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Matías, de Mauthausen a Castronuño

La historiadora María Torres encontró hace dos años el certificado de defunción de un vecino de la localidad vallisoletana en el campo de concentración nazi y, desde entonces, se ha volcado en la reconstrucción de su vida. El rastreo le ha llevado hasta Canadá, donde espera localizar a sus nietos. El Ayuntamiento ha solicitado la instalación de un Stolpersteine para honrar su memoria y la del resto de víctimas del Holocausto.

Prisioneros republicanos españoles realizan trabajos forzados en el campo de concentración de Mauthausen. Foto: Paul Ricken

Publicado por
Laura G. Estrada
Valladolid

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No hay una memoria viva en Castronuño que recuerde a Matías corretear por las calles cuando era niño. Ni que le identifique como el joven que hizo la maleta para emigrar a A Coruña para trabajar como tipógrafo. Nadie que ayude a clarificar cómo fueron algunos capítulos de su vida hasta fallecer en Gusen, un subcampo de concentración dependiente de Mauthausen, durante la Segunda Guerra Mundial. Nadie lo evoca en primera persona porque hace un siglo de aquello. Estaba a punto de quedar relegado en el olvido en su localidad natal pero lo cierto es que el eco de su nombre cada vez resuena con más fuerza. 

El paso de los años, lejos de sumirle en un silencio definitivo entre sus paisanos, le ha devuelto a las conversaciones de corrillo de este municipio situado a orillas del Duero, a traer al presente los comentarios que tiempo atrás hablaban sobre su familia, y a sumergirse en viejas fotografías para tratar de ponerle rostro. No es fácil. Y sin embargo, dentro de muy poco, vecinos y visitantes se podrá ‘tropezar’ con él a diario.

Matías Rodríguez Barajas contará en su pueblo con un Stolpersteine –piedra en el camino, en alemán–, una especie de adoquín que se inserta en el suelo con una placa conmemorativa, dentro del proyecto impulsado por Gunter Demnig cuyo objetivo es homenajear a las víctimas del Holocausto. 

Los más de 75.000 repartidos por toda Europa lo convierten en el monumento descentralizado más grande de todo el mundo. Y dentro de poco, Matías y Castronuño entrarán a formar parte de esta iniciativa cuyos orígenes se remontan a los años 90. 

La fecha está muy cerca. «Decidimos solicitar a la fundación del artista la instalación del Stolpersteine y nos han contestado que van a trabajar para que esté listo en abril de 2022», explica el alcalde, Enrique Seoane, antes de destacar que servirá como recuerdo «al castronuñero asesinado» y «al resto de víctimas de la barbarie nazi».

Confía, además, en que sea el propio creador el que coloque personalmente la piedra, como suele hacer cuando se trata de la primera de una población. 

Mientras, el equipo de gobierno tendrá que decidir una ubicación para la placa, pues lo habitual es incrustar el adoquín frente a la casa donde nació la víctima pero, en este caso, la partida de nacimiento no especifica en qué número de la calle Real vino al mundo Matías aquel 24 de febrero de 1903, cuando el reloj marcaba las once de la mañana. Puesto que el Ayuntamiento está en dicha vía, lo más probable es que sea frente a él. 

Esa acta custodiada en el archivo municipal de la localidad –donde se constata que es hijo de Dionisio Rodríguez y de Isabel Baraja– fue el primer hilo del que tiró la historiadora memorialista María Torres cuando en un antiguo documento del campo de concentración de Mauthausen encontró el nombre de Castronuño.

Estaba investigando la biografía de su abuelo, que fue represaliado del franquismo, recuerda, cuando se topó con la referencia al pueblo de su familia política. 

«Entonces se me encendieron las alarmas, llamé al alcalde para comentárselo y a partir de ahí comenzamos a investigar. La pena es que no hay raíces en el pueblo porque la familia emigró muy pronto», lamenta la también colaboradora de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica para incidir en la importancia de que los allegados se impliquen en el homenaje y se conviertan en altavoces contra el olvido. 

De momento, han sido «incapaces» de contactar con la descendencia directa de Matías. El hijo que tuvo, llamado Mario, falleció en 2008 en Canadá y, aunque éste tuvo tres hijos (que serían nietos de Matías), no los han podido localizar. Tiempo al tiempo. «La investigación no está cerrada» , insiste la historiadora. Desde luego, encontrar frutos en su árbol genealógico se antoja complicado debido a la distancia pero no pierden la esperanza, y menos un tiempo donde las nuevas tecnologías facilitan cruzar el charco a golpe de clic. 

