La vida subterránea de Valladolid
Concha vivió en una casa cueva de Trigueros hasta que una nevada la sepultó y se asustaron / Los túneles de Villalón, aliados del contrabando, esconden historias con las que Luis creció / La provincia atesora multitud de patrimonio subterráneo
Concha tenía apenas trece años cuando la gran nevada del 56 la echó de casa para siempre . «Como Filomena, a lo grande fue». Un manto de nieve sepultó su peculiar hogar en Trigueros del Valle, en Valladolid, y el de sus vecinos. Vivían bajo tierra, en cuevas excavadas en la ladera que preside la ermita mozárabe de la Virgen del Castillo, pero bien a gusto hasta entonces: «Nuestra casa no tenía nada que envidiar a las que había abajo en el pueblo», presume mientras se acuerda de cómo ese fenómeno meteorológico provocó que la mayoría decidiera abandonar las casas cueva, algunas hoy restauradas y visitables. «Mis hermanos cogieron mucho miedo», cuenta esta octogenaria vallisoletana, una de las pocas vecinas actuales de Trigueros que habitó una vivienda de ese tipo. Aunque la caída de aquellos copos supuso el fin de una forma de vida para muchos, también fue una muestra de la unión vecinal: los lugareños «de abajo» se afanaron en cavar un túnel para que pudieran salir y así uno a uno fueron acomodándose en las casas de familiares o allegados.
Fue por esa época del siglo pasado cuando dejaron de habitarse las casas cuevas que ahora los turistas visitan en Trigueros , tras una iniciativa municipal por el que dos permanecen abiertas al público y llegarán a ser 9. Ofrecen una especie de «viaje en el tiempo para descubrir cómo era la vida en ellas en el siglo XVIII y a mediados del XX», explica Conrado Giralda , edil al frente del proyecto de recuperación y restauración de este tesoro patrimonial. «De posible origen medieval, el cinturón amurallado en el Cerro de Santa María del Castillo, en el que se levanta la ermita y tuvo el pueblo su primer asentamiento, da cobijo a estas singulares casas. Las únicas de este tipo visitables de la provincia».
Una provincia, la de Valladolid , que por si no tuviera suficiente en su gran superficie, atesora además un seductor patrimonio subterráneo que va emergiendo como reclamo turístico. Pero, sobre todo, como testigo excepcional de una historia que quedaría incompleta e incomprensible si no se adentra bajo tierra.
Villalón con su centro de interpretación; las casas cueva de Trigueros ; bodegas como las de La Seca, Nava del Rey, Rueda o Cigales , visitables en rutas del vino; los barrios de las bodegas de Mucientes y de multitud de pueblos más; las bodegas reconvertidas en restaurantes en Peñafiel , Cabezón y un largo etcétera... La provincia atesora multitud de este tipo de patrimonio que cada vez más foráneos también descubren.
Una ruta improvisada para este reportaje parte a 22 kilómetros de la capital, en las cuevas de Trigueros que habitó Concha junto a «muchos otros niños». Esta octogenaria relata cómo se tomaban «sopas de suero y luego, al castillo a jugar». El termómetro a media mañana baja a negativo. Abre la puerta de la casa cueva Conrado Giralda. Impresiona tanto que aquello pudiera estar habitado, como verlo ahora sin habitantes, ya que camas, aperos, objetos, bombillas o quinqués para dar luz sí que están allí. Una hilera de 9 fachadas formaban «un recinto amurallado de los siglos IX hasta el XII y servían de frontera del Reino de León», explica Giralda. Allí estuvo el primer asentamiento de Trigueros. «Cuando ya se estabiliza el Reino, los vecinos se bajan por la comodidad porque por ejemplo tenían que desplazarse a por agua».
Es un día gélido y la niebla impide disfrutar de la deslumbrante vista habitual: «Desde aquí se ven hasta los cortados de Cabezón o el cerro de San Cristóbal» , comenta Giralda, a quien siempre le gustó lo arqueológico, y añade que «las noticias a León capital llegaban en día y medio. Eran noticias básicas, códigos de humo y señales luminosas». También señala que «hasta mediados del S. XX. las casas cueva las utilizaban familias más humildes, nuevas familias o jornaleros, y cuando andaban económicamente mejor se bajaban al pueblo».
