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El ciberacoso aprovecha el cierre de colegios

La Policía advierte de que «es más difícil detectar el ciberacoso escolar» con los centros educativos cerrados y que se multiplica el tiempo en redes / A Julen le daban collejas en el instituto, le insultaban por el móvil y boