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TORNEOS DE TROMPOS

Ramón, el galáctico de las peonzas llegado de México a Valladolid

Organiza quince campeonatos semanales en los barrios y cientos de niños rodean su ‘trompódromo’, una lona donde gana el que dure más tiempo girando / El sábado es 'la batalla final'

Ramón Hernández, organizador de campeonatos de peonzas. j.m. lostau

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Valladolid

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Entre los ídolos infantiles destacan estos días Bellingham, Vinicius, Anuar… y Ramón. Es un fenómeno más terrenal, pero todo un galáctico de las peonzas. Los niños se cuadran con la disciplina propia de un ejército en cuanto aparece en su barrio este afable mexicano que cada primavera pone de moda el trompo, que así llaman en su país a este juguete giratorio. De las Delicias a Villa del Prado y Parquesol, de Tudela a La Cistérniga, quince campeonatos organiza cada semana por toda la ciudad y pueblos cercanos. Llega puntual a cada cita. Despliega una lona en el suelo y monta su singular ring, un «trompódromo» donde los chavales compiten por bailar durante el máximo tiempo posible sus peonzas. Las de ahora no son de madera, sino de plástico, huecas y con llamativos colores y han recuperado el placer de jugar en la calle.

¿Qué tiene la peonza que tanto engancha? «Es un juego sano, divertido, que te hace convivir con tus amigos del cole, de donde vives, de tu comunidad. Es un rato de convivencia», cuenta Ramón Hernández, 53 años, nacido en el estado de Guerrero y residente en Ciudad de México. Trabaja para Trompos Cometa, empresa líder del sector, que patrocina su estancia para estimular esta fiebre de las peonzas.

Cuenta que la empresa se introdujo en España en 2005, aunque la primera vez que Ramón aterrizó en nuestro país fue en 2010, en Madrid. Después ha ido recalando en Barcelona, Jerez, Cádiz, Málaga, Granada... A Valladolid viene desde 2019, exceptuando la pandemia.

«La peonza ha existido en todo el mundo. Es una tradición que nunca se ha ido: antes era de madera y la jugaban los papás y los abuelos; a lo mejor no a este nivel», continúa. Con este ‘nivel’ se refiere a todo un ‘nivelón’ de lanzamientos y piruetas que desafían la gravedad y dejan boquiabierto al espectador primerizo. Antes de cada torneo hace una demostración. El búmeran consiste en lanzar la peonza y ponerla sobre la palma de la mano sin tocar el suelo, el ‘fernandoalonso’ desliza el trompo por una curva bien cerrada, el ‘messi’ consiste en dar unos toques con el muslo como si fuera un balón, gira con ‘el helicóptero’, sube y baja con ‘el ascensor’...

La cita es las plazas, a la puerta de un colegio, en el corazón del barrio, pero siempre cerca de una tienda donde se vendan las peonzas. De media acuden unos 50 niños a cada sitio, aunque llegan a 150 en lugares como Parquesol o La Cistérniga. A la hora convenida los críos forman una fila, del más alto al más bajo. Obedecen a la primera, lo que ya despierta cierto asombro entre los padres que cierran el círculo a su alrededor. Por su estatura, a cada niño se le asigna un nivel. Y en tandas, van lanzando sus peonzas. Los principiantes a veces no consiguen hacerla bailar. Otras giran unos pocos segundos y medio repantingadas. Enseguida caen. Unas cuantas quedan tiesas, parecen globos aerostáticos. Pasa un minuto. Minuto y medio. Una empieza a tambalearse. Van cayendo. La última en pie, gana. El primero de cada grupo de clasifica para la fase final. Y los ganadores de cada tarde se llevan una camiseta, una peonza o un sobre de cromos. Y la impagable satisfacción de una victoria con público.

Algunos «se enojan» cuando pierden. «Hay que aprender que no todos ganan», explica. Él prefiere que los premios estén repartidos aunque «alguno es tan bueno que gana siempre» y «casi es mejor darle el premio y dejar que los demás tengan el chance de ganar». Lo que hace en esos casos, por ejemplo, es pedir su «ayuda para organizar el concurso». El objetivo, «que nadie se sienta desplazado».

Disfruta cada día porque «trabajar con niños es muy especial». «Muchas veces me dicen: ‘hubieras sido profesor’. A los niños hay que tratarlos bien y tenerles paciencia. Y no hacerles caras. Hay que ponerles la mejor cara porque es bonito trabajar con ellos».