La fachada es abierta, lo que procuraba a sus moradores luz natural en varias estancias, y su ubicación única, en esa ladera, le ha servido de garantía para subsistir, aunque fuera bajo un manto de tierra, porque «en la provincia hubo otras que se dinamitaron porque el Gobierno de Franco las consideró insalubres, como en Cabezón , pero las de Trigueros se salvaron por estar junto a la ermita», aclara Conrado. Expone además que los techos no hubo que construirlos y que eran planos. Se servían de la piedra caliza y excavaban el resto. Una imagina algo así como una ardua labor de minería donde el tesoro era tener un techo para vivir y cobijarse.
Lo primero a lo que se accede en el interior es un zaguán que comunica todas las habitaciones. Cocina y dormitorios, por lo general, hacia el exterior; «la zona económica, horno, pesebres y cuadra, al interior». La sorpresa inicial la da la temperatura. «Son viviendas bioclimáticas. En invierno es más fácil y en verano más fresco». En alguna había horno comunitario, pero en todas lumbre y sobre las baldosas de encima se tumbaban para calentarse. «Cuando estábamos malitos o el día de Reyes nos dejaban traer el colchón y dormir aquí más calentitos» , apunta Concha sobre ese rincón tan especial. Era tanta la vida con los animales que daban calor, que cuando pasó el suceso más trágico que sobre este espacio se recuerda no es de extrañar que estuviera involucrado un burro. «Hubo un derrumbe y una mujer y un burro quedaron atrapados», afirma Conrado. Concha tiene ese recuerdo más difuso. «¿No fue una mujer con un reloj y ella murió y al reloj no le pasó nada?». Lo curioso es que apenas quedan burros mientras un antiguo reloj despertador está colocado encima de una repisa cerca de la cama de una de esas casas reconstruidas.
A poco más de 40 kilómetros, en plena comarca de Tierra de Campos , se encuentra uno de los tesoros bajo tierra de la provincia: el centro de interpretación del patrimonio subterráneo de Villalón. Y es que esta tierra sabe un rato de vida por el subsuelo. La actividad clandestina bajo tierra llegó a ser el sustento de la superficie.
José Luis nació en Villalón hace 64 años y durante su infancia y juventud en el municipio escuchaba «infinidad de historias» sobre los túneles que cruzan por debajo Villalón de punta a punta. Este pueblo resuena bajo los pies. Se pise donde se pise existe la seguridad de que debajo hay parte de un laberinto que en algunos momentos alcanza varios pisos de profundidad, de bodegas y pasadizos que sirvieron antaño (entre el S. XVIII y el XX), además de para la elaboración de vino y el almacenaje, para el contrabando . «Villalón fue la capital del contrabando en el siglo XIX, del estraperlo principalmente de telas y tabaco. En el subsuelo está hueco, como un hormiguero», asegura Daniel Pérez , técnico de Turismo. «El subsuelo del casco histórico está prácticamente horadado por excavaciones de diversos tamaños. Las bodegas se remontan a los siglos XVI y XVII».
Su compañera Rosa Andrés explica cómo «en el siglo XVIII la importante actividad mercantil cae en decadencia y la manera de vender la mercancía a un precio más económico era no pagar impuestos». Los conocidos como fielatos que había que abonar a la entrada de las mercancías y que se burlaban de noche entrando y saliendo bajo tierra. Y de ahí las historias que cuentan unos y otros al calor de una caña o de un café en los puntos de reunión del municipio.
Allí se encuentran José Luis, Óscar y Rafael que se ríen contando anécdotas, aunque avisan: «A lo mejor son leyendas, pero se han oído siempre». « Se decía que en una bodega entraba un carro y salía a 3 o 4 kilómetros sorteando los puntos donde había que pagar los fielatos». También señalan que un día al año celebran su peculiar recurso y «es el día de las bodegas». «Aquí casi todo el mundo tiene la suya , alguno la ha tapado y otros la tienen de almacén o de merendero. Ese día alguno la abre y compartimos», relatan.
