BARRIO A BARRIO | CALLES Y PLAZAS
La calle del ‘bueno de la familia' de Valladolid
En La Rondilla hay una calle que la cruza de punta a punta, conserva trasiego «pero menos que antes» y «vive de expectativas truncadas»: el derribo del San Juan de la Cruz, la prometida Ciudad de la Justicia o la marcha de la Residencia... Debe su nombre a Juan de Torquemada, teólogo, obispo y cardenal que algunos confunden con su cruel sobrino, sinónimo de la más dura Inquisición
Su nombre, o más bien su apellido, resuena a muerte . Quien más quien menos lo relaciona con las atrocidades de la Inquisición , pero se equivocan. Es una confusión habitual que se repite. Torquemada hubo muchos, pero el que da nombre a la vía que cruza La Rondilla de punta a punta no es el cruel inquisidor, sino su tío. Con un perfil muy diferente. La calle Cardenal de Torquemada debe su nomenclatura al teólogo, obispo y cardenal Juan de Torquemada (Valladolid, 1388 - Roma, 1468), que pasó a la historia por hechos bien distintos a los que perpetró su sobrino Tomás de Torquemada, el primer inquisidor general de Castilla y Aragón, conocido como el ‘martillo de los herejes’ que incentivó y organizó el fanatismo religioso y la sangrienta represión. Este ominoso personaje aún hoy es aludido en el barrio vallisoletano confundido con ‘el bueno’ de aquella familia.
Tras el mostrador de la droguería de José Luis, un clásico de la zona con más de cuatro décadas dando servicio a sus vecinos, el comerciante explica que esta calle « es más concurrida que las de alrededor porque comunica varias partes de La Rondilla» , y él mismo muestra cómo entre el vecindario no ha calado del todo el insigne que nombra esa vía. «Buf, ese era de lo peor de la Inquisición», apunta antes de descubrir que está en un error, que en realidad se trata del tío de aquel al que se refiere. «Ah, de la familia del susodicho no sé nada».
De lo que sí tiene constancia es de cómo han pasado los años para esta arteria principal del barrio . Una evolución que resume en un concepto que parece básico, pero entraña una frecuente realidad: «Nos hemos vuelto mayores» . Para José Luis Prieto la tónica general de la calle y del barrio es «la familiaridad », aunque también el envejecimiento . «Es gente sencilla, jubilados más bien. Con mi clientela somos como una familia, los conozco a casi todos». Si no fuera por el trasiego del tráfico y las inconfundibles cajas de ladrillos a las que el desarrollismo dio destino como vivienda para los humildes, las relaciones humanas podrían ser como las de tantos pueblos de la provincia. Estamos, en realidad, ante una calle que se asemejó a un pueblo, con sus pequeñas calles comarcales que confluyen en ella como cabeza de partido.
La misma fotografía se repite en varios establecimientos. La de la familiaridad y la de la vejez. Si comienzas Cardenal Torquemada por el lateral de San Pablo y dejas atrás el colegio El Salvador , el instituto Zorrilla y la antigua Residencia , cuyo edificio se destina ahora para un puñado de consultas y pruebas médicas, se encuentra el quiosco de Susana , ubicado allí desde hace 26 años.
El paisaje que lo rodea ha variado sensiblemente desde que llegó. Ahora es un punto de contrastes . Un moderno mural verde, rojo y azul cubre la fachada más próxima y da una nota de color a un tramo apagado por el esqueleto de lo que fue el colegio San Juan de la Cruz, derribado para convertirse en sede de la Seguridad Social , pese a la oposición vecinal que prefería aprovechar la dotación para los vecinos.
Una parada en este puesto de chuches da varios titulares sobre ante qué calle se está. El primero se resume en que engloba varias calles en una. No sólo por su elevada longitud, sino porque tiene formas muy distintas a medida que se avanza en ella. «Yo solo puedo hablar de este trocito porque más adelante no tiene nada que ver», aclara Susana de la Fuente , quiosquera que condensa la vida allí en una declaración de intenciones truncadas: «Este trozo de calle vive de expectativas que nunca se cumplen. La promesa de la Ciudad de la Justicia, que llevamos años y años... La del colegio San Juan de la Cruz, que ahí sigue con la obra interminable de la Seguridad Social, la de la antigua residencia que desde que se fue bajó muchísimo la actividad. Antes paraba ahí el bus y el paso de peatones se llenaba de gente. Fue mucho cambio aquello».
Ella también incide en que «es un barrio de personas mayores» . «Me siento favorecida porque un negocio como el mío son los clientes que leen la prensa de papel, por ejemplo. Y también los conoces, vienen y charlan contigo porque algunos pasan tiempo solos», apunta.
Más adelante hay unos soportales, algún local vacío, el despacho parroquial, una inmobiliaria, un kiosco con puerta, bares, la droguería de José, una lavandería y la peluquería Jesther Peluqueros. Allí está Jesús Niño , de 62 años y propietario de este negocio que sopla 37 velas, aunque él lleva toda la vida viviendo en las proximidades e indica que Cardenal Torquemada «es una de las entradas al barrio y desde aquí van distribuyéndose el resto de calles». Relata, además, lo diferente que la encuentra respecto a su infancia.
« Era un barrio obrero de gente que venía de los pueblos a la ciudad porque entraban a trabajar en Fasa, en Nicas (Nitratos de Castilla) ... Hace muchos años esto era casi como un pueblo. Era todo tan cercano que si llegaba a casa y no estaba mi madre preguntaba a cualquiera que me encontrara y me respondían pues ‘ en la tienda de Matías ’, en el Kiosco de Teín, en la pastelería de Celia... Ahora ya no. Ya es más impersonal , ese encanto de la cercanía del pueblo se ha perdido. Algunos se trasladaron a otras zonas de la ciudad porque como se construyó en su día tan rápido no había ni ascensores». El peluquero Jesús habla sobre su época como alumno del San Juan de la Cruz. «Cuando era pequeño estaba dividido a la mitad por una vaya y arbustos. A la derecha según entras estaban las chicas y aunque en el cole no nos dejaban jugar juntos lo hacíamos a la salida».
Este vecino recuerda cómo al principio, cuando tenía apenas 5 años, «sólo estaba el edificio de Tirso de Molina y el de la calle Oración» . «Esto eran huertas. Jugábamos en la puerta de casa al fútbol y si venía un coche, gritaban ’¡Un coche!’ y nos parábamos para verlo pasar. Era un pueblo con costumbres de pueblo. Y poco construido. Me asomaba a la ventana y veía el barrio España, pero creció rapidísimo, muy deprisa por la industrialización, y por eso son casas básicas de 60 metros cuadrados sin cochera ni ascensor, que ya se han ido poniendo».
Más adelante aparece otro establecimiento de los de toda la vida, la confitería artesana Julimar. Aunque estrictamente pertenece a la calle Garcilaso de la Vega , su puerta ahora abre por Cardenal Torquemada . Noelia lleva ahora el negocio familiar y cuenta cómo su clientela «es gente de todos los días, que viene a por el pan, se llevan un pastel...» y cómo «siempre ha sido por lo general un barrio de gente mayor».
Así lo atestigua también Julia Rodríguez , 14 años al frente de un despacho de pan y leche. «No hay casi niños. Hay muchos menos de los que había» , y llega a las mismas conclusiones que el resto: «Nos conocíamos todos. Antes estaban todos los negocios abiertos y el bullicio era lo normal. Pero pasa el tiempo y la calle sigue siendo transitada, aunque la mitad de lo que había».