BAR CENTENARIO
La Ferroviaria, 120 años del templo del cachi y los 'ferropuntos'
Este bar centenario de Valladolid aglutina clientela intergeneracional / Vende más de 4.000 cachis a la semana
Entre pellejos del vino, pisándolos y jugando, los más pequeños se entretenían ajenos a la preocupación de sus mayores. Sonaba la alarma y familias enteras se apresuraban a bajar a la bodega de la ‘Ferro’. No iban a consumir, sino a protegerse de los bombardeos hasta que las sirenas indicaran que era seguro volver a la superficie. El ritual se repetía a menudo. Fue un refugio durante la Guerra Civil para aquel que quería guarecerse de las bombas. El establecimiento hostelero junto a la estación de trenes trascendía ya antaño el concepto de bar como tal y se convertía en el punto seguro de cientos de vallisoletanos. Y de otros tantos que venían de fuera. Viajeros y trabajadores de la compañía ferroviaria.
Hace ya 120 años, los que cumple esta taberna centenaria, el leonés Luciano Álvarez cogió el local y lo abrió La Ferroviaria como bar y, desde entonces, ha seguido a pie de calle creciendo a la par que la ciudad, aunque tratando de mantener la esencia de sus orígenes.
Sin embargo, los registros revelan que antes de esa fecha probablemente también estuviera en marcha como posada . El actual propietario, José Luis Martínez , revela que en la primera aparición del edificio en el registro de la propiedad «figuraba como almacén de telas con siete u ocho habitaciones con pozo». «Tenía agua e imaginamos que fue una posada».
Tras la etapa inicial ya como bar, alrededor de 1945 se hizo con el negocio Vicente Muñoz Rodríguez , quien, en palabras del actual empresario hostelero, se convertiría «en alma mater de la Ferroviaria».
«Era un bar de ferroviarios prácticamente, frente a unas naves, junto a los talleres. En Renfe trabajaba mucha gente a doble turno y pasaban antes y después del trabajo», explica el actual propietario sobre una época en la que el bar «no cerraba en todo el día».
Y como el día da para mucho, también «sirvió también en la postguerra para el intercambio. Llegaban los trenes de mercancías. Eran los tiempos del estraperlo y por esa tapia había mucho trapicheo», relata.
Había clientes que pasaban aquí más tiempo que en su casa. Había tanta clientela que no se podía atender a todo el mundo así que ponían en la barra 400 copas, 200 de suave y 200 de orujo. Llegaba la gente dejaba el dinero y se iba. Daban comidas y también dejaban que se trajeran la comida para calentarla. Jugaban partidas...
Y con 29 años José Luis Martínez tomó el relevo y se hizo cargo de La Ferroviaria. Venía de trabajar en un bar de copas de la calle León, manteniendo las timbas de cartas y a la clientela más fiel –por lo general clientes mayores– se propuso llegar también al público joven. «Empezó viniendo un grupo de estudiantes de Química que conocía, hacían las fiestas de la facultad aquí, y terminaron pasando todos, de Enfermería, Medicina... de todas las facultades».
Y el relevo generacional llegó pero lejos de quitar espacio al cliente más tradicional, convivieron ambos perfiles. « Aquí cabían y caben todos », apunta Martínez.
Así surgió un nuevo espacio donde tan pronto pedías unas patatas guisadas en uno de los comedores, como bajabas a la bodega a tomar unos cuantos –muchos– cachis de calimocho. «Luego aproveché la época en la que estaba permitido el consumo de alcohol de baja graduación entre los 16 y 18 años y puse de moda el cachi », confiesa quien regenta lo que podría entenderse como el templo de estos vasos grandes de alcohol.
El sobrenombre está más que justificado: «Solemos vender 4.000 cachis a la semana ». Y entre cachi y cachi surgió una idea. En 1992 introdujo los ya famosos ferropuntos . «Es una moneda de curso legal, más antigua que el euro», bromea este hostelero sobre una iniciativa que solo la pandemia ha frenado.
El modo de empleo se coge a la primera. Por cada cachi que se compre, te obsequian con un ferropunto y estos después se canjean por bebida, patatas, pizza, croquetas... Con la pandemia pararon y ahora está viendo cómo los hace «un poco modernos». «Lo estoy estudiando, los quería virtuales, pero aún no lo he logrado», comenta.
«Es increíble la cantidad que damos. Sólo en sábado se han llegado a reservar mesas para beber de 700 personas, más los que llegan después».
La disposición del establecimiento poco ha cambiado en estos años y es, en parte, a propósito, para mantener una esencia intrínseca a este local. En la parte superior, dos comedores, un salón y el patio. Y en la de abajo, la mítica bodega por la que han pasado miles de vallisoletanos.
Y entre sus paredes hay recuerdos a la vista, como cuadros con fotos antiguas, relojes, radios y artilugios de antaño, y otros escondidos en la memoria de quienes frecuentan este lugar. « Aquí ha nacido gente , los hijos del anterior dueño, Vicente, nacieron aquí; sin embargo también ha muerto gente. Si es que hemos vivido de todo».
Un habitual falleció en el comedor. Y su hija regresó a los pocos días «para pedir esparcir sus cenizas en el patio». Lo hizo. «Claro que sí, es algo bonito», apunta orgulloso Martínez.
Hasta un atraco a mano armada reciente que se impidió con rápida intervención de tres clientes, que sacaron a un encapuchado a empujones y se enfrentaron a otro atracador en la calle, que terminaron huyendo.
Trazar el perfil del cliente tipo es un desafío ímprobo. Lo mismo el resultado da un grupo de amigos que no llegan a los veinte, que una cuadrilla de 50 o una pareja de cualquier rango de edad. «Este bar se merecería un estudio sociológico. Viene gente de todas las edades y condición social, y están en armonía», presume este hostelero, testigo de cómo los hábitos han ido cambiando. «No tienen nada que ver las cosas ahora con la historia de antes. Se trabaja menos y los gastos son más grandes. Los hábitos son distintos, por ejemplo con la ley del tabaco o los controles de alcoholemia... las sobremesas son más cortas; los horarios, también. Un día de diario hace 40 años había un montón de discotecas abiertas en Valladolid».
De cumplir 120 años no puede presumir cualquiera , y para tan significativa fecha José Luis Martínez quiere celebrar algún acto de agradecimiento. «Ya casi como mi despedida sin serlo. No me voy, pero me gustaría hacer algo para devolver a la gente su confianza».