Quizá este reportaje llegue a sus descendientes. Quién sabe. Porque María Torres está convencida de que Mario –casado en Canadá con Ángeles–, hablaría a sus vástagos de su progenitor. Está segura de que sus hijos Mario, Suso y Agustín, «que ahora rondarán los sesenta años», saben que su abuelo Matías falleció en Alemania. Que tendrán una fotografía que permita poner cara a esta historia. 

De momento no lo ha logrado. Y la compleja disgregación familiar lo pone difícil. La primera traba es que el padre de Matías falleció cuando él tenía sólo ocho años, probablemente en Cantabria, donde se había trasladado para trabajar y, la segunda, es que poco después su madre emigró a México para emplearse como ama de llaves en un hotel de la ciudad de Tampico.

Si tenía una hija llamada Consuelo a la que se llevó en su viaje transatlántico no está todavía probado. Lo que sí parece más claro es que Matías se quedó al cuidado de sus abuelos y que residió en Castronuño hasta que, al cumplir los 19, se trasladó a A Coruña para trabajar como tipógrafo. Su rastro, por tanto, se aleja de sus orígenes. 

Afincado ya en la ciudad gallega, María Torres ha documentado que Matías se casó con Mercedes Franqueira Costa y que en 1933 nació su hijo Mario . A partir de ahí, hay un intervalo temporal rodeado de incógnitas. «Se desconoce su trayectoria durante la Guerra de España, pero según una declaración de su esposa en octubre de 1941, se encontraba trabajando en Barcelona y fue movilizado por los rojos internándose en Francia a la terminación de la guerra», según recoge en una reciente publicación. 

Quizá fuera uno de los más de quinientos mil españoles del bando republicano que cruzó la frontera huyendo de las tropas franquistas. Quizá estuvo exiliado en un campo de concentración como el de Argelès. Quizá las autoridades francesas le presionaran para regresar a España y, al negarse, tuviera que alistarse en unidades militarizadas porque había estallado la Segunda Guerra Mundial y estaba en territorio bélico. 

Más allá de esos interrogantes pendientes de respuesta, lo que sí es seguro es que «fue detenido por la Gestapo e internado» en un campo de trabajo de Trier «con el número de prisionero 36826» , hasta que «el 22 de enero de 1941 fue obligado a integrar un convoy con 775 republicanos españoles con destino a Mauthausen».

Tres días después, explica la historiadora memorialista en su artículo Matías Rodríguez Barajas, un castronuñero en los campos de concentración nazis, llegó al campo de los españoles y lo registraron como tipógrafo con el número de matrícula 3523.  

Su estancia allí fue corta. No transcurrió ni siquiera un mes cuando  el 17 de febrero lo «transfirieron» a Gusen, un subcampo de Mauthausen donde trasladaban a los prisioneros que ya no estaban en condiciones físicas de trabajo , con otro número identificativo: el 10059. «Allí los dejaban morir o los asesinaban». Matías «duró diez meses». Según el parte de defunción recopilado por María Torres, a causa de una insuficiencia cardiaca, el 11 de noviembre de 1941, a las 7:23 horas. «Cuatro días después, sus restos fueron convertido en humo, en cenizas». 

Esa comunicación oficial del fallecimiento, sin embargo, tardó en llegar a su casa. Siete meses estuvo su esposa Mercedes sin saber que era viuda, después de haber pedido ayuda para localizar a Matías. Él había mantenido comunicación con ella mientras estuvo en el campo de prisioneros de guerra pero, con su traslado a Mauthausen, el contacto cesó. 

Fue entonces, en octubre de 1941 (un año antes de que muriera)  cuando Mercedes decidió llamar a la puerta de la Cruz Roja de A Coruña para que solicitasen información sobre Matías a la Cruz Roja Alemana. El escrito, documentado por la historiadora, rezaba así:

«Este paisano se encontraba en Barcelona y fue movilizado por los rojos, internándose en Francia a la terminación de la Guerra Española. Después fue hecho prisionero del ejército alemán y hace tiempo tuvo noticias de que se encontraba en un campo de concentración, siendo su última dirección: Gefangennenmer 36826 - Stalag XII-D. El sujeto que se busca es natural de Castronuño (Valladolid), tiene 38 años y de oficio impresor». 

