Diario de Valladolid

PATRIMONIO EXPOLIADO

De Valladolid a Nueva York. Las 500 pesetas que el magnate Hearst pagó por la reja de la catedral

El Metropolitan de Nueva York, que aún sorprende al visitante que descubre la reja catedraliza vallisoletana, guarda joyas de León, Zamora, Burgos, Soria o Palencia

Una imagen de la reja de la Catedral de Valladolid ya en el Nueva York. | MET

Una imagen de la reja de la Catedral de Valladolid ya en el Nueva York. | MET

Publicado por
Julio Tovar
Valladolid

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Seguro que no fueron pocos los vallisoletanos que hace unas semanas se sonrieron cuando a su teléfono móvil llegó uno de esos vídeos que de cuando en cuando parecen viralizarse. Quizá usted fuese uno de ellos. Ya sabe, uno de esos vídeos de TikTok que primero llega tu pareja, y antes a tu suegra, y mucho antes al enterado de tu cuñado. Y todos tienen la feliz ocurrencia de mandárselo a uno por separado. En esta ocasión, la pieza, de poco más de minuto y medio, procedía de @viajeroextranjero, con 88.000 seguidores, cuya responsable compartía su asombro por encontrar en el Metropolitan de Nueva York la reja de la Catedral de Valladolid. ¿Le suena?

Y sí, casi cien años después del desmantelamiento y posterior venta de la obra del maestro rejero Rafael Amezúa –unos años después de su retirada de la seo vallisoletana, junto con dos púlpitos gemelos que fueron vendidos... y recuperados en los ochenta, uno de ellos, y hace unos meses, el segundo–, después de mucha tinta vertida, de tanto en tanto, sobre las andanzas de Arthur Byne –el arquitecto y marchante que se hizo con ella en 1929– en nombre del todopoderoso William Randolph Hearst, que pagó 500 pesetas por la reja de la Seo de la Catedral de Valladolid , aquello sigue causando asombro, incluso entre los vallisoletanos.

En estos días tan propicios para deleitarse con el patrimonio, en plena Semana Santa, por qué no recordar que hubo otras –un sin fin– ‘rejas’; que hubo otros ‘Hearst’ que asolaron lo nuestro, extranjeros y nacionales; que hubo otras piedras y hierros removidos de aquí para allá –recordemos, sin ir más lejos, que la fachada del desaparecido Hospital de la Resurrección de Valladolid y la portada de la iglesia del monasterio jerónimo de Nuestra Señora de la Armedilla, en Cogeces del Monte, también en la provincia, adornan el entorno de la céntrica Casa Museo de Cervantes en la capital castellana –. 

Pero conviene ir más allá para recordar expolios mucho más dolorosos que el relatado por la citada tiktoker. El caso más sangrante, también profusamente documentado, es el de la ermita mozárabe de San Baudelio, en la localidad soriana de Casillas de Berlanga. La Capilla Sixtina de Castilla la denominaba José Jiménez Lozano, mutilada hace unos cien años, en un proceso estrambótico que se prolongó entre 1922 y 1926. Poco importó su declaración en 1917 como Monumento Histórico Artístico. 

La génesis del desastre, como relata Gonzalo Santonja en Museo de Niebla. El patrimonio perdido de Castilla y León, «nace de la laguna sin fondo de la avaricia miope y rampante» . La avaricia, claro, de los pocos habitantes de la zona y del registrador de la Propiedad de Almazán, Francisco Marina Encabo –éste trincó por partida triple, comisionista de ambas partes y su representante legal cuando tuvieron que defenderse ante un tribunal–, que acordaron con un tal León Leví la venta por 75.000 pesetas de una veintena de las pinturas románicas del ábside de la iglesia . Era un 29 de mayo de 1922. Unos días después, sus operarios ya se afanaban en el expolio.

De nada sirvió, como recuerda Santonja, que la Guardia Civil pusiera freno al disparate y apresara a unos y otros. Ni las protestas, de la Universidad, por ejemplo. Terminado el pleito –Leví se defendió diciendo que arrancaba aquello para conservarlo mejor–, el Tribunal Supremo falló que los vecinos podían vender las pinturas y el marchante, comprarlas. Leví logró llevar los frescos al marchante norteamericano Gabriel Derepee, el verdadero promotor del expolio, que acabó vendiendo el lote al Museo de Boston o al Metropolitan de Nueva York. De nuevo el MET, que aún hoy conserva en su sede de The Cloisters (Los Claustros), al norte de Manhattan, casi una decena de ellos.

Con todo, el despropósito culminó, por así decirlo, allá por 1957, cuando Franco intercambió el ábside románico de la iglesia de San Martín de Fuentidueña , en Segovia, por seis de aquellos frescos que habían sido depositados en el centro neoyorquino, y que hoy se custodian en el Museo del Prado. Uno puede encontrar en internet el documental que realizó Christopher Noey sobre el viaje del citado ábside castellano.

