La lucha de Noa por una educación inclusiva (de verdad)
Una recogida de firmas reclama más horas con los especialistas en lenguaje y motricidad en su colegio actual, para que siga siendo «una niña más» y evitar el cambio a otro centro motórico o especial, como propone Educación
Noa nació con un síndrome raro que afecta al desarrollo del lenguaje y la psicomotricidad, en su caso, lo suficiente como para necesitar un apoyo específico en el colegio pero no tanto como para ser escolarizada en un centro de educación especial. Al menos, no todavía. Así lo defiende su familia, que quiere que siga estudiando –en septiembre le toca pasar a Primaria– en el Tierno Galván de Parquesol donde lleva tres años compartiendo pupitre y realidad con compañeros que son un estímulo para su progresión. Se llama inclusión y es un derecho sobre el papel, pero requiere medios adicionales para que sea efectiva. Y esa es su reivindicación, que se dote el centro de los apoyos necesarios para que Noa siga siendo «una niña más». «Está adaptadísima; si ponen los recursos que necesita en este colegio, me quedo encantada», relata Laura, su madre, ante el incierto futuro escolar para su hija.
Mientras espera una reacción de Educación, no ella sino otras familias del colegio han empezado esta semana a recoger firmas. Han organizado una campaña en Change.org que en dos días suma más de 600 rúbricas y que llevarán a la Dirección Provincial de Valladolid para reclamar que cualquier alumno pueda beneficiarse de las adaptaciones necesarias «en favor de la diversidad» y «la equidad».
El de Noa es uno de esos casos que pone nombre al debate en torno a la educación inclusiva, avivado a raíz de la tramitación de la ‘ley Celaá’, en vigor, que prioriza la escolarización de los alumnos con discapacidad en centros ordinarios en detrimento de los colegios de educación especial. Aplicar esa filosofía, como sucede en otros ámbitos, depende de voluntad y de dinero, dos variables que suelen revelar las desigualdades entre unas autonomías y otras.
Si le pusieran una ‘persona sombra’, como existen en Navarra o Asturias, tendría una asistencia cualificada en su aula en todo momento, sin interferir en el desarrollo clase pero apoyada durante cinco horas al día», explica Laura al relatar la situación de otros menores de la asociación nacional de personas con síndrome 5p-, que así se llama la anomalía cromosómica que padece su hija con el consiguiente retraso madurativo. «Lo más complicado en los niños es el lenguaje» y muchos se comunican con signos o con un comunicador, explica. «Con Noa hemos conseguido que diga frases de cuatro o cinco palabras y consiga comunicarse, que era su mayor frustración».
«Como en esta Comunidad no existe esa persona sombra, pediría, como mínimo, que tuviera una hora al día de apoyo del profesional de audición y lenguaje (AL) y otra hora diaria de pedagogía terapéutica (PT)», dos especialistas dedicados a mejorar la comunicación y la psicomotricidad de los niños y cuyas horas son disputadas dentro de los colegios. Sería «lo mínimo» y supondría multiplicar el apoyo actual en este centro público, que ahora le brinda una hora a la semana de AL y hora y media de PT.
También considera que sería recomendable para su hija «y para otros niños del colegio», disponer de un técnico auxiliar que les ayude con la higiene y funciones básicas para niños con algún tipo de discapacidad.
La Dirección Provincial de Educación, sin embargo, no le ofrece ese refuerzo. Y le ‘invita’ a cambiar de centro. «Tengo otro hijo de ocho años y se va a quedar en este colegio. Si Noa acaba en otro centro es porque me están presionando para irme».
«Si Noa acaba en otro colegio es porque me están presionando para irme»
El equipo de orientación temprana le propuso que a partir de septiembre la niña combine dos nuevos colegios: que tres días a la semana acuda a un centro de educación especial y dos días a un colegio ordinario distinto al actual, con preferencia para alumnos motóricos y con más especialistas en plantilla para cubrir este tipo de necesidades especiales.
