Cerrar

PUENTE DUERO

El barrio de Valladolid que fue conocido como el «Benidorm de Castilla» por sus 3 playas

Como «Beniduero» fue conocido este barrio vallisoletano en los 70 y 80 del siglo pasado por sus tres playas y un camping a las que acudían hasta 10.000 personas en un espacio recreativo que años más tarde acogió Pingüinos

Bañistas en la playa del barrio Puente Duero en 1968.- ARCHIVO MUNICIPAL VALLADOLID

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

Creado:

Actualizado:

Hubo un tiempo (no demasiado lejano) en el que en la ciudad de Valladolid había más de una playa . Y no la de las Moreras. Por los años 70, 80 e incluso principios de los 90 del siglo pasado, un plan de domingo o de verano consistía en pasarlo en este barrio (que llevaba poco siéndolo) de las afueras. Bocata o chiringuito, toalla, sillas en el mejor de los casos y hasta barcas para alquilar. «Lo llamaban ‘Beniduero’ . Como el Benidorm de Castilla», rememora el actual presidente de la asociación de vecinos de Puente Duero, Juan Carlos Prieto. 

¿Y por qué no? Muchos veteranos ciudadanos de Valladolid aún asocian inmediatamente Puente Duero con el único lugar de respiro que podían permitirse. Llegar allí era un pequeño viaje de una decena de kilómetros, pero un viaje al fin y al cabo, en el que, gracias a la masa de pinares que le separaban de una ciudad todavía no tan extendida, les llevaba a un mundo rural sin las carencias de la Castilla profunda. Y hoy, cuando las mejoras urbanísticas llevan el sello estético del Ayuntamiento de Valladolid, existe algo en Puente Duero de personalidad diferenciada, dentro y fuera de sus habitantes. Se es más de Puente Duero que de Valladolid, sea cual sea la forma administrativa que lo defina. 

Ese enclave que todavía muchos confunden con un pueblo por su aspecto, servicios y distancia con el casco histórico, pero que desde 1960 el Ayuntamiento de Valladolid lo convirtió en un barrio más de la ciudad (no sin litigios previos). Antes era un término difuso. Fue pedanía, pueblo...  

Característico es su puente, tanto que propició su denominación.  Una estrecha construcción que parte al barrio en dos. Cuenta la Guía de arquitectura de Valladolid, de varios autores, que lo más probable es que fueran los romanos quienes trazaran el tendido original para salvar las aguas, pero el puente ha sido destruido y construido al paso de un sinfín de conflictos. El último, la voladura del arco central en la invasión francesa. Su reconstrucción es básicamente la que ahora se conserva.

Poco después de formar parte del censo de la capital, vivió lo que algunos vecinos consideran «su época de esplendor». Sus tres playas se abarrotaban, tal y como puede observarse en las imágenes que aún custodia el Archivo Municipal. «Hasta 8.000 y 10.000 personas» congregaba a las orillas del Duero. 

No sólo era destino puntual, había quien se trasladaba todo el verano a la zona. En concreto, alrededor de 200 familias cogían sus bártulos y se iban a pasar tres meses de verano al camping que estaba al lado. Tal era la raigambre de ese camping que hasta se formó una asociación de usuarios. «Recuerdo de niño la vida que había alrededor de las playas. Estaba la nueva, que era la primera que se encontraban, a la izquierda, los que venían de Valladolid; la vieja, pasando el puente, y la de debajo del puente, más pequeñita, para los del barrio», enuncia Prieto, que además de tirar de recuerdos ha investigado sobre los orígenes de un lugar en el que lleva toda su existencia, y lo ha plasmado en el libro Puente Duero Moradores . «A la hora de la retirada, sobre las ocho, había una veintena o treintena de autobuses. Aquello era una locura de gente. Llegó a tener una decena de bares».

Pero la condición de destino casi turístico no duró. El entorno natural que había privilegiado a los vecinos se volvió en su contra. A mediados de los 90, «la Junta recordó que se trataba de una zona de protección especial y se cerró el camping», explica el presidente vecinal. A los dos o tres años le siguió la playa. Hubo manifestaciones vecinales «para que activaran el uso de la playa» que no cambiaron aquellas decisiones. 

De su antiguo populoso esplendor veraniego tuvo un breve recordatorio en lo más profundo del invierno, como sede de la concentración motera de Pingüinos . Un largo fin de semana que recreaba el jolgorio y abultaba el trabajo y los cierres de caja de los negocios. Pero eso también cesó tras la convocatoria de 2014.

