El «mano a mano» es en los toros lo que el wérsten es al cine; en ambos casos, son un desafío, un «tú para mí» entre jaques carpetovetónicos en el pandero dorado, con un toro de por medio o un duelo al sol de pistoleros entre polvos de tierra seca y humo de revólveres. La diferencia estriba en que, en el primer caso, quien muere es el que está de por medio, el toro, y en el segundo el muerto es el malo de la película; pero, vamos, que esto de los desafíos entre españoles no es sino el sino de este país, apegado desde tiempos lejanos a la atávica necesidad de tirarnos unos a otros los trastos a la cabeza.
Catastrofismos al margen, habrá de entender estos «mano a mano» entre toreros , cuando se plantean en el terruño de ambos contendientes, como la espoleta que anima a la creación de banderías localistas entre los aficionados del lugar, que buena cosa es para animar el cotarro taurino con la picazón consecuente que despiertan las rivalidades entre paisanos.
Ciertamente Daniel Medina y Mario Navas reúnen los ingredientes básicos para la formación de este tipo de apasionamientos. Ayer, podía ser el día. Los dos chicos en su lugar de nacencia, con su gente y con ganado de la tierra, estaban obligados --es un decir-- a dar una tarde de toros, si no pletórica, cuando menos ilusuionante. Con esa esperanza, los dos mozuelos trenzaron el paseíllo en tarde entoldada, en el coso del paseo de Zorrilla.
La cosa empezó con mal bajío:el primero novillo de Brazuelas fue manso, huidizo y calamochón. se defendía tirando cabezazos a diestro y siniestro (más al diestro, naturalmente);una papeleta poco menos que imposible para un muchacho que está caligrafiando sus primeras letras en el difícil arte del toreo; pero por fortuna para toros, toreros y público, ahí quedó la cosa: el resto de la novillada (toda ella de preciosa lámina y trapío magnífico) ofreció notables embestidas, más o menos humilladas, a los dos contendientes que, poco a poco, fueron entrando en el camino del éxito con desigual fortuna.
Comenzó ya en el segundo novillo y ya los siguientes no pararon de embestir, mucho y bien. ¿qué ocurrió, pues, para que ni Daniel Medina ni su rival Mario Navas no los desorejaran a todos sin paliativos? Pues que ambos manejaron las espadas como antaño maricastaño manejaban las hoces aquellos primerizos mozos gallegos cuando segaban en Santa Eufemia: sin fuerza ni puntería. ¡Que manera de pinchar, santo Dios!: Mira que toreó bien Mario a sus novillos, con capa y muleta. Mira que Daniel Medina fue atemperánose y acoplándose a la nobleza bovina en los novillos, especialmente al jugado en tercer lugar en dos tandas primorosas al natural, lo que motivó que , a pesar de que la espada entró atravesada se le pidiera la oreja con fuerza y dio la vuelta al ruedo; pero es que era coger la espada de acero o la de descabellar y aquellos era de ver. Hasta los estoques de cruceta se pusieran saltarines y por poco causan algunas desgracia en el callejón o el tendido. En fin que toda buena caligrafía del toreo se emborrona si no se le pone la firma contundente: la estocada. Ése fue el talón de Aquiles de la novillada de ayer. Por momentos, pareció que estábamos a punto de declarar a Valladolid Capital Mundial del Pincho... taurino. tal fue el número de pinchazos y desbabeollos descabellados que se repartieron los novilleros, subrayados con los avisos correspondientes, que no dejan de ser un baldón indeseable para cualquier matador que se precie de serlo.
Manos mal que Mario Navas pinchó solo una vez y dejó después un estoconazo de libro, coronando su esplendida labor en el último novillo --todo un toro-- de Brazuelas que permitió al chaval explayarse con su toreo armonioso, limpio y bello. oreja de ley, aunque fuera en el tiempo de descuento. Nunca es tarde, si la dicha es buena.