Diario de Valladolid

TOROS

Pablo Hermoso de Mendoza: una obra de arte bajo el diluvio

Cuajó una faena impecable en el cuarto de la corrida / Lea Vicens, certera en su lote y Sergio Pérez de Gregorio se confirma como nuevo valor del toreo a caballo / La casa Capea, una gran corrida de toros

Pablo Hermoso de Mendoza, se va un maestro del toreo a caballo irrepetible

Pablo Hermoso de Mendoza, se va un maestro del toreo a caballo irrepetibleICAL

Publicado por
Fernando Fernández Román
Valladolid

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Valladolid abrió su feria taurina cuando se abrieron los cielos de este verano en franca retirada. Fue una tarde tormentosa, antipática y acuosa en lo climático, a la vez que tierna, evocadora y emotiva en lo romántico: el día del primer adiós (hay otro previsto, de Ponce, para el próximo viernes) de un torero en la feria, porque torero es –y será por los siglos de los siglos—Pablo Hermoso de Mendoza, estellés de Navarra y figura cumbre de ese ejercicio ecuestre que practicaron los ancestros de la aristocracia que concurría en Valladolid, sobre los suelos enarenados de la Plaza Mayor y la corredera de San Pablo, mucho antes de que llegara a la arena arcillosa del coso del paseo de Zorrilla un muchachito espigado de ampuloso apellido –sugería cierta rimbombancia-- que hacía volar la templanza y templar los embroques, frente a un toro bravo, desde una silla de montar. Hace ya muchos años de aquello, pero el fucilazo de lo inesperado, de lo bellamente acontecido y abundantemente derramado ante mis ojos, se me ha quedado indeleblemente grabado en la memoria. Parece que fue ayer… y ha pasado mucho tiempo, tanto, que siempre que coincidíamos por los ruedos del mundo, indefectiblemente, ambos echábamos la vista atrás para desempolvar aquella tarde de Valladolid. Luego vinieron las puertas grandes de Madrid, el rabo en Sevilla y ese otro rabo al toro de Javier Garfias en la “México”, que tuve la suerte de pronosticar meses antes en España y el honor de verlo in situ, en tarde memorable. Hoy, este último día de agosto del año 24, ha sido también el último de su puesta en escena en nuestra plaza de toros, una nueva exhibición del arte del toreo tomando a las riendas por estaquillador y a las ampulosas ancas de un noble semoviente por muleta. Antes, muy antes, los rejoneadores rejoneaban, sin más; desde que Pablo llegó, tienen que “torear con el caballo”. ¡Ay, amigo! Este es otro cantar, otra partitura, otra sinfonía. Pablo es el músico genial, compositor e intérprete a la vez. Otra dimensión: la nueva escuela a la que se apunta toda la pléyade de jinetes que vinieron, y vendrán, a continuación.

La actuación de Hermoso de Mendoza estuvo, toda ella nimbada de impecabilidad torera desde la atalaya que termina en arzón, montando a lo mejorcito de su cuadra. Después de aquella maravilla legendaria, de galope corto contenido, por buen nombre Cagancho”, el de la piel de endrina, con el que cortó su primer rabo en el paseo de Zorrilla a un toro de Angelita Núñez de Arce, han tomado el relevo un espléndido muestrario de caballos que han tenido la suerte de tener por señor y dueño a un señor torero y mejor jinete. Ayer se mojaron las riendas, pero brillaron los abaniqueos acariciantes en las cercanías de pitones y testuces, y los rejones de castigo y banderillas enhiestas en el altozano del morrillo, en fin, toda una lección de arte y sapiencia sobre una montura. Entiendo que lo de las orejas es lo de menos; lo de más es que ya empezamos a echar de menos a este fenómeno navarro que puso a cavilar a los de jerarcas de la monta andaluza.

Lea Vicens, la amazona torera más popular que se pasea por los ruedos del mundo, creada “a los pechos” de Ángel Peralta en el Rancho El Rocío”de la Puebla del Río, ha tenido una tarde afortunada y cariñosamente confortada por el palco y el público, en lo que a premios se refiere. Me parece muy bien; pero mejor me parece la revelación de un nuevo rejoneador que hizo dos quiebros escalofriantes, clavando al violín y matando de un rejonazo fulminante al último toro. Se llama, tomen nota, Sergio Pérez de Gregorio y se fue en hombros por la puerta grande a las húmedas calles de Valladolid, junto a la voluntariosa Lea y el gran maestre Pablo, dejando mudo el ruedo de la Plaza del paseo de Zorrilla, que en su día conquistara para los restos. Como tantas otras.

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