DISCOTECA SIETE SIETE | 26 AÑOS DE LA TRAGEDIA
El incendio mortal en la disco de moda que sobrecogió a Valladolid
El fuego desatado en la discoteca Siete Siete en octubre del 96 causó 4 muertes
«Nos dijeron que había fuego en la Siete Siete y nos fuimos para allá sin saber qué nos íbamos a encontrar», relata Jesús González , por aquel entonces (en 1996) un bombero casi novato, que está a punto de jubilarse.
Esos fatídicos minutos aún se repiten en su mente y en la de más de un compañero. Se han quedado para siempre. Sonó la alarma del parque de bomberos en la madrugada del sábado al domingo, pasaban las 6.15 horas de ese 6 de octubre y la mayoría de la ciudad dormía, pero un inesperado y voraz fuego despertó a La Rondilla.
Al límite de lo que era su horario de cierre, la discoteca Siete Siete, un sótano cuyas escaleras se recorrían como última pista para alargar la noche de fiesta, expulsaba a la superficie de la calle llamas y humo por las dos puertas del establecimiento de la Avenida Santa Teresa número 34, en La Rondilla . La de emergencia y la habitual.
«Un cliente salía con la cabeza en llamas» , recuerda Jesús González del servicio que más huella ha dejado en su historial. Se refiere a Rafael Barca, uno de los seis heridos de aquel incendio en el que murieron cuatro personas, dos de ellas bomberos. Barca terminó con quemaduras en la mitad de su cuerpo.
Cuando Jesús y el resto del operativo se desplazaron hasta el lugar del siniestro, les informaron de que la mujer que trabajaba en el guardarropa y una amiga que la acompañaba no habían salido aún. «Nos dijeron que regresaron dentro a por algo que habían olvidado y no se las volvió a ver. Salía mucho humo y nos fue muy difícil entrar», cuenta. «Fuimos directamente abajo y encontramos a las dos fallecidas. Seguimos extinguiendo el incendio».
Ellas eran Lucía Escudero, de 51 años, que atendía el guardarropa y dejó cuatro hijos , y María del Carmen Velasco, una clienta de 37 años natural de la localidad segoviana de Cuéllar.
Pero aún quedaba por recorrer un círculo más dantesco. « Tratábamos de contactar con dos compañeros y no contestaban . No trabajamos más de 20 minutos seguidos y siempre vamos por parejas. Cuando quedan cinco minutos de aire, con el silbato te avisan para salir, pero no salían».
Y con esa preocupación se adentraron más en el infierno. «Encontré al sargento José Luis Vidal (de 39 años y con tres hijos) tendido al lado de la puerta y a su compañero Juan Carlos Matarranz (de 34 años y con un hijo), en medio de la pista. Parecía que los dos habían fallecido, pero inmediatamente pedimos ayuda para que vinieran más compañeros y entre varios los sacamos en volandas. Intentamos hacer todo lo posible por si había alguna posibilidad de que estuvieran vivos, pero nada. Fue muy duro. Un shock...». Lo más probable es que «un movimiento del techo al suelo del local, a una temperatura extrema, les causara un colapso extremo».
Ambos fallecieron en acto de servicio y a ambos cada año el cuerpo de bomberos de Valladolid los recuerda con el memorial que combina el apellido de los dos: Vidal-Matarranz . Este domingo una carrera urbana de 8 kilómetros partirá del parque de bomberos de la calle Mieses para «homenajear a los bomberos fallecidos en acto de servicio». «No los olvidamos», subraya González.
Entre los heridos se encontraban otros dos bomberos: los suboficiales Gerardo Abia y Francisco Arias .
El origen del fuego aún se desconoce. Indica Jesús que creen que pudo deberse a que «una zona decorativa de la parte de arriba inflamable que prendió el techo», pero en el parte figura «origen desconocido».
A la discoteca se entraba bajando la escaleras. «Fue una ratonera», apunta Jesús. «La puerta de salida y la de emergencia estaban además muy cerca, y con todo lo terrible que fue, podría haber sido aún peor. A esas horas ya había poca gente, pero si llega a suceder dos horas antes con la discoteca llena, muchos no hubieran podido salir», apunta.
Reconoce este bombero que aquello le «impactó» como nada antes. Y no sólo a él y al resto de la plantilla. «Nos conmocionó a todos y también a la ciudad. Llevaba poco en el parque y me afectó mucho. Eran dos compañeros y sabíamos que podía pasar algo así, pero a la vez no éramos conscientes. Durante mucho tiempo se repetía en mi cabeza ese día. Y todavía hoy me sigo acordando, sobre todo cuando se acercan estas fechas».
El incendio sobrecogió a Valladolid entera. Basta observar la imagen del multitudinario funeral para comprobarlo. «Impresionaba ver cómo se volcó la gente».
Los efectos de aquel suceso se siguieron percibiendo pasado el tiempo. «En los siguientes cinco o seis años la mayoría de los bomberos que estuvieron en el siniestro fueron buscando otras opciones que no fueran primera línea , todo el mundo tenía familia y aquel día nos dimos cuenta de lo que podía pasar. La gente quería un lugar más cómodo, o mediante ascenso o pidiendo ser conductores...».
A costa de tan duro aprendizaje, también puso el foco en la seguridad de este tipo de establecimientos. «Desde entonces, las discotecas como la Maraca o Charlot estaban más controladas; se aseguraba que las paredes de verdad fueran ignífugas para que en un caso similar no ardiera todo el local».
A pesar de la desgracia del Siete Siete, no todo fue un legado de desolación. Desde aquel 1996 han entrado en plantilla varias promociones nuevas y con una de ellas un nuevo compañero que apenas era un niño cuando sucedió el incendio de la discoteca de Rondilla: es Jaime Vidal , hijo del sargento fallecido aquel día.
Con «orgullo» habla de su padre y del homenaje que cada año recibe del cuerpo. «Siento orgullo, eso es lo principal. La gente me dice estos días si estoy triste por lo que pasó, pero sobre todo soy un hijo orgulloso . Son cosas que pasan, nunca ha vuelto a suceder nada parecido, pero es un riesgo que no se puede evitar al 100%», afirma.
Y como tal, le agrada compartir guardia con compañeros de su padre y que le cuentan historias vividas. «Me encanta escucharles. Aunque cada vez quedan menos, alguno sigue, y cuando empiezan a contarme no paro de preguntar».
Sobre de dónde sacó la vocación, pese a ser apenas un niño de cuatro años cuando se produjo el incendio, afirma que «desde siempre». « Desde el primer día que en casa me pusieron el casco en casa supe que quería ser bombero. Y cuesta entrar, pero ahora que lo he conseguido lo estoy disfrutando».