A solas con su río, que lo divide sin el bullicio de antaño, Puente Duero siguió su rumbo encaminado a su condición de lugar de descanso, pero esta vez solo para los residentes. Por vez primera en la historia, sus habitantes (unos 1.300) se han quedado a solas. De hecho, tiene todos los ingredientes de ‘barrio dormitorio’. Dividido por el puente que le da nombre, en una parte, la del bulevar principal, están los principales servicios como el colegio, la farmacia, la iglesia, el kiosco, la carnicería, consultorio médico... además de viviendas, y en otra hay fundamentalmente casas, dos bares y la gasolinera.

Dispone de un colegio que rejuvenece sus calles, no muy numerosas, de algunos negocios como cinco bares o una tienda tipo súper. Pero si algo añora gran parte del vecindario es «un supermercado grande para no tener que ir a otras zonas de la ciudad cuando se necesitan hacer compras grandes. Ojalá». Cuenta la rumorología que hace unos pocos años una transacción económica que no fructificó casi lleva un Mercadona a sus calles, pero por el momento, es sólo una demanda insatisfecha, después de verse cumplida hace unos años otra petición histórica: que el bus urbano parara con una frecuencia razonable. Así, consiguieron que el ayuntamiento actual aceptara reducir de una a media hora el tiempo entre rutas. 

«Lo mejor de vivir aquí es la tranquilidad; lo peor, que no tenemos de todo y que hay que moverse», comentan algunos lugareños.  Y es que la vida en esta zona tiene tintes de la rutina rural . «Es verdad que es como vivir en un pueblo, pero sin serlo. Tenemos servicios de la ciudad. No hay c así actividad comercial, pero es un sitio agradable en el que residir», celebran desde la asociación, y señalan que crecen «despacio», pero crecen. «Pronto se iniciará otra promoción de unas 20 viviendas», subrayan.

Con todo, permanecen peculiaridades de su pasado. Por ejemplo, Puente Duero fue conocido antaño, entre otras cuestiones, por los melones. Famosa era esta fruta del lugar y eso pese a que, en realidad, los melones que vendía una veintena de familias no procedían en realidad de esa tierra, sino de Madrid. «Algunos se iban a Asturias o a Cantabria a hacer la temporada de melones», indica Juan Carlos Prieto. Otros se dedicaban a la leña dada la masa forestal alrededor. «Se ponían donde ahora está Covaresa y la vendían». En la actualidad, cualquiera que pase al lado del puente ve el tradicional puesto de sandías y melones de la familia Llorente .

Un repaso por la historia de Puente Duero lleva el origen de este enclave al asentamiento de transeúntes con ganado del siglo XVI, que veían que había espacios para instalarse y, además, a mesones y hospederías para dar servicio a la gente que cruzaba la zona de paso. Es más, durante varias décadas las viviendas fueron levantadas de manera ilegal hasta que en la época de Javier León De la Riva se regularizó la mayoría.

Llegaron incluso a tener un casino , ya en 1920, donde se jugaban los caballos y carruajes. 

Pese a la aparente armonía con el medio ambiente que se respira en el lugar, no siempre fue así. El río, siglos antes de servir de reclamo principal, fue un enemigo inesperado. En 1860 Puente Duero (que recibió varios nombres como ‘Esparragal’ antes del definitivo) sufrió una gran riada que arrasó las construcciones. Hasta la iglesia. Algunos vecinos se marcharon para siempre, otros, se refugiaron en cabañas en el pinar. «Con las piedras de la iglesia derruida se volvieron a construir poco a poco las casas cuando el río bajó. Pero, mientras, gente de Valladolid y de los pueblos próximos (como Viana o Villanueva) les acercaban pan y víveres porque no tenían nada». De aquel ejemplo de vecindad queda el recuerdo y unos décimos de lotería que algunos vecinos adquieren cada Navidad que terminan en esa señalada fecha.

Otra anécdota de unión habla de cuando un conocido bandolero del siglo XVII, apodado Matamoros , que atracó varias veces el cargamento de vino que pertenecía al Rey, se escondía en Puente Duero. «Llegaba la guardia del Rey y todos negaban haberlo visto, aunque sabían dónde ese escondía», comenta el presidente vecinal. «Es esa picardía ha caracterizado a los vecinos siempre» . Lo dicho, reine la administración que reine, Puente Duero es Puente Duero.