BARRIO A BARRIO | CALLES Y PLAZAS
La calle señorial de Valladolid entre el bullicio comercial y la clausura
Ya se llamaba así en el siglo XIV y debe su nombre a una dama portuguesa que vivió en la casa de Las Aldabas, derribada en 1962. Hoy es una calle en la que conviven el bullicio comercial y la rigurosa clausura de las monjas dominicas de Porta Coeli, conocidas como ‘Las Calderonas’
Las calles, como las ciudades de las que forman parte, tienen su historia. Unas más que otras, claro, pero no resulta exagerado asegurar que Teresa Gil , una de las calles peatonales en pleno centro de Valladolid, atesora un pasado tan rico en acontecimientos y patrimonio como para llenar un amplio capítulo de la ya extensa historia de la ciudad. Pero el paso del tiempo se cobra su tributo y la que fue una calle monumental, con un rico patrimonio arquitectónico, apenas conserva hoy algunos vestigios , pocos, de su pasado, enquistados entre las nuevas construcciones de una vía moderna y comercial.
Sorprende, de entrada, la longevidad de su nombre. Teresa Gil ya se llamaba así en el siglo XIV , antes de que Colón, quien murió no muy lejos de allí, en el desaparecido convento de San Francisco, descubriera las Américas.
La calle heredó su denominación de una dama portuguesa que vivió a finales del siglo XIII. Al parecer, aunque no está confirmado, Teresa Gil residió en la conocida como casa de Las Aldabas , ubicada frente a la que hoyes Residencia Universitaria de Postgrado Isabel la Católica. Derribaba en 1962, esta casona, llamada así por tener empotradas en su fachada once aldabas de hierro, siguió los pasos de tantos edificios que encerraban un rico pasado histórico, pero no por eso se libraron de la piqueta. Fue en esa casa donde nació Enrique IV , hijo del rey Juan II y hermano de Isabel la Católica.
El hilo de la historia, que entreteje su red de forma silenciosa, quiso que la casa de Las Aldabas y sus huertas pasaran por varios manos antes de recaer en Rodrigo Calderón , un noble vallisoletano que construyó la iglesia que todavía existe y el convento de Porta Coeli , hoy ocupado por monjas dominicas, también conocidas como ‘las calderonas’ en honor a su benefactor. En el convento descansan los restos momificados de Rodrigo Calderón, mientras los de Teresa Gil se encuentran el monasterio del Sancti Spiritus de Toro.
El mismo destino que la casa de Las Aldabas siguió el convento premostratense construido en lo que hoy es el colegio García Quintana , en la confluencia de Teresa Gil con la plaza de España. Derribado a principios del siglo XX, sobre sus ruinas se levantó la antigua Escuela Normal, que luego paso a ser el centro escolar que es hoy.
Y del pasado al presente. De aquella Teresa Gil por la que paseaba don Rodrigo Calderón a la vía comercial que es hoy han pasado cinco siglos. De haberse mantenido como estaba entonces, Isabel Berjón , la propietaria del único quiosco que hay en la calle habría tenido una vista privilegiada a la casa de las Aldabas. «Fue una barbaridad que la derribaran» , afirma Isabel, quien tomó el testigo al frente del quiosco de su madre, Carmen Sánchez , ya fallecida. Conocedora de la historia que esconde la calle, Isabel explica que por delante de su negocio, y señala al suelo de la calle, discurría un ramal de agua procedente de las Arcas Reales que llegaba hasta el antiguo convento de San Benito , hoy reconvertido en dependencias del Ayuntamiento
Su quiosco es como una pequeña isla en la plazuela que hay junto a la iglesia de San Felipe Neri y desde allí ve a los miles de transeúntes que pasan cada día por Teresa Gil . Isabel recuerda cuando además de peatones, por la calle circulaban vehículos y cómo en la plazuela en la que tiene su kiosco «aparcaban los coches». Pero de eso hace ya mucho tiempo.
Para esta ‘superviviente’ al frente de un negocio como el de los kioscos, que ha visto cómo se cerraban muchos de los que antes se encontraban en plazas, calles y locales de la ciudad, la conversión de Teresa Gil en peatonal «fue un acierto» , aunque tampoco el cambio es garantía de supervivencia para los establecimientos.
También aquí hay locales con el cartel de se alquila y algunos cerrados, con la persiana metálica bajada, una imagen que pone la nota negativa en el paisaje comercial de la calle.
«A Teresa Gil le falta un poco de chispa», afirma Roberto Ramírez , al frente de la tienda de regalos Javier ubicada en esta calle, una de las tres que tiene esta conocida firma. Lleva 18 años en el establecimiento, un tiempo en el que ha visto cómo Teresa Gil «ha ido cambiado para mejor y tiene todavía mucho que cambiar».
De los primeros años recuerda que era «una calle muy lúgubre», una sensación hoy desaparecida al pasear por ella , aunque Roberto advierte de que «no es la calle de Santiago», con un flujo intenso y constante de personas. «Aquí hay ciertas horas», afirma cuando se le pregunta por el trasiego de gente durante el día.
En el número 6 se mantiene uno de los establecimientos más antiguos de la calle junto con la tienda de Justo Muñoz: Joyería Zurro . Su propietario, Germán Zurro , recuerda que fue su abuelo el que inició el negocio allá por 1935, hace 88 años. Los Zurro llegaron a tener dos tiendas, en los números 4 y 6, hasta que en 1990 cerró una de ellas. En los últimos 88 años esta familia de joyeros ha visto los cambios experimentados en la calle hasta ser lo que es hoy. Recuerda Germán que ya pasaba por allí cuando era «muy pequeño» y ahora, al frente de la tienda, considera que Teresa Gil «está bien», sobre todo por ser peatonal.
Ajenas al bullicio y a la actividad comercial, las ‘calderonas’, las monjas dominicas que habitan el convento de Porta Coeli , viven su rigurosa clausura. Su contacto con los visitantes que acuden a comprar las pastas que salen de su obrador se realiza a través de un torno. El comprador deposita el importe en el torno y a la vuelta recibe las perronillas o las rosquillas, entre otros dulces que ofertan en su ‘carta’.
Al otro lado del torno, Sor Margarita recuerda que eran 25 las monjas que había cuando ella llegó al convento con 16 años. Transcurridos 64 años desde entonces, hoy solo quedan ocho religiosas .
Pese a su estricta vida conventual, saben de los cambios operados en la calle por las salidas obligadas al médico y Sor Margarita, con 64 años de residente en Teresa Gil, aunque en una existencia dedicada al rezo, alejada del mundanal ruido, ha comprobado que Teresa Gil «ha cambiado mucho».