Diario de Valladolid

Un músico prometedor

Guille, el pianista vallisoletano de 16 años que bordó la Ebau y brilla en la música

Guillermo Hernández gana premios nacionales e internacionales de piano, da conciertos y aspira a vivir de la música. Sacó los dos cursos de bachillerato en uno

"Da perspectiva observar desde el conocimiento porque la vida no está dentro de una caja de madera con cuerdas, por mucho que suponga para mí"

Guillermo Hernández, el Mozart vallisoletano

Guillermo Hernández, el Mozart vallisoletanoPHOTOGENIC

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La primera vez que salió al escenario a tocar el piano, Guille, Guillermo Hernández Barrocal (Valladolid, 2008), tenía ocho años y deleitó a los presentes con el Primer Movimiento de la Sonata KV. 545 de Mozart. Una pieza «sencilla para los que empiezan», precisa este pianista vallisoletano de 16 años que cuando tenía alrededor de once tomó «conciencia de la música como única forma posible de futuro y de vida» para él. A esa temprana edad, a los once años, debutó como solista con orquesta con el concierto N. 3 de Beethoven.

Guillermo ha terminado este año bachillerato ya que se matriculó de dos cursos en uno, igual que Primero y Segundo de ESO. Acaba de examinarse de la Ebau con una excelente calificación y planea matricularse en un grado universitario «como hobby» y «por el conocimiento». «La música tiene un poder de abstracción muy grande, me ocupa 4 0 5 horas al día, y para relativizar y para tener un sentido del equilibrio en la vida necesitas saber, vienen bien otras motivaciones en paralelo y así consigo experiencia universitaria y abrirme al mundo porque, si te descuidas, la música te convierte en un ermitaño».

A este joven vallisoletano, que aprovecha al máximo sus altas capacidades, se le presenta un verano para continuar con su formación musical con paradas como Varsovia o Nueva York, donde ha sido invitado a un festival.

Ya desde su niñez Guille destacaba. «Le interesaba la astrofísica, el antiguo Egipto, las civilizaciones... Tenía unas inquietudes diferentes a niños de su edad aunque siempre ha sido muy sociable», apuntan sus padres Juanra y Raquel.

De trato afable y cercano, Guillermo cuenta, sentado en la banqueta del piano de su casa en una urbanización de Valladolid, cómo Ana, la vecina que le enseñaba piano, pronto percibió que su «progreso era más rápido del habitual». Desde entonces fue profesionalizándose hasta que eso que arrancó como una actividad más se ha convertido en la melodía principal. «Mi intención es ser músico y luego, saber», indica sobre compatibilizar su vocación con estudios académicos del instituto o la universidad.

«Disfruto mucho estudiando, aprendiendo. Soy un apasionado de la historia en general. Adoro filosofar, como decía Ortega y Gasset, la filosofía es una actividad necesaria ineludible. La física me ha gustado mucho; las matemáticas, también. Da perspectiva observar desde el conocimiento, la vida no está dentro de una caja de madera con cuerdas, por mucho que suponga para mí», reconoce y detalla en qué se concreta ese significado: «La música es muy completa en todos los planos. En el intelectual es un rompecabezas, conseguir manejar muchos elementos y hacer que confluyan. A nivel vital es algo a lo que aferrarme, una motivación que me da energía para seguir, y al más humano, he viajado muchísimo y conocido a mucha gente».

Desde bien pequeño, Guillermo ganó concursos de piano en España, pero también triunfó en certámenes internacionales, como el prestigioso y reciente Jeune Chopin celebrado en Suiza, o su puesto como semifinalista del concurso de Cleveland para jóvenes pianistas, entre numerosas distinciones.

Sin embargo, señala ese lado menos glamuroso de estos eventos. «El concurso es un motivo de estrés para mí, pero me concentro en tocar porque también da prestigio». Su último concierto fue con la Oscyl en el Centro Cultural Miguel Delibes, y ya ha lanzado su primer disco, un álbum con piezas de Liszt, Schumann y Chopin, grabado con sólo 13 años, en 2021.

Pese a su juventud, tiene claro el objetivo que persigue, y es consciente de que no llegará de repente, sino con el esfuerzo con el que acostumbra a desenvolverse, aunque también tiene algo que ver su alto nivel de exigencia: «Deseo llegar a estar satisfecho con lo que hago en el piano. No lo estoy ni de cerca. Mi nivel de exigencia ha crecido más rápido que mis capacidades para lo que quiero hacer. Quiero conseguir un cierto nivel de satisfacción artística, que espero que llegue en los próximos diez años. Eso te da plena libertad artística. Me gustaría dedicarme a la actividad concertística. Tener reconocimiento que me dé libertad y colaborar con grandes músicos. Me encantaría hacer música de cámara, vivir viajando, tomarme temporadas de descanso en un retiro en el campo».

