altura sobre la zona –es ahora la más alta, con 27 metros–, se ha integrado un repetidor para mejorar de forma sustancial las comunicaciones del operativo de incendios», pues «disponer de una buena red de comunicaciones es básico por seguridad y eficacia en la movilización de medios del operativo».

Una nueva estructura, calcula Herrero, cuesta en torno a 70.000 euros, a lo que hay que sumar los gastos de instalación, adquisición de repetidores y sistemas de comunicación, lo que elevan el presupuesto a los 120.000 euros, sin contar con el terreno, para lo que buscan acuerdos con los ayuntamientos, como ocurrió en Villabáñez, donde el Consistorio aprobó el año pasado la cesión a la Junta de una porción de suelo de 400 metros cuadrados dentro de una parcela municipal de páramo de nueve hectáreas.

Para sufragar la inversión de la nueva torre de vigilancia prevista en la zona norte se recurrirá a los fondos procedentes de la construcción de parques eólicos que se están desarrollando en la provincia, a través de una partida compensatoria.

Además, confían en que la dotación se pueda aprovechar para otras inversiones en la red, pues consideran «urgente» sustituir alguna de las antiguas torres que «por su ubicación o estado de conservación» precisan una actuación «casi inmediata». Es el caso de la de Mojados, una torre de mampostería de seis metros de altura construida en 1958, que se prevé desmontar para erigir una nueva a doscientos metros de distancia respecto de la actual.

Con estas intervenciones, y gracias también a las torres limítrofes con otras provincias, Herrero considera que prácticamente la totalidad del territorio vallisoletano estará controlado. Un hecho importante teniendo en cuenta que «más del 70% de los avisos» se dan desde las alturas.

38 INCENDIOS EN ESTE AÑO, 24 DE ELLOS FORESTALES

En lo que llevamos de año, el Centro Provincial de Mando ha registrado 38 fuegos en la provincia de Valladolid, 24 de ellos forestales. Una cifra que se aleja de las del año pasado, cuando se disparó el número debido, explican, a la ausencia de lluvias y a la intensa sequía. Tanto fue así que a estas alturas del inicio del verano ya habían contabilizado casi cuatro veces más de fuegos que este año.

El último ejercicio se saldó con 116 conatos –no llegaron a una hectárea– y 37 incendios, la cifra más alta de los últimos diez años. En total, 153 quemas que arrasaron 312,5 hectáreas de terreno, el 60% correspondiente a masa forestal.

El peor año de la década, sin embargo, fue 2008 pues, aunque ‘sólo’ se registraron 51 incendios y conatos, el terreno quemado se elevó a 742,5 hectáreas.  

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