Una imagen de los trabajos en la iglesia de San Martín de Fuentidueña, en la España de los cincuenta, cuyo ábside fue enviado al Metropolitan. MET

Una imagen de los trabajos en la iglesia de San Martín de Fuentidueña, en la España de los cincuenta, cuyo ábside fue enviado al Metropolitan. MET

Respecto al MET, en sus salas  se pueden encontrar, por citar algunas obras que un día partieron de estas tierras, una placa de marfil del siglo XII con el viaje a Emaús y la aparición de Jesús a María Magdalena , procedente de León; una pintura sobre tabla de una Santa Ana con la Virgen y el Niño atribuida al Maestro de Osma; también la escultura en piedra de un león triunfante sobre un dragón, probablemente de comienzos del siglo XIII, que un día adornó la entrada principal de la iglesia de San Leonardo, en Zamora, y que hoy descansa junto a las piedras un día arrancadas de Fuentidueña; una escultura en piedra caliza de una Santa Margarita de Antioquía realizada en Burgos; un conjunto en piedra caliza, del siglo XII, con una escena de la adoración de los reyes magos que una vez adornó un templo de la localidad burgalesa de Cerezo de Río Tirón; pedazos del manto con el que fue enterrado don Felipe Infante (m. 1274), hermano de Alfonso X, que salieron de Palencia allá por la primera mitad del siglo pasado –su sepulcro se encuentra en la iglesia de Santa María la Blanca de Villalcázar de Sirga– para caer en manos de empresarios como Jacob S. Rogers o Isaac D. Fletcher; un crucifijo en cobre, del XII, realizado en Santo Domingo de Silos y adquirido por el banquero George Blumenthal... La lista es enorme, y en ella no falta ni una talla de Alonso Berruguete.

En aquella España depauperada de los años veinte, las piedras eran... piedras . Nada más. Pensemos, por poner un ejemplo, que casi ochenta años antes, en Ponferrada, el ayuntamiento había dado el visto bueno para usar su castillo templario como cantera local y que en 1923, hacía lo propio para levantar en su interior un campo deportivo. Tal era la sensibilidad –escasa– de aquellas gentes con su patrimonio.

Aquello, pues, era campo abonado para que floreciesen los sueños de magnates como Hearst. Y por aquí ‘deambulaba’ en 1925, con el citado Arthur Byne interpuesto, comprando por unos 40.000 dólares el claustro, refectorio y la sala capitular del monasterio segoviano de Sacramenia , desmontado piedra a piedra. «Tablas, lienzos, sillerías, artesonados... todo se le representaría juego de niños en comparación con el golpe presente: el de un robusto edificio, bien cimentado, a descomponer con prisas pero también con sumos cuidados; miles y miles de piedras para embalar», advierte el autor de Museo de Niebla. Caja a caja. De Sacramenia, en carreta a la estación de Peñafiel; de ahí, en tren, para el puerto de Valencia, con destino a Nueva York y a su rancho en San Simeón, California.

Una imagen de las cajas con las piedras de Sacramenia, ya en EEUU

Una imagen de las cajas con las piedras de Sacramenia, ya en EEUU

La postguerra, recordaba en su libro el actual consejero de Cultura, no lo puso fácil. «El patrimonio pesaba, por aquí goteras, más allá grietas, acullá paredes desvencijadas» , describía el autor. En ese contexto, por ejemplo, se enmarca otra venta, la que hizo el arzobispo de Burgos Luciano Pérez Platero con el Palacio Episcopal de Arcos de la Llana. Por 25.000 pesetas se lo vendió a un industrial harinero de la zona que necesitaba ampliar sus infraestructuras. Para su propia gloria, eso sí, se reservó las doce columnas del claustro, regaladas al dictador para la reconstrucción del Palacio de la Moncloa a finales de los años cuarenta. No todo iba a parar a Nueva York. Al desmontar el claustro del palacio, claro, el segundo piso del palacio se vino abajo, aunque tampoco parecía importarle mucho al propietario de La Comercial.

Y si una residencia veraniega cuatro veces centenaria se despachaba por 5.000 duros, entre siete  y poco más de 30 podían valer la talla de una virgen de la soriana Gómara o un crucifijo de marfil custodiado durante siglos al norte de León. Esas sumas, relata Santonja en su publicación, fue las que soltó el catedrático, escultor y coleccionista Frederic Marès Deulovol en su obsesiva caza de antigüedades. «Recorrí España entera, una y mil veces, y en mi peregrinar recogí cuanto encontré por los caminos santos del Señor», escribió sin empacho el catalán en sus memorias El mundo fascinante del coleccionismo y las antigüedades. Tanto reunió, que en los años cuarenta abrió en Barcelona el Museo Marès. 

Un grupo posa junto a una escultura del templo desmontado de Fuentidueña. MET

Un grupo posa junto a una escultura del templo desmontado de Fuentidueña. MET

En su misión –«gozó de toda suerte de privilegios, con abundantes recursos y libertad de acción, facultado para entrar en clausuras y resuelto a su favor, a instancias del Poder, el enfadoso trámite de los permisos», se describe en El patrimonio perdido de Castilla y León–, Marés tampoco dudaba en mutilar templos, desmontándolos y llevándoselos consigo, como hizo en la burgalesa Tubilla del Agua con la ventana románica de su campanario y su fresco –entre otras piezas–.

Publicamente reconocería que desde obispos hasta abadesas o curas párrocos acudían a él con alguna propuesta de negocio . No dejó una provincia de Castilla y León sin registrar, hasta lograr llevar a Cataluña todo cuanto pudo del arte románico y gótico que esta tierra no supo –o no quiso– conservar.

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