Durante los dos o tres meses que dura la temporada, los sábados también convoca a chavales de toda la ciudad. La batalla final será este sábado, 15 de junio, a las 18 horas en la Plaza España. Habrá varias recompensas. En juego está el premio gordo: un patinete eléctrico para el máximo campeón.

Una de las bondades de la peonza es que resulta un juguete democrático, asequible, «casi todos se lo pueden permitir». De los 2,5 euros que cuesta la más barata a los 12 euros de la más sofisticada.

Cuenta Ramón que «en México hay una gran afición» pero aquí también «se ha extendido mucho». Y por otros países de Europa. Tiene compañeros «que están en Hungría, Eslovaquia…». «Allí usan traductor; aquí no tenemos ese problema, aunque algunas palabras no las debemos decir porque acá significan otra cosa», relata.

– ¿A usted quién le enseñó a bailar la peonza?, le preguntamos.

– De niño sabía jugar lo normalito, con peonza de madera. Había en la televisión un programa, 'En familia con Chabelo', un concurso infantil donde participaron algunos compañeros que luego me enseñaron a mi. Y surgió la oportunidad de trabajar en esto.

–¿Cuántas peonzas se venden cada temporada?

–Ay, no soy muy bueno para eso, pero sí se venden algunas.

–¿Dos mil, tres mil…?

–Sí, más.

–¿Cinco mil?

–No sé muy bien. Se venden muchas.

–¿Por qué elige Valladolid?

–Nos tratan muy bien. Y me gusta mucho. La ribera del Duero, el clima… En toda España nos tratan bien. Donde haya niños, allí estamos.

–Aquí cada vez hay menos.

–Los niños salen. Es curioso: llego a La Cistérniga a las cinco de la tarde y no hay nadie y de repente, pin, pan, pum, salen cien niños en cinco minutos.

Después de los niños, en cada torneo, llega el turno de las madres y los padres, que también compiten. «Algunos pelean más que los hijos», bromea Ramón al constatar que el juego «engancha» por «la interacción entre padres, hijos y abuelos». «En algunos barrios, hay un padre que lleva su lona y la pone cuando me voy para que los niños sigan divirtiéndose».

Su público son chavales de entre seis y catorce años. Los hay que con cinco años «ya lo giran». «Es algo «muy bonito» porque «les saca de los móviles».

–En los campeonatos, ¿influye mucho la suerte?

–Es suerte y práctica. La práctica es lo principal, pero a veces el trompo cae mal y con una pequeña fallita se puede torcer.

–¿Es más importante la fuerza o el golpe de muñeca?

–Es fuerza, pero si lo tiras demasiado fuerte, rebota. Tiene que quedar clavado.

–¿Cuál dura más, punta fija o giratoria?

–Con la giratoria dura más el trompo girando, porque tiene rodamientos. Los niños tienen que cuidar mucho su peonza, porque si le dan caña, los rodamientos se dañan o les entra tierra.

–Lo de llevar la cuerda llena de nudos tampoco es bueno.

–Con nudos estorba, daña el tiro. O si está deshilachada.

–¿Cuál es la pirueta más difícil?

–Con práctica y empeño salen todas. Muchos niños ya saben hacer lo que yo sé hacer. Si le pones empeño y dedicación, lo aprendes. Es cuestión de tirar y practicar. Es como el fútbol. Un futbolista puede tirar mil penaltis y fallará cien.

El catálogo de peonzas es variado y con nombres variopintos. La diamante, la cobra, la cometa, la turbo dragón... Le preguntamos cuál es la mejor y responde, como buen comercial, que «todas son buenas». «Entre las puntas fijas, la cobra es muy buena. Con las puntas giratorias, la King Turbo, porque tiene un aro que pesa y eso hace que dure un poquito más y es más fuerte», precisa.

La próxima semana regresa a México. «Estoy en casa doce días y luego a Costa Rica», cuenta este padre de un hijo que ahora tiene 18 años. Su trabajo conlleva rachas de ausencia para su familia. «Ya me dedicaba a esto cuando conocí a mi esposa. Como dicen los españoles: ‘es lo que hay’».

Mientras dura la temporada, es fácil encontrar estos trompos en decenas de quioscos y tiendas por la ciudad. Cuando Ramón se va, se acaban los torneos. Y a los pocos días o semanas, agotado el stock, es misión imposible comprar una de estas peonzas. Hasta la próxima primavera.

–¿Volverá el año que viene?

–Espero que sí.