«Fue un alivio por fin el silencio de no oír el bombardeo»
El convento deshabitado de Medina de Rioseco acoge a dos familias ucranianas: «Jamás le desearía a nadie la situación que se vive allí». Otras familias llegan a Cogeces, Matapozuelos, Villalón de Campos y Serrada tras la guerra: «Lo más duro fue la despedida de los familiares y los amigos porque no sabes si los volverás a ver»
«Estoy como en un shock. Todavía lo recuerdo como una pesadilla que hemos vivido allí». Son, en palabras de Raisa, los restos que quedan de la guerra en Ucrania. Esta madre reside en Medina de Rioseco con sus tres hijos en el convento de las Clarisas junto con otra familia, acogidos a través de la fundación catalana Acció Familiar y del Ayuntamiento del municipio. Ahora asegura estar más tranquila «porque sé que mis hijos no corren peligro».
«Lo único que pedíamos es que nos mandara Dios adónde realmente nos hiciera falta estar», expresa Eugenio, el padre de la segunda familia que vive en este convento con cinco siglos de vida, deshabitado desde 2018 y cedido al Ayuntamiento por la antigua comunidad de monjas. Huyó con Alisa, su esposa, y sus siete hijos. Tenían claro desde el momento en el que estalló la guerra que se marcharían. A diferencia de otros, él pudo irse con ellos por ser familia numerosa.
«Solo queríamos ir a España. De hecho, estuve estudiando en casa por mi cuenta el castellano», cuenta Eugenio con la ayuda de Lyudmyla, una mujer ucraniana que colabora con el Ayuntamiento del municipio como intérprete d e las dos familias acogidas. «No sabíamos cómo vivía aquí. No sabíamos económicamente cómo se vive en España; socialmente. Nada, pero lo teníamos ahí, que queríamos ir a España».
Raisa no sintió «nada» al llegar de madrugada a Paredes de Nava, Palencia, lugar desde el que se desplazó a la localidad vallisoletana. Asegura que «fue un alivio por fin el silencio de no oír el bombardeo, de estar tranquilos». Explica que en el ambiente de la calle había «muchísimo miedo». Ya en España, el mayor de sus hijos, Daniel, de 16 años, la consoló. «Mamá todo ya se ha terminado. Estamos salvados. Ya no hay guerra» . A pesar de la calma, confiesa estar preocupada por la familia que está en Ucrania. Le gustaría traerlos. «Los que deberían querer son ellos y no quieren». Alisa y Eugenio comparten el mismo sentimiento y también el deseo de sacar a su «gente» del país. «Están viviendo en continuo estrés», explica la madre. «Lo más duro fue la despedida de los familiares y los amigos porque no sabes si los volverás a ver», expresa Eugenio.
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Raisa estaba en su trabajo cuando supo sobre un bombardeo. « Primero oí la sirena. Luego, oí fuertes explosiones y luego me enteré por un canal que tenemos allí», narra . Cuando vio 42 misiles en el cielo decidió dejar su pueblo natal, próximo a Dnipró. «Entré a casa y cogí todo lo que pillé y lo metí en el bolso. Nos montamos en el tren». Antes, avisó a su madre, que intentó convencerla para que no se marchase, quien, finalmente le dijo que Dios la ayudase. «Si no fuera por mis hijos, nunca hubiera salido de aquí», afirma.
El estallido de la guerra llegó en medio de la normalidad, según Alisa y Eugenio. «De hecho, el día que anunciaron que empezó la guerra los niños se estaban vistiendo para ir al colegio». Algunos padres comunicaron que no iban a llevar a sus hijos a la escuela . «Cuando empezamos a oír las sirenas, nos escondimos unos días en el búnker». Conforme pasaba el tiempo, «nos estábamos dando cuenta de que esto iba a ir a peor», momento en el que decidieron marcharse de su ciudad, cerca de Dnipró. La noticia fue inesperada para sus hijos. Juntos fueron en coche hasta Leópolis. Una vez allí, con la ayuda de amigos, sin tener que aguardar su turno en las largas colas, cruzaron la frontera en una furgoneta de ayuda humanitaria. Su mayor preocupación era el camino antes de llegar a Polonia. «Sabíamos que no iba a ser fácil porque podrían disparar a toda la familia».
«Jamás le desearía a nadie la situación que se vive allí», expresa Eugenio. «Hagan lo posible ahora en tiempos de no guerra para salvar la situación», agrega . Las dos familias ahora quieren escolarizar a sus hijos y buscar un empleo. Eugenio recibió alguna oferta y está a la espera de una entrevista de trabajo. Raisa llegó con sus hijos el Lunes Santo, de madrugada. Lyudmyla los recibió junto al chófer. «Cuando le dije a esta mamá que tenía que venir con nosotros a Medina de Rioseco, se abrazó a mí; se puso a llorar. La verdad es que se me ponen los pelos de punta», cuenta. «Ellos llegaron con un bolso de mano y una bolsa muy pequeñita donde llevaban sus cosas más imprescindibles», narra.
Varios ayuntamientos vallisoletanos mediante la fundación Acció Familiar y SOS Ucrania acogieron a 48 personas ucranianas. Un autobús aterrizó en Paredes de Nava, Palencia, lugar desde el que fueron llevados a Viana de Cega, Villalón de Campos, Cogeces, Medina de Rioseco, Matapozuelos, Alaejos y Serrada. Mayorga recibió también a familias del país en guerra. Paredes de Nava y Cantalapiedra, Salamanca, acogieron a una parte de estas personas.
Lyudmyla fue testigo de su llegada. Fundamentalmente eran mujeres y niños. «La imagen era impactante porque iban como desubicadas, las miradas perdidas; los niños llorando. Era duro». Pilar Fuste, presidenta de Acció Familiar, cuenta que «se han colocado en este primer viaje 78 personas». Comenta que vendrán más familias a Palencia, Paredes de Nava y a Valladolid capita l. Ahora buscan otro lugar porque «vendrán en principio de nuestra organización unas cien personas».
Eugenio no durmió la primera noche que pasó en Medina de Rioseco «pensando a dónde hemos llegado». Cuenta que el municipio los recibió «con mucho cariño». Lo que más le gusta «es que es un pueblo tranquilo». Ahora, lejos de la guerra en su país, junto a Alisa y los niños, Eugenio cuenta que para él «el momento más feliz» es poder abrazar a sus hijos.