El doctor 'vallisoletano' de la última oportunidad
El jefe de cirugía pediátrica del Clínico, José María Pradillos, inmerso en otra expedición a Guinea-Bisáu para operar a niños sin recursos
Antes de su partida, José María Pradillos –jefe de Cirugía Pediátrica del Clínico de Valladolid– y el resto de sanitarios de su expedición a Guinea-Bisáu reciben un listado en el que aparecen los menores y la patología por la que esperan ser intervenidos. Cuando llegan a destino al lado de algunos de esos nombres hay un círculo negro. «A veces llegamos tarde».
No es lo más frecuente, pero sucede, y marca. Este doctor de 46 años lleva ocho invirtiendo días de vacaciones propios y sueldo en desplazarse hasta este país de África occidental para operar a niños que sin su intervención no podrían acceder a los servicios sanitarios: porque no tienen recursos económicos o porque los médicos autóctonos «no tienen habilidades quirúrgicas para llevar a cabo esas cirugías». O por ambas razones.
De ahí que formaran la asociación Solidarity Pediatric Surgery (Sopesur) para canalizar y organizar el trabajo solidario de los propios médicos, que proceden de distintas provincias de España y que una o dos veces al año se desplazan dos semanas para operar a alrededor de 60 niños en Guinea-Bisáu.
Los menores no saben que esos señores con batas verdes puede que les salven la vida, y que, como mínimo, se la mejorarán. De inicio, algunos reaccionan temerosos por esos extraños, aunque terminan adorándolos. «Los niños nos tienen miedo porque creen que les vamos a hacer daño», refleja Padrillos. Un aspecto comprensible ya que no es común que extraños con identidades ocultas entre mascarillas y cofias lleguen a su tierra para curarles. «Pero son muy buenos, y tras ver que no les haces ningún daño, que les tratas bien y que se curan, pierden el temor», señala, logrando con ello evitar la «condena» a la que están sumidos estos niños y niñas desde la infancia por sufrir malformaciones, que entre las familias de Bisáu genera escepticismo y rechazo: «Algunas familias creen que los pequeños tienen el diablo y, por ello, muchos son abandonados». Y más si se trata de niñas ya que, según explica el sanitario, «si nacen con un rasgo diferente, como una fisura labial, saben que no van a tener un futuro matrimonial y la supervivencia es menor». Pese a todo, explica que operan más niños que niñas, aunque su equipo intenta «operar a todos».
Las puertas de su quirófano ya se encuentran abiertas de par en par desde principios de esta semana, en busca de repetir el mismo éxito que lograron en sus experiencias previas en Liberia, Uganda o Kenia, bajo la coordinación de la asociación Sopesur.
Ahora han desembarcado en el Hospital Nacional Simão Mendes de Bisáu, movidos por la «necesidad» y por los «recursos limitados» que tienen allí. «No tienen nada», asegura Pradillos, que sustenta su respuesta en los gastos que conlleva la sanidad en África, desde los medicamentos hasta el suero, como verdaderos lujos al alcance de muy pocos. Estos salvadores se encargan de llevar aparatos médicos y material quirúrgico que, además, son comprados de su propio bolsillo. «La verdad que es relativamente caro. Lo llevamos y lo traemos para evitar tener que volver a comprarlo porque, probablemente, si lo dejáramos allí lo venderían», comenta.
Bisturíes eléctricos, monitores cardíacos, cajas de instrumental quirúrgico para operar fisurados o realizar neurocirugías. Todo ese material depende del listado con historiales individuales que reciba el equipo de Pradillos antes de partir, el cual se puede ver ampliado por nuevos nacimientos. Pero su labor va más allá de ofrecer a los pacientes el aparataje del que puedan disponer, también aportan conocimiento a los sanitarios del lugar. «Cuando terminan de estudiar medicina no tienen manera de formarse». De ahí que los cirujanos trasladados operan junto a los estudiantes para que se manejen en patologías que no pueden abordar «porque no lo han hecho nunca». Desde hipospadias, hidrocefalias hasta malformaciones anorrectales se incluyen entre las patologías difíciles de abordar por la «falta de habilidades técnicas».
En la mochila con la que llegan hay instrumental y también muchas historias. Las de quienes no logran sobrevivir pesan más para Padrillos. Como en un viaje anterior, el caso de un niño al que le habían intentado sacar una moneda y le perforaron el esófago antes de la llegada de los médicos españoles. Consiguieron operarle y estabilizarle, pero la escasez de oxígeno, vital para operar a más niños, provocó que se le tuviera que desconectar el respirador antes de lo deseado y terminara falleciendo. «En España esto no sucedería», lamenta. «Hay momentos de bajón, allí ves continuamente lo peor de este mundo». Pero también consiguen lo mejor, que tengan un futuro.
Rebuscando en sus recuerdos resalta dos casos en la balanza positiva, los pequeños tenían onfalocele (malformación de la pared abdominal) y mielomeningocele y lograron solventarlo.
El cariño marca el tiempo en el que este médico desempeña su labor en el país africano: «Cada niño que tratamos intentamos cuidarlo como si fuera nuestro», expresa el jefe de Cirugía Pediátrica del Clínico de Valladolid, que subraya también la importancia de los agradecimientos de padres que recibe tras una operación exitosa «porque les das una oportunidad que antes no tenían».
Un niño de Guinea-Bisáu, de hecho, fue operado el pasado año en el Clínico de Valladolid, bajo la gestión de Sacyl y en coordinación con Sopesur. Y ese vínculo queda para siempre, como muestra que Pradillos recibió recientemente la llamada del padre: «Me contactó para saber cuándo volvíamos a su país para poder vernos de nuevo».
En la otra cara de la moneda, la del «fracaso», se encuentra la de un niño con un tumor que querían trasladar al hospital vallisoletano, pero no hubo tiempo suficiente para que el viaje se llevara a cabo. Murió.
Cronómetro en marcha, Pradillos intenta exprimir al máximo todos los recursos que dispone hasta el 3 de abril para tratar a alrededor de 60 menores. Unas «vacaciones a África», como dirían sus hijas, orgullosas de la labor de su padre, que gasta sus días de descanso para atender a niños desconocidos a miles kilómetros de distancia. «Pero ven que yo soy feliz haciendo esto y están contentas por mí», expresa, sin vislumbrar el final del proyecto hasta que se cumpla su sueño: «Intentar que ellos, los médicos de allí, sean capaces de hacer lo que logramos nosotros sin la necesidad de que vayamos».