«Lo que quieren es que matricule a la niña en un colegio especial», cuenta. Sería el Número 1, en Covaresa, el único especial de la ciudad, su centro de referencia. Y sus padres no lo ven conveniente en este momento. «Somos conscientes de que va a terminar en un colegio especial, pero ahora tiene seis años y hasta los 21 puede estar en un colegio especial». Será «cuando llegue su momento», pero «ahora mismo aprende día a día, a su ritmo». «No tiene la capacidad de otros niños de seis años, es cierto, pero mientras avance, no quiero que vaya a un colegio especial, porque se puede parar su aprendizaje». Sería, dice, «cortarle las alas».
En un centro especial compartiría aula con discapacidades más severas, como niños «con parálisis cerebral, que no hablen o tengan un comportamiento disruptivo». A día de hoy, Noa se beneficia de estar con niños entre comillas ‘normales’, aprende como una esponja. Su problema de lenguaje ha mejorado muchísimo y eso se lo debe a un entorno neurotípico», apostilla.
De momento, ha firmado su desacuerdo ante dictamen de escolarización planteado el mes pasado. «Sería una barbaridad que la niña tenga que adaptarse a dos entornos escolares nuevos al mismo tiempo», argumenta. Y mientras pelea para que le ofrezcan los apoyos adecuados, ha solicitado plaza en tres colegios motóricos que le han «aconsejado» los orientadores. Se tata del Francisco Pino, que al menos está también en Parquesol, el Gómez Bosque, en La Victoria, y el García Quintana, en el centro de la cuidad. A día de hoy, este último es el único que ofrece vacantes.
«Todo el mundo habla por el bien de la niña e insisten en que el entorno social es lo más importante y que ese es el punto fuerte de Noa, pero si cambia de colegio entorpecen su sociabilidad».
«Lo que me duele es que tenga que buscar los recursos y no vengan los recursos al colegio donde está mi niña. Es una injusticia», añade. «Me han dicho que aquí no se puede quedar», sostiene. Aunque su convencimiento es que sí se podría. Es ‘sólo’ cuestión de medios.
«Hablar de inclusión es una utopía. Hemos avanzado mucho pero queda mucho por hacer», resume.
Laura cree que hay margen para exprimir las capacidades de su hija. Los neurólogos estiman para la niña una discapacidad intelectual leve-moderada, lo que la sitúa «dentro del 82% de alumnos con necesidades educativas especiales del país que pueden estar en colegios ordinarios, según datos del Ministerio de Educación» expuestos en la petición de Change.org.
«La Ley Orgánica educativa actual, indica, que el tipo de centro al que debe ir cada alumno o alumna debe atender el interés del menor y a la voluntad de las familias que muestren su preferencia por el régimen más inclusivo, es decir, los centros ordinarios». «¿Por qué entonces no dejan que Noa siga en su colegio? ¿se está incumpliendo la ley en Valladolid? Si la ley se cumpliera, tendrían que dotar al centro de Noa de personal y recursos para que pudiese cubrir las necesidades de este tipo de alumnado», continúa el texto para la recogida de firmas.
Esgrimen las familias que, lejos de suponer un problema para el aprendizaje de otros niños, contar con un alumnos con diversidad funcional en el aula «fomenta la empatía, el desarrollo de habilidades de liderazgo compasivo y adaptativo e incrementa la tolerancia», entre otros beneficios. «Nuestros niños crecen en una sociedad diversa con personas con trastornos del espectro autista, déficit de atención e hiperactividad, discapacidad intelectual, dislexia, trastornos del lenguaje, auditivos, de conducta, altas capacidades y un largo etc. La inclusión es necesaria y la Ley lo ampara».
Desde la Junta apuntan que la Cosejería de Educación «no obliga a ningún alumno a cambiarse de centro si no lo solicita la familia». Añaden que los recursos de cada centro se planifican conforme a las necesidades de su alumnado y que el Tierno Galván tiene dos personas y media de apoyos PT y 1 AL .