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Siniestralidad vial

Fran Sardón, cuando la vida no se detiene en la carretera

Este vallisoletano se quedó tetrapléjico a los 18 años en un accidente de tráfico tras una noche de fiesta con amigos, pero afronta el día a día con vitalidad: «La silla de ruedas no se supera; se aprende a vivir con ella»

Fran Sardón, vallisoletano de 55 años, en un parque de Valladolid, su ciudad, en cuya vida pública participa con asiduidadPHOTOGENIC

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Valladolid

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Han pasado casi 37 años, pero Fran Sardón (Valladolid, 1969) recuerda su accidente con nitidez. «No perdí el conocimiento, el coche se quedó boca abajo, traté de salir por la ventana pero no pude y me quedé con medio cuerpo dentro y medio fuera. Oía gritos, había confusión. Quizá si no me hubiera movido... Seguramente eso acentuó la lesión». Lo repasa en su memoria y se acumulan los quizás. Aparece la idea de que si no hubiera hecho lo otro o aquello a lo mejor hoy no tendría una lesión medular que le provocó una tetraplejía. Pero la realidad es que, a pesar de que no puede caminar desde los 18 años, su vida no se detuvo entonces.

En el accidente de tráfico que le provocó la discapacidad física en enero del 88 no estuvo involucrado ningún otro vehículo. Cinco amigos en un coche en una noche de fiesta con alcohol, despedida a uno de ellos en Villanubla porque se iba a la mili y una salida de vía al campo embarrado que provocó que «el coche patinara y diera vueltas de campana». El conductor falleció y Fran Sardón, tras unos días en el Clínico, fue trasladado al Hospital de Parapléjicos de Toledo.

Tardó en ser consciente de su nueva situación. «En el hospital estás como en una isla con otros chicos que han pasado lo mismo que tú y te sientes protegido». En el centro especializado aún mantenía la esperanza de que lo suyo fuera reversible, pero pronto descubrió que no. Sobre todo cuando volvió por primera vez a su casa en Las Delicias, Valladolid, y para cruzar el portal tuvo que subir cuatro escalones. Más tarde, sus padres, con los que vivía, tuvieron que realizar obras en casa para convertir el baño en más accesible.

«La silla de ruedas no se supera nunca, nunca. Siempre hay algo que no puedes hacer por estar en ella, todos los días hay alguna cosa», confiesa antes de precisar que eso supone mucho, pero no define todo: «También te acostumbras a vivir con ella».

Lo cuenta Sardón por el Día Mundial en Recuerdo de las Víctimas de Siniestros de Tráfico, y lo relata advirtiendo que no quiere ser «ejemplo de nada», pero consciente en el fondo de que sí lo es de al menos una cuestión: encarna en sí mismo, por su vitalidad y su historia personal, un mensaje «esperanzador». «Se puede vivir con una calidad de vida razonable y retomar tu vida con unos estándares de calidad, pese a tener una lesión medular. Mi situación me ha enseñado que las personas somos más capaces de lo que pensamos», asegura mientras repasa lo perdido y también lo conquistado.

Fran Sardón antes del accidenteE.M.

Antes del fatídico día, estaba esperando a ser citado para la mili. No llegó a hacerla, pero, al contrario que a muchos, el valor no se le supone sino que lo demuestra cada día. Tenía pensado estudiar Historia y ahora es su historia la que es digna de ser estudiada en valiosas lecciones.

Por ejemplo, ese estilo de vida que muchas veces se da por hecho. De jovencillo pertenecía a un club de piragüismo profesional y jugaba al fútbol con sus amigos. Extraña ambas cosas, pero su otra pasión, la música, sigue sonando. No como una evasión, sino como algo más. Ahí están , entre otros muchos vinilos, sus favoritos: las tempestades emocionales de David Bowie y Nick Cave.

Aficionado ahora al rugby desde las gradas, acude con su mujer y su hija de siete años a ver al Salvador, en lo que ya se ha convertido en uno de sus momentos favoritos porque los comparten los tres juntos. «Eso es lo que más me gusta, que lo que hagamos, lo hagamos los tres juntos».

Es un habitual de los eventos sociales como presidente de Impulsa Igualdad, de CERMI y de la Plataforma del Tercer Sector de Castilla y León, y su agenda luce bastante llena por los cargos que ostenta, pero llegar a este momento ha requerido una evolución personal y profesional de calado. Al principio, su obsesión, y en lo que centró todas sus energías, fue la rehabilitación. «De inicio no piensas a largo plazo, solo ves el día a día y estás a rehabilitarte», cuenta.

El padre de otro joven con lesión medular era carpintero metálico y tenía una nave en San Cristóbal. Cruzarse en su camino cambió su rumbo. «Habían estado en Rusia porque se decía que iban más avanzados y dedicó parte de la nave a montar un gimnasio con máquinas para lesiones medulares que habían visto allí. Empezamos a ir, en 1989 y 1990, y acabó viniendo mucha gente de Castilla y León y de España».

Comenzó a juntarse un nutrido grupo de Valladolid que compartía necesidades: «Centros de rehabilitación específicos, mejorar la accesibilidad... Y de ahí surgió Aspaym Castilla y León». Determinante en la vida de Fran.

Fran Sardón junto a su mujer en un viaje a la India.E.M.