El mismo día de la muerte de Matías, prosigue la investigadora en su artículo, la Cruz Roja de Berlín dirige un escrito al campo de Mauthausen preguntando por él pero no hay respuesta.

La institución insiste dos veces más, en concreto, el 8 de enero y el 11 de marzo de 1942, con el mismo resultado. Hasta que la Cruz Roja en A Coruña recibe una carta de sus homólogos alemanes fechada el 6 de junio de 1942 en la que se indica: «En respuesta a su carta mencionada anteriormente [...] hacerles saber que el español citado murió en el campo de Mauthausen. La Cruz Roja Alemana le pide amablemente que notifiquen a Mercedes Franqueira el documento adjunto y se lo entreguen», en referencia al certificado de defunción. 

La triste realidad es que la viuda al menos pudo confirmar su nuevo estado civil a partir de ese momento. Muchas personas nunca se enteraron del destino de sus familiares desaparecidos. «Las autoridades alemanas, sobre todo al finalizar la contienda, enviaron certificados de defunción a las autoridades franquistas y aquí nunca se llegaron a inscribir como tales; se guardaron en un cajón», lamenta Torres.

Hilar todo este relato es fruto de más de dos años de indagaciones, motivado por el interés personal de esta investigadora cuando se topó con el nombre de Castronuño en aquel documento de Mauthausen mientras rastreaba la historia de su abuelo. No son las únicas tareas en las que está inmersa. Afincada en Vigo, colabora con la ARMH en una investigación sobre los pontevedreses que fueron confinados en los campos nazis y está escribiendo un libro sobre la participación de los vigueses en la Segunda Guerra Mundial, explica.

Todo sin olvidar a Matías. Para completar las piezas que faltan en el puzzle de su existencia y para que su memoria se perpetúe. En todo este tiempo ha buceado en archivos locales, en el Centro Documental de la Memoria Histórica para comprobar si combatió en la guerra o en registros franceses a fin de saber cuándo cruzó la frontera. Por el momento esto último no lo ha documentado, aunque aclara que el hecho de que no esté registrado no significa que no estuviera en alguno de los campos de concentración por los que tenía que haber pasado al cruzar desde Cataluña, puesto que no se conservan todos los documentos. También está pendiente de constatar en qué grupo de trabajadores se integró Matías después de haber solicitado información hace más de un año y medio a las autoridades francesas. 

Y mientras confían en obtener alguna pista relacionada con los nietos que Matías nunca conoció y que, presumiblemente residen en Canadá, han hecho varios llamamientos en Castronuño para tratar de recomponer las ramas ascendentes en su árbol de vida. 

Conchi Baraja cree haber dado con un parentesco que, aunque lógicamente resulte lejano, sí le acerca a Matías. Nacida en Francia y ahora afincada en Jaca (Huesca), esta mujer de 47 años rastreó hace tiempo sus antepasados por «curiosidad», para dibujar con una herramienta digital su genealogía , y esas partidas de nacimiento y de bautismo que entonces encontró en el Ayuntamiento y en el Arzobispado, le han servido ahora para recomponer su esquema familiar. 

Puede que sea precipitado, pero las piezas encajan y Conchi cree que su abuelo Demetrio era primo de Matías. Habría que remontarse a los hijos de Bartolomé: una era Isabel, madre del protagonista de esta historia, y otro, Antonio. Los hijos de ambos, Matías en el primer caso y Demetrio, en el segundo, serían primos carnales.

Cuantas más generaciones, más se enrevesan las ramificaciones pero las raíces siguen siendo las mismas. El mismo nexo a pesar de que a Matías le añadieran una ‘s’ en su apellido desde que en inmigración se lo pusieran a su madre y partir de entonces figurase en plural en todos los documentos oficiales.

Confirmen o no los lejanos vínculos familiares, encuentren o no a los descendientes directos de Canadá, Matías formará parte de la memoria eterna de Castronuño. El Stolpersteine será el recuerdo visible , la piedra que hará tropezar de forma metafórica a vecinos y visitantes con su historia, y también con la del resto de víctimas de Holocausto.