Barrio a Barrio
La calle de Valladolid que emergió del barrio chino
Conocida por su pasado como epicentro de los locales de alterne de Valladolid hasta la década de los ochenta del siglo pasado, Padilla es hoy una pequeña arteria comercial, un lugar de paso entre el centro y un barrio populoso como La Rondilla, que parece haber encontrado su sitio en la ciudad
Las ciudades acostumbran a inmortalizar en su callejero a personajes que destacaron en vida por algún motivo -no siempre loable- y Valladolid no es una excepción. La calle Padilla lleva el nombre de uno de los tres capitanes comuneros que se alzaron contra Carlos V, Juan de Padilla, y que pagaron el intento con su vida.
Fue en el año 1842 cuando el Ayuntamiento decidió elevar a Padilla a los altares del callejero, con una vía a su nombre que comunica las calles Torrecilla y Empecinado, otro personaje histórico que también murió en el patíbulo tras alzarse, en su caso, contra la ocupación francesa. A este primer reconocimiento a uno de los dirigentes de la sublevación comunera se sumarían luego, con otras dos calles bautizadas con su nombre, el de sus dos compañeros en el cadalso: Francisco Maldonado, en 1854, y Juan Bravo, este en un periodo mucho más tardío, en 1937, ya en el siglo XX.
No está claro que la calle Maldonado esté dedicada al capitán de la revuelta comunera. El historiador Juan Agapito y Revilla recoge en su libro ‘Las calles de Valladolid’ hasta cuatro aspirantes a ser los titulares de la placa que luce en la calle Maldonado, entre ellos dos rectores de la Universidad y un presidente de la Diputación. Pese a las dudas, la sabiduría e intuición del infatigable investigador de la historia de Valladolid se inclina por el jefe comunero como el personaje al que está destinado el nombre de esta calle, próxima a la plaza de San Juan.
De lo que no cabe duda es de que la calle Padilla rinde tributo al compañero de Maldonado y Bravo en la revuelta que terminó el 23 de abril de 1521 con la batalla de Villalar. Pero, caprichos del destino, esta pequeña calle que da a Torrecilla es más conocida por haber sido durante décadas del siglo pasado el epicentro de los locales de alterne y prostitución de la ciudad que por el personaje histórico al que debe su nombre.
Cualquier residente o titular de alguno de los establecimientos de la zona ha oído hablar del pasado oscuro de Padilla. Todavía a principios de los años ochenta seguía en pie uno de estos locales que dio fama a la calle, el bar Florida, demolido en 1984 tras la presión vecinal. Con el derribo del Florida acabó también una época.
La calle lóbrega que fue a medios del siglo pasado, con casas molineras, sin asfaltar, como estaban por otra parte muchas otras del centro de la ciudad, es hoy una arteria poblada de pequeños comercios y locales de lo más diverso. Próxima al Hospital Clínico Universitario, Padilla es un lugar de paso, con un importante trasiego de personas; una zona de frontera entre el centro de la ciudad y un barrio populoso como La Rondilla.
Testigo de los cambios operados en la calle durante los últimos cuarenta años, Juan Carlos, al frente de la farmacia Pinilla, en la esquina con Torrecilla, regenta el establecimiento más antiguo de Padilla, con 52 años abierto. Recuerda que antes de que su padre se trasladara desde la farmacia que tenía en Torrecilla, el lugar original, al sitio que ocupa ahora el local era una frutería de nombre ‘Tinín’. De eso hace ya medio siglo. La próxima será la tercera generación de los Pinilla al frente de la farmacia en la misma ubicación.
«La verdad es que ahora la calle está bastante bien», afirma al evocar el derribo de las antiguas casas molineras que había frente a la botica hasta dejar «una explanada» sobre la que se levantaron los bloques de viviendas que pueden verse hoy. De la etapa de Padilla como calle de alterne, Juan Carlos señala que «las casas que había en los años cincuenta y sesenta empezaron a abandonarse y esto se convirtió en el barrio chino». Después de décadas tras el mostrador de su establecimiento se atreve a hacer una radiografía de la población que vive en la calle y su entorno, compuesta, afirma, «por gente mayor y de clase media».
Con apenas 150 metros de largo, Padilla es una calle pequeña y además pervive un pequeño tramo más angosto, el que da a Empecinado, que permite hacerse una idea de la anchura original. La intervención urbanística a partir de los años ochenta del siglo pasado ensanchó la calle y las actuaciones posteriores la dotaron de amplías aceras.
Contigua a la farmacia Pinilla, la peluquería de Vicente Sánchez es el segundo local con más solera de Padilla. Con 41 años abierta, primero por su padre, al que luego tomó el relevo, también él recuerda cuando apenas podía «pasar justo un coche» por la calle y las viviendas «eran casas molineras». Una estampa del pasado que nada tiene que ver con la Padilla de hoy. Y, lo mismo que otros de los que regentan algún local en la calle, coincide en que se trata de «un lugar de paso».
A diferencia de alguna calle próxima, en Padilla el grueso de los establecimientos están abiertos, aunque no falta algún cartel de se alquila. Diez años lleva abierta la frutería Maribel, un tiempo ya respetable, más que suficiente para conocer el día a día de la calle.
Desde el ‘balcón’ a la vida cotidiana de Padilla que representa una frutería, Vanesa López, al frente del establecimiento, reitera lo ya dicho por sus vecinos comerciantes en cuanto al efecto puente de esta calle como lugar de paso, aunque matiza que todavía lo era más «cuando estaba abierta la residencia», el antiguo hospital Río Hortega que estaba en Rondilla.
Convencida de que «cuanto más establecimientos comerciales haya abiertos» más poder de atracción ejercen para la gente que pasa por la calle y de que los carteles de cerrado en los locales espantan a los potenciales clientes, Vanesa considera que Padilla reúne las condiciones para ser una arteria comercial, dentro de sus pequeñas dimensiones.
«Hay vida en esta calle», afirma Diego Medina, de Muebles Padilla, establecimiento que está a unos pocos metros de la frutería Maribel, una opinión que viene a corroborar la impresión general de que Padilla ha encontrado su sitio en la ciudad en su particular historia.