Diario de Valladolid

Gregorio Fernández y Juan de Juni, los dos grandes rostros de la imaginería vallisoletana

Procedentes de Lugo y Francia, Fernández y Juni trabajaron para las cofradías de Valladolid en un momento de pujanza de la ciudad

Rostro del monumento a los imagineros de Valladolid. -E. PRESS

Rostro del monumento a los imagineros de Valladolid. -E. PRESS

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Redacción de Valladolid
Valladolid

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La Semana Santa de Valladolid aúna en su imaginería a dos de las grandes figuras de este arte sacro:  Gregorio Fernández y Juan de Juni . Su legado escultórico pueden volver a contemplarse en las calles tras dos años de ausencia. 

Procedentes de Lugo y Francia, Fernández y Juni trabajaron para las cofradías de Valladolid en un momento de pujanza de la ciudad que se reflejaba en los encargos que éstas hacían para sus pasos procesionales.

El mayor de ellos fue el francés Juan de Juni, nacido en 1506 en la población borgoñona de Joigny, de ahí su apellido, quien ha pasado a la historia como uno de los grandes transformadores de la escultura castellana junto a nombres como el palentino Alonso Berruguete.

Jean de Joigny comenzó a formarse en el país galo y, posteriormente en Italia, antes de viajar a la península ibérica para encargarse de la construcción del Palacio Episcopal de Oporto (Portugal), contratado por el obispo Pedro Álvarez de Acosta, informa Europa Press. 

En 1533 cruzó la frontera para participar en la decoración de la fachada del convento de San Marcos en León, donde fue responsable de los relieves del Descendimiento y de la Resurrección , así como del altorrelieve del Nacimiento de Cristo en el claustro y de la sillería del coro.

En 1537 trabajó en la iglesia de San Francisco de Medina de Rioseco y en años posteriores atendió encargos en Salamanca , donde ejecutó el sepulcro del arcediano Gutierre de Castro en la Catedral Vieja; en el Burgo de Osma (Soria), para ocuparse del retablo mayor de la Catedral, y Ciudad Rodrigo (Salamanca), en la que fue autor del sepulcro del obispo de Zamora Antonio del Águila.

En 1540 se trasladó a Valladolid para realizar la obra  'El entierro de Cristo' del sepulcro del obispo de Mondoñedo fray Antonio de Guevara. Desde entonces instaló su taller en la ciudad del Pisuerga, donde permaneció pese a desplazamientos puntuales para cumplir con encargos en Medina del Campo (Valladolid), Segovia, Ávila, Palencia y hasta Orense y Barcelona.

Juan de Juni falleció en Valladolid en 1577, sólo un año después del nacimiento en Sarria (Lugo) de Gregorio Fernández, quien tomaría el relevo como gran imaginero y uno de los mayores exponentes de la escultura barroca española.

En el estilo de Juni se refleja el patetismo expresivo propio del arte de su Borgoña natal y la grandilocuencia de los paños de sus esculturas heredado de Claus Sluter, junto a la influencia de su paso por Italia, especialmente de maestros como Miguel Ángel Buonarroti.

Sus figuras reflejan opulencia, carnosidad, apasionamiento, intensidad emocional y revuelo de sus ropajes, hasta el punto de ser considerado por algunos como el padre de la escultura barroca española.

Comparte con Alonso Berruguete la condición de fundador de la escuela escultórica de Valladolid , de la que en el siglo XVII sería heredero el propio Fernández, y en el XVIII, el navarrés Luis Salvador Carmona.

En cuanto a Fernández, se trasladó a Valladolid a comienzos del siglo XVII, en coincidencia con el traslado a la ciudad de la Corte de Felipe III de la mano de su valido, el duque de Lerma. Tras unos años como aprendiz en el taller de Francisco del Rincón, abrió su propio negocio de escultura.

Más tarde, el maestro gallego adquirió las casas en las que había residido Juan de Juni, por el que sentía gran admiración y que junto con el italiano Pompeo Leoni y el palentino Alonso Berruguete, constituyen sus principales influencias.

En su obra, Gregorio Fernández prima la mística sobre la estética, con un predominio de la transmisión de dolor y sufrimiento sobre sensualidad. Por ello, tiene una mayor presencia la espiritualidad y el dramatismo sobre otros sentimientos, siempre dentro de los ideales artísticos de la Contrarreforma católica.

Para ello, las esculturas de Fernández no escatiman en sangre y lágrimas reflejadas sobre el cuerpo de sus trabajos con notable realismo, aunque su refinamiento queda lejos de la vulgaridad o el morbo. Entre sus aportaciones fundamentales a la imaginería barroca española están los cristos yacentes, los crucificados y las piedades, aunque también es importante su trabajo en el campo de los retablos.

En su época, el escultor fue conocido por auxiliar en su propia casa a necesitados y hambrientos y, antes de trabajar, se recogía en oración, guardaba ayuno y realizaba penitencia, un misticismo que compartía con otras figuras universales de la escultura como el italiano Gian Lorenzo Bernini.

Durante sus últimos años, la salud de Fernández se resintió en numerosas ocasiones antes de su fallecimiento, ocurrido en Valladolid el 22 de enero de 1636. Recibió sepultura en el Convento del Carmen Calzado, frente al que vivía y para el que había trabajado, un monasterio situado en lo que hoy es la sede de la Consejería de Sanidad de la Junta de Castilla y León --antiguo Hospital Militar--.

Actualmente, la mayor parte de sus creaciones se encuentra en el Museo Nacional de Escultura, ubicado en la capital vallisoletana, el cual presta cada año de forma extraordinaria algunas de estas piezas para que las cofradías de la ciudad para las que trabajó puedan desfilar con ellas en sus procesiones de Semana Santa, las cuales se han visto interrumpidas este año por la pandemia del coronavirus.

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