Reconoce que aunque mantuvo amigos y pareja, «las amistades cambian y se da una situación extraña y difícil para todos porque, de la noche a la mañana, te conviertes en una persona dependiente y los amigos no saben muy bien si pueden seguir tratándote igual. Ahí te das cuenta de que el problema lo tienes tú y no se trata de demonizar a nadie», explica sobre un proceso de comprensión y reflexión interior que le llevó tiempo y esfuerzo.

«Al principio estás enfadado con el mundo. Te cuesta asumir que la culpa es tuya. A nadie le gusta reconocer y aceptar que lo ocurrido es su culpa. Tardé como cinco años en dejar de estar enfadado... Había momentos en los que estaba irascible y cabreado. Y ahora alguna vez también aparece la frustración por alguna cosa que no puedo hacer y me enfado, pero de otra manera».

Tiene 55 años y reconoce que aunque aún falta, los avances en información, accesibilidad y recursos resultan evidentes, sobre todo, si se comparan con casi cuatro décadas atrás cuando sufrió el accidente de tráfico. «Nadie nos había educado en los peligros de la conducción; veías normal coger el coche tras una noche de fiesta. Lo raro era dejarlo aparcado por haber bebido, y ahora, por suerte, eso ya ha cambiado y la educación va calando», expresa sobre la diferencia con los 80 y los 90 cuando la concienciación en seguridad vial no estaba sobre la mesa.

Tampoco había conocimientos básicos de emergencias que piensa que podrían haber sido clave en su caso. «Cuando el coche quedó bocabajo, unos amigos salieron a pedir ayuda a la carretera y unos particulares me sacaron sin inmovilizarme y me trasladaron al hospital. Hoy sabemos que eso no debe hacerse, ni tampoco moverme como lo hice tratando de salir. Si me quedo ahí y esperamos a que llegue el personal médico... Son cosas que no habíamos aprendido entonces».

Aunque formó parte de Aspaym desde su fundación, no así de la junta directiva porque quería enfocar su vida de otro modo. Al poco de su lesión, abrió un bar en la calle Padilla. «Pinchaba discos de vinilo, fueron buenos años de mucha normalidad. Comprendí que no todo debía de ser la rehabilitación y que había que tener inquietudes y ambición personal, y la música me gustaba y estar en el bar me sentaba bien». Esa motivación le llevó a retomar una parte de su plan anterior: compaginó su faceta de hostelero con los estudios de Historia en la Universidad.

En la puesta en marcha de su nueva vida influyó el apoyo de su familia, y Fran sabe que «no todas las personas» que sufren un accidente con consecuencias similares a las suyas «lo pueden afrontar del mismo modo» porque el entorno y el carácter influyen. «Cada caso es diferente, pero lo que sí que es común es que ya si te pasa algo así no estás solo. Están las asociaciones, hay recursos, gente que pasa por lo mismo... En eso hemos mejorado muchísimo».

Tras diez años con el bar decidió dar otro giro a su vida. Se involucró en el movimiento asociativo, en el activismo social. Durante nueve años fue presidente de Aspaym CyL (2002-2011) y en la actualidad es director ejecutivo. «Es una etapa muy bonita porque me involucré en buscar mejoras, en contar con más servicios, en la divulgación y, sobre todo, en la accesibilidad, que es importantísimo». Su forma de ser, vital, constante e inquieto, le llevan también a participar en un programa de radio (en esRadio CyL) y a escribir artículos de opinión. 

Con este cambio de perfil hacia la vida pública entró, como él mismo describe, «en una vorágine de actos sociales». Acude a eventos de la ciudad, es una figura reconocida por los vallisoletanos y, a la vez, mantiene una actividad privada rica en la que su familia resulta fundamental. «Es una vida bonita, pero dura. Hay mucho trabajo».

Sardón reconoce que todavía quedan muchas barreras por enfrentar. «Emanciparse es complicadísimo, antes lo era todavía mucho más porque no había viviendas accesibles, pero ahora al menos las personas con lesión medular tienen que saber que eso es posible. La autonomía personal es muy difícil, por eso apostamos por la figura del asistente personal, por ejemplo».

Con el paso del tiempo, han variado otros aspectos, desde médicos hasta sociales, que cambian el día a día. «Alguien con lesión medular puede tener perfectamente una vida satisfactoria a nivel sexual, afectivo y emocional. Ahora ha evolucionado todo bastante. Se tiene apoyo desde el minuto uno y se pueden recuperar muchas cosas de tu vida de antes», señala.

Fran advierte que hay que cuidar el lenguaje porque «la gente percibe a la gente según la llamas», opina. «No somos un colectivo, tenemos necesidades y demandas en común, pero cada persona es distinta y eso hay que trasladarlo a la sociedad».

Aboga también por que cada individuo interiorice la importancia de cuidarse y de cuidar al volante. «Sobre todo cuando tienes ciertas edades te sientes impune y que puedes comerte el mundo, y eso tiene que ser compatible con ser prudente y saber que las cosas pueden pasarte a ti». Esas que siempre se tiene la sensación de que le ocurrirán a otro hasta que te suceden.

Esta vallisoletano, involucrado en el día a día de la ciudad, incide en que la seguridad vial debería ser algo adquirido de forma natural: «Hay que ser consciente de que por una imprudencia tuya pude morir otra persona». En definitiva, que «en la carretera no estás solo». Como en la vida misma.