En un terreno más íntimo, señala que «hacer amigos», «expandir» su círculo y «viajar», relata quien se confiesa aficionado a dos deportes. «Adoro el surf, lo practico en Asturias, y en invierno hago tenis».

El tiempo le da de sí y algunas de sus dedicaciones van por temporadas. «Cojo cosas por etapas. Me dio por la geología, colecciono cubos de Rubik, origami, minerales...». Por supuesto, los acordes musicales aparecen entre las aficiones: «Me gusta componer aunque de momento es un hobby, no he hecho ninguna intentona seria», aclara.

Escoger músicos predilectos entre todos sus referentes le lleva a quedarse con Chopin, Schuman y Rajmáninov. De la literatura le parece «fascinante» Francisco de Quevedo, «por su peso filosófico, su mordacidad, su estilo sarcástico, crítico y pesimista». «Ha tenido gran impacto en mí», expresa.

También se deshace en alabanzas para el filósofo y poeta Friedrich Nietzsche. «Cuando estudié encontré gracias a él una cantidad de energía vital que desconocía. Nietzsche nos enseña a amar la vida, a abrazarla por muy feo que se ponga todo».

Y es que, a sus 16 años, ha descubierto que «no todo siempre es de color de rosa». Sobre todo cuando era más niño, de los ocho a los once años, con unas inquietudes y experiencias vitales diferentes a otros. «Hay ciertas capacidades del ámbito intelectual que me llegaron antes que a otras personas, o que incluso no llegan a todos de esta forma, pero otras capacidades, como la gestión emocional, sólo llegan con el tiempo, y durante unos años uno va cojeando como puede y he tenido que ir aprendiendo». Se refiere, «sobre todo, a la incomprensión del mundo exterior». «Me he sentido a veces un niño advenedizo, pero eso va desapareciendoCon el tiempo he sabido encontrarme más a gusto y lo he ido consiguiendo».

En esa evolución favorable han influido varios factores, como su familia y su reciente experiencia en el instituto Leopoldo Cano de Valladolid. «Mis padres me han ayudado a gestionar una situación difícil y llevado poco a poco por el buen camino. La familia es lo más importante, es mi apoyo fundamental en situaciones críticas. Son parte padres, parte consejeros, parte guías e incluso amigos. Por fin he conseguido la paz interior y la serenidad. Ha sido un descubrimiento reciente que me ha tranquilizado un montón», expone el pequeño de la casa (tiene una hermana mayor).

Su última etapa en el Leopoldo Cano, de Pajarillos en Valladolid, cursando a distancia el bachillerato musical, le ha reportado sólo bondades. De ahí su profundo agradecimiento al equipo humano del centro escolar. A profesores, pero también a otros estudiantes. «El centro me ha dado una oportunidad de un valor incalculable. Un formato de bachillerato a distancia, pero a la vez semipresencial. Hay clases, pero son opcionales. Me permitió seguir dedicándome a la música y compatibilizarlo. He hecho muy buenas migas con otros alumnos y eso también te calienta el corazón. Me han dado todas las facilidades, son maravillosos», afirma agradecido a una etapa importante en su trayectoria. «Gratitud infinita. Me han brindado la oportunidad de mi vida», reitera con una sonrisa tan inmensa como su agradecimiento.

Ahora se abre otra que sentará las bases de sus próximos cuatro años a nivel musical profesional, según relatan sus padres, también con palabras de reconocimiento para el instituto. Toca escoger el maestro que le formará a partir de ahora, dentro o fuera del país. Raquel y Juanra hablan con lógica satisfacción de su hijo, aunque detallan que también «ha sido duro». «Tiene una visión distinta, no sólo más madura, también más intensa, en lo bueno y en lo malo, y eso es un doble trabajo como padres porque exige dedicación, pero por encima de todo es un orgullo», comentan. «Le vemos encantado y tenemos ilusión por apoyarle porque quiere desarrollar una carrera profesional en algo que le gusta».

Guille, como le llaman sus padres, se encuentra en un momento vital agradable y de armonía. Pero no pierde la ocasión para dirigirse a quien en algún momento pueda «sentir incomprensión» a su alrededor: «Lo que hay que hacer es ir a buscar apoyos, gente que pueda comprenderte. Yo he encontrado a muchísima. Invito a quien tenga miedo a salir fuera a que se atreva a conocer a personas, en cualquier parte, que las hay maravillosas. A pensar en las personas como individuos y no como grupo». Él, Guillermo Hernández Barrocal, es la propia prueba. Con nota.

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