Diario de Valladolid

BARRIO A BARRIO

La calle vallisoletana del ‘Manolín’, la azucarera y el matadero

Al lado de la vía, en el barrio de La Farola, el Camino de la Esperanza mantiene algunos establecimientos emblemáticos, supervivientes que convivieron con la azucarera de Santa Vitoria y con el antiguo matadero municipal

Vista del camino Esperanza, con vehículos aparcados y un camión circulando en los años 70

Vista del camino Esperanza, con vehículos aparcados y un camión circulando en los años 70ARCHIVO MUNICIPAL DE VALLADOLID

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Valladolid

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El porqué del nombre de las calles resulta a veces evidente. Muchas recuerdan a personajes ilustres, en el caso de Valladolid a poetas como Zorrilla o antiguos alcaldes, caso de Miguel Íscar, mientras otras atienden a la lógica de su ubicación: Paseo del Cauce, por discurrir junto al Esgueva. Pero, ¿qué explicación tiene llamar a una calle Camino de la Esperanza? Tan sugerente denominación se remonta a 1932, cuando lo que hoy es el camino de la Esperanza, en el barrio de La Farola, era la carretera a Puente Duero.

El sitio estaba entonces en las afueras de la ciudad, pero empezó a crecer como asentamiento de viviendas. Ya funcionaba desde hacía años la azucarera de Santa Vitoria y la ubicación del nuevo emplazamiento vecinal, junto a la vía, parecía augurar que sería una zona próspera. Fue así como empezó a llamarse barrio de la Esperanza, hasta que en abril de 1932 el pleno del Ayuntamiento decidió designar este tramo de la carretera de Puente Duero como ‘camino de la Esperanza’.

Al final resultó que los buenos presagios se cumplieron y en el transcurso de los años, el entorno del Camino de la Esperanza, lo que hoy es el barrio de La Farola, pasó a conocerse como el ‘barrio del dólar’. Lo recuerda con cierta nostalgia José Antonio Armesto, una ‘enciclopedia’ del barrio de La Farola y fundador de la cuchillería ‘Antonio’, uno de los establecimientos más veteranos del camino de La Esperanza, hoy regentado por su hijo Rubén.

Por su local pasaban para afilar los cuchillos que se utilizaban en el antiguo matadero municipal hasta su cierre a finales de los años ochenta del siglo pasado. El matadero estaba en la punta sur del Camino de la Esperanza, mientras en la otra esquina estaba la azucarera de Santa Vitoria, pero en las proximidades había asentadas varias empresas, que explican la pujanza económica del barrio del dólar.

José Antonio enumera la fábrica de persianas La Levantina, al final de la calle Goya, la fábrica de quesos Canal y otra que elaboraba hielo. Pero había más. De aquellos años recuerda que el camino de La Esperanza era «el lugar de paso de los trabajadores de Montaje 1 de Fasa y de los de Findus». Eran tiempos en los que la vía no estaba vallada y a veces «el tren estaba una hora parado para entrar en la estación», afirma. Con tanto trasiego y tanta actividad, no es de extrañar que en el Camino de la Esperanza proliferasen bares y establecimientos de lo más variado.

Poco de aquello es lo que queda en pie hoy en el Camino de la Esperanza, convertida en una calle con mucho tráfico, con mucho paso de personas, pero, a decir de los propietarios de establecimientos asentados en esta calle, los ‘dólares’ ya no corren como antaño.

Abundan los locales cerrados, entre ellos dos tiendas de persianas, herederas de La Levantina, montadas por dos operarios de la antigua fábrica, pero también hay bares con el cierre echado y tiendas cuyo cartel casi está ya borrado por el paso del tiempo. En la esquina de la calle en la que funcionó hasta 1995 la azucarera de Santa Vitoria, Juan Carlos Moreta está al frente del taller mecánico ‘La Esperanza’, otro de los establecimientos con solera.

Nacido en el barrio, Juan Carlos recuerda cuando el camino de la Esperanza era eso, un camino de tierra en el que jugaba con sus amigos al fútbol «y de vez en cuando, cuando pasaba un coche, había que parar». Para este vecino nacido en el barrio hay un antes y un después en la evolución experimentada en el camino de la Esperanza, una línea divisoria marcada por la construcción de la pasarela sobre la vía, muy cerca de su taller.

La supresión del paso a nivel que existía junto a la antigua azucarera llevó a construir una pasarela para salvar la vía, que ahora permite acceder a la Ciudad de la Comunicación, el nuevo barrio surgido al otro lado del trazado ferroviario, una parte en los terrenos que antes ocupaba la fábrica de azúcar. Es una estructura llamativa, de una altura considerable, que no goza de mucha aceptación. «La pasarela lo que ha hecho es retroceder la zona cien años», afirma Juan Carlos Moreta y añade que ha partido en dos el Camino de La Esperanza.

Testigos de tiempos pasados son algunas casas molineras, la mayoría cerradas, que siguen en pie a lo largo de la calle, donde han abierto dos residencias de mayores, un signo de los tiempos que corren.

Hablar del Camino de la Esperanza es hablar del restaurante ‘Manolín’, abierto en 1969 por José Manuel Armesto y hoy regentado por su hijo José Manuel. Después de 55 años, el ‘Manolín’ mantiene como plato estrella el lacón asado, una receta que trajo su padre desde su Galicia natal y que medio siglo después sirven todavía en este restaurante emblemático.

Antes del Manolín, recuerda José Manuel que su padre trabajó en el antiguo restaurante El Lucense y luego decidió instalarse por su cuenta en un pequeño local frente al establecimiento en el que, poco después, se asentó y que 55 años después sigue en pie y se mantiene como uno de los negocios con más solera, si no el que más, del Camino de La Esperanza.

Aunque no tan veterano, el kiosco de Miguel Ángel Morella lleva abierto desde 1990 en dos emplazamientos, pero en la misma calle. Morella es de los que ve la botella medio vacía en la evolución experimentada en el camino de La Esperanza. No duda al señalar que la calle «ha cambiado mucho para mal porque hay muchos negocios cerrados» y reniega también de la pasarela montada al final de la calle. «La gente no pasa por la noche por miedo», afirma.

También de la mismas añada, la del 90, es la tienda de ferretería y electricidad Vicente, otro de los locales clásicos de la calle, un pequeño negocio familiar que abrió la madre de Roberto Alonso Vicente, el actual propietario, y que ha sabido resistir. «Yo vine a ayudar a mi madre en el año 94 y sigo ayudando», dice con ironía Roberto.

La ferretería, el kiosco, el ‘Manolín’, los talleres ‘La Esperanza’ y pastelerías Bravo, otro de los establecimientos con solera, son la prueba que sustenta la buena elección del nombre Camino de la Esperanza para esta calle del sur de la ciudad.

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