SAN PEDRO REGALADO
El barrio de Valladolid de calles no aptas para bomberos
Hace setenta años que empezaron a construirse las primeras viviendas que constituyen el germen de lo que hoy es el barrio / Siete décadas después, mantiene su estructura de casas bajas y calles estrechas, que impiden la entrada de camiones de Bomberos
Una placa colocada en la calle Villalón en 2002 recuerda los cincuenta años de la fundación del barrio de San Pedro Regalado. Hace ya veinte años de aquella efeméride, que evocaba las primeras construcciones levantadas en la década de los años cincuenta del siglo pasado. Ubicado al noroeste de la capital, lleva el nombre del patrón de Valladolid , el santo franciscano nacido en la calle Platerías al que se le atribuye el milagro de amansar un toro escapado de la lidia que amenazaba a la población.
La figura del toro a los pies del santo domina el barrio desde la veleta instalada en la torre del agua, el punto más alto de San Pedro Regalado. Con una población que no llega a las 3.000 personas, es un barrio pequeño, cerrado al norte por la Ronda y delimitado por la carretera del cementerio y, al oeste, por el barrio de España.
Cuando empezaron a construirse las primeras viviendas este enclave estaba alejado de la ciudad. El lugar más próximo que podía asemejarse a una infraestructura urbana era el cementerio del Carmen, construido en 1840, un siglo antes de que empezaran a ponerse los cimientos de San Pedro Regalado.
Las crónicas sobre los orígenes del barrio recogen que nació como un emplazamiento para la clase obrera. Fue el patronato de San Pedro Regalado, cuyo primer presidente fue el arzobispo de Valladolid Antonio García, el que promovió el desarrollo de esta zona , que luego impulsaría uno de sus sucesores: el también arzobispo Marcelo González, vallisoletano, de Villanubla, a la postre cardenal primado de España.
A nadie se le había ocurrido hasta entonces que un barrio podía llevar el nombre del santo patrón de la ciudad y el protagonismo del patronato a la hora de promover la construcción de viviendas llevó a bautizarlo como San Pedro Regalado.
Las primeras casas se entregaron en el año 1952 y a partir de ahí el núcleo original creció como si de un pequeño pueblo en el extrarradio de la ciudad se tratara. Con calles estrechas y viviendas bajas, de dos alturas, el barrio conserva en gran medida su antigua estructura, aunque el imparable desarrollo urbanístico de la ciudad también dejó aquí modernas construcciones y bloques de pisos. La plaza de Carmen Ferreiro, rodeada soportales, hace las veces de plaza mayor y mantiene el aire de ambiente rural que tuvo el barrio en sus comienzos.
Tras las viviendas, a comienzos de los años 60 se inauguró la iglesia de San José Obrero y de aquella época data también la escuela infantil Emáus , que cerrará este curso tras 63 años de presencia ininterrumpida.
Fundada a iniciativa de arzobispo Marcelo González, entonces responsable del Patronato de San Pedro Regalado, el prelado animó a las Misioneras de Jesús, María y José a instalarse en el barrio, entonces en pleno desarrollo. La andadura toca ahora a su fin - será al acabar el curso cuando eche el cierre- aunque las cuatro religiosas de la comunidad seguirán en la casa fundada en los años sesenta. Para la presidenta de la asociación de vecinos, Patricia Abarquero, la comunidad de Emaus es «un lugar entrañable y un punto de encuentro» y considera el cierre «una gran pérdida».
Unido a la ciudad por la línea 2 de autobuses, el cordón umbilical que atraviesa toda la capital desde San Pedro Regalado a Covaresa , al sur, el barrio ha visto cómo Valladolid, tan distante cuando empezaron a construirse las primeras viviendas, se ha acercado hasta unirse.
En la parte más próxima a la ciudad, el plan parcial Los Viveros, aprobado en 2006, avanza y acabará por juntarse con el viejo barrio. La previsión es construir 900 viviendas en las 24 parcelas de los Viveros, que pasará a ser la retaguardia de San Pedro Regalado hasta el límite con el río Esgueva. De hecho, Abarquero afirma que San Pedro y Los Viveros, pese a construirse con sesenta años de diferencia, son zonas hermanadas ,
Y aunque pertenece al barrio de Belén, el Campus Miguel Delibes de la Universidad de Valladolid, con sus facultades, sus centros científicos, el Instituto Universitario de Oftalmobiología Aplicada, IOBA, y, entre otras dotaciones, el centro de idiomas y los apartamentos para estudiantes, ha contribuido a dinamizar todo el entorno, un efecto que también alcanza a San Pedro.
Transcurridos setenta años desde que llegaron los primeros pobladores, la presidenta de la asociación vecinal no duda al señalar que «San Pedro Regalado es un buen sitio para vivir», aunque, como en todos los sitios, siempre hay cosas que mejorar. Hay algo, sin embargo, que no tiene remedio. La estrechez de las calles impide el acceso de los camiones de bomberos . «El barrio se construyó cuando no había automóviles», señala, a modo de explicación, Abarquero.
Barrio tranquilo, de los que en contadas ocasiones aparecen en los titulares, no por eso los vecinos han dejado de reivindicar si las circunstancias lo exigían.
Ya lo hicieron cuando la ausencia de un servicio tan básico como el agua provocó una insurrección que llevó a los vecinos a levantar las calles y excavar zanjas para desplegar las tuberías. Abarquero admite que San Pedro Regalado estuvo «un poco abandonado», pero considera que la colaboración vecinal ha contribuido para que «el aspecto del barrio sea bueno» y añade que «no existen problemas de convivencia».
Entre las asignaturas pendientes, cita la renovación de los juegos infantiles del parque de la Campiña, el lugar de reunión de los más pequeños. Pese a que es una de las peticiones habituales que presentan a los presupuestos participativos, asegura que al ser un barrio con escasa población y con pocos votantes en el proceso que se abre cada año para elegir las propuestas que luego se ejecutan, al final no está entre las que pasan a la final. Aún así, asegura que «en estos últimos años se ha trabajado bien con determinadas concejalías» y han sido atendidas «las demandas, aunque no todas».
Que el barrio mantiene cierta semejanza con un pueblo lo demuestra el hecho de que solo hay una tienda y dos bares . Con dos grandes superficies próximas, mantener un comercio parece una empresa complicada, aunque la presidenta de los vecinos asegura que la única existente tiene una clientela fiel, en especial entre los residentes más veteranos.
Pese a ser un barrio «por el que la gente no pasa», la presidenta vecinal subraya que de un tiempo a esta parte existe un flujo de «parejas jóvenes» que se instalan . Son el relevo generacional para una zona que necesita savia nueva.