Cultura
El ‘otro’ Escorial' es vallisoletano
Ángel Rodríguez comenzó la construcción de la maqueta en 2021, y planea finalizarla en 2027
La primera piedra del emblemático Monasterio de San Lorenzo del Escorial, de 40 cm de alto y en la que se leía un mensaje que rezaba “Dios óptimo, vele por esta obra”, se colocó un ya lejano 23 de abril de 1563 ante la expectante y aprobatoria mirada de varios religiosos.
Cuatrocientos cincuenta y ocho años después, aunque no exactamente el 23 de abril, Ángel Rodríguez inició la edificación de una maqueta de dimensiones gigantescas del Escorial en un taller escondido en medio de Valladolid.
Por sorprendente que se antoje, Ángel carece de estudio alguno en arquitectura que avale su innegable talento para estas artes aunque, eso sí, lleva toda la vida desempeñando su labor profesional en asuntos referidos al parquet.
Su periplo en el complejo y desconocido mundo de las maquetas se remonta a tiempos de pandemia cuando, con pequeñas piezas de madera china, construyó una flota al completo de navíos, cada uno de ellos correspondiendo a un país miembro de la Unión Europea.
A este proyecto le siguió una maqueta de la iglesia del pueblo del que Ángel es oriundo y, una vez la hubo finalizado, se embarcó en su proyecto más ambicioso hasta el momento: la gigantesca maqueta de El Monasterio de San Lorenzo del Escorial.
Algo de misterio, y un cúmulo de suertes del destino, unen a Felipe II (bajo cuya orden se construyó El Escorial) con el parquetista.
Resulta, y acontece, que el vallisoletano y el monarca español, perteneciente a la dinastía conocida como los “Austrias Mayores”, nacieron el 22 y el 21 de mayo respectivamente; por ello, Ángel planea finalizar la maqueta el 21 de mayo de 2027, coincidiendo dicha fecha con el V centenario del nacimiento de Felipe II en Valladolid.
Para más inri, el taller del artista está localizado en la calle que lleva por nombre “Felipe II” aunque, eso sí, esto no es antojo del destino, sino que fue el propio Ángel quien a propósito decidió instaurar su taller en la citada calle.
Ángel relata que en ocasiones, durante el proceso de construcción y sumido en la más absoluta y fría soledad de su estudio, llegó a creer que Felipe II y el propio Escorial le hablaban.
Horas incontables de trabajo y esfuerzo recaen sobre los muros de esta gigantesca maqueta, cuyo esqueleto está construido de madera de roble, cartón y cola de termofusible.
Cada pieza ha sido cortada meticulosamente con una sierra y, posteriormente, adheridas unas a otras con cola termofusible.
La pregunta es inevitable, ¿Cuánto dinero ha invertido el vallisoletano en este proyecto? a lo que, bromeando, responde “cinco pesetas”.
Una estructura de semejante tamaño esconde, tal y como desvela su autor, numerosos secretos.
Donde debería estar situado el panteón real ateniéndonos al “Escorial original”, hay un pequeño conducto en el que Ángel ha escondido un papel enrollado cuyo mensaje, por el momento, permanece oculto.
Así mismo, en la fachada principal, la maqueta tiene labrados los nombres de los padres y primogénitos del autor.
Las “monstruosas” dimensiones de la maqueta no se le antojaron a Ángel como un impedimento para trasladarla hasta el Monasterio del Escorial.
Tal y como él mismo relata, dividió la maqueta por piezas y, una vez hecho lo anterior, las subió a un camión cristalizado y las montó de nuevo.
Durante el trayecto hasta Madrid, y hasta el propio Escorial, todos los viajeros con los que Ángel se iba encontrando podían admirar, sorprendidos, la majestuosa maqueta.
Sin embargo, al llegar a su destino y colocar la maqueta en el patio de entrada del monasterio de El Escorial, los operarios del lugar le obligaron a recogerlo y la exhibición de la maqueta, para su desgracia, poco duró.
Eso sí, durante un breve periodo de tiempo, la maqueta de El Escorial se rindió ante la excelsitud de su “hermano mayor”; un hermano mayor que cuenta a sus espaldas con cuatrocientos sesenta y un años de edad.
Otra de las ocasiones en las que la maqueta abandonó el taller del parquetista para ser mostrada ‘al mundo’ fue en la conocida Feria de Muestras.
Allí, los visitantes de la feria pudieron no solo admirar la descomunal maqueta sino que, además, Ángel les invitaba a lanzar monedas al campanario de su particular Escorial.
Lo curioso, y desde luego anecdótico, es que aquellos que acertaran a dar con la moneda en la campana y lograron hacerla sonar no solo se llevaron la ovación de los presentes, que también, sino que el propio parquetista les hizo entrega de una botella de vino tinto edición especial a modo de premio.
La maqueta, indica Ángel, aún no está terminada, aunque a ojos de un inexperto aparente lo contrario.
Pese a los cuidadosos detalles que salpican cada centímetro cuadrado de la imponente maqueta, Ángel asegura que aún quedan por delante más horas y más noches en vela para poder llegar a la ansiada meta: ver su particular obra de arte finalizada.
Aún quedan años de trabajo por delante pero, por curioso que parezca, por lo pronto Ángel no sabe qué hará con la maqueta una vez esté completamente terminada; «no tengo ni idea», refiere.
Sea como fuere, y de momento, en las entrañas de Valladolid se esconde una obra de arte única en su especie, de dimensiones tan gigantescas como asombrosas, que espera ver, en algún momento no muy lejano en el tiempo, la luz de nuevo; aunque eso sí, esta vez, de forma definitiva.