Como si de un completo mundo al revés se tratara, ese universo oculto también tiene su templo: un aljibe aún difícil de datar, con entrada de ladrillo, de ese ladrillo mozárabe que estremece con unas resonancias góticas en el interior, como un trozo de la imaginaria Gotham hecho realidad: «Un depósito de agua sin manipular», indica Rosana Andrés. Y rescatado no sin esfuerzo. «El proyecto municipal se inició en 2015. Hubo obras de adecuación en la parte del acceso, pero el resto se mantiene tal cual y se están llevando a cabo los correspondientes trabajos de investigación que permitan datar con exactitud su antigüedad y origen». Esta construcción hídrica es visitable desde hace un lustro y cuenta con paneles informativos (audio explicativo incluido). En ellos puede leerse cómo «cuentan los paisanos de Villalón que ante la presión de los Reyes Católicos por hundir el mercado principal que tenía esta villa, a base de impuestos, en beneficio de Medina del Campo, se vieron obligados a la clandestinidad y el contrabando utilizando grandes túneles que comunicaban todo el pueblo, aún ahora se oyen los pasos y el griterío si tienes al osadía de escuchar en el subsuelo».
La provincia está plagada de pasadizos, sótanos y bodegas. Muchos particulares las conservan para uso privado y también hay quien las explota como restaurante, sirve Peñafiel como un claro ejemplo o El Bodegón El Ciervo de Cabezón de Pisuerga , entre muchos más.
Mucientes es otro de los enclaves referentes en los que las bodegas cobran protagonismo. Hay más de 200 subterráneas agrupadas en los barrios de San Antón y de San Pedro , del que forma parte la Bodega Aula de Interpretación. «En el siglo XVI se sacan del casco urbano y se sitúan fuera de la cerca de la villa», exponen desde el ayuntamiento. « La mención escrita más antigua de este barrio de bodegas es del año 1528 . Recorriendo las sendas que lo atraviesan el visitante descubrirá una arquitectura popular exponente de la riqueza etnográfica, tanto del municipio como de la región, por representar formas de vida, trabajo o relación de las gentes con el medio», agregan.
También en Nava del Rey sacan partido a este filón a través de una bodega municipal, que «surge de la unión en el s. XVIII de cuatro primitivas bodegas situadas bajo un convento de Madres Capuchinas». Nava ha unido fuerzas con La Seca promocionando hace unos meses una ruta conjunta para descubrir sus proyectos «de recuperación de patrimonio industrial subterráneo». «Ambos ayuntamientos han hecho un esfuerzo de intervención en recuperación patrimonial para dar valor a estos elementos que entroncan perfectamente con el pasado histórico vinculado a la vinicultura», subraya Cristina Hernández , técnica de Turismo de La Seca, cuya bodega subterránea municipal del s. XVIII representa en sí misma «un relato histórico singular de la época de máximo esplendor en el cultivo de la vid» . El municipio está, cómo no, trufado de múltiples galerías bajo tierra. «Espacios subterráneos industriales que durante siglos se emplearon para producir y almacenar afamados vinos dorados y que hoy en día forman parte del patrimonio material lasecano», apunta.
Siempre ha estado ahí, pero no fue hasta hace apenas cuatro años cuando por las obras de remodelación de la plaza de baile de la localidad se halló el acceso a una galería subterránea «formada por dos cañones en perfecto estado» que han visitado numerosos turistas. Hernández incide en un aspecto muy positivo del proyecto: «Han participado vecinos y vecinas a través de la aportación de sus testimonios y visitas a sus bodegas subterráneas de carácter familiar». «Conserva elementos arquitectónicos originales que permiten descubrir cómo se elaboraba el vino en aquel contexto histórico. Se producían y almacenaban más de 44.000 litros, que junto con otros miles del resto de bodegas lasecanas, hasta un total de 264 en 1752, según el Catastro Marqués de la Ensenada, demuestran que La Seca era la mayor despensa de vinos blancos, dorados, de la comarca en el s. XVIII».
Para quien quiera conocer bien la provincia de Valladolid, el territorio se le está duplicando. De seguro habrá más hallazgos. Tengan a mano el quinqué de nuestros días, el móvil, y pulsen la aplicación de la linterna. La de mapas no sirve de nada en ese mundo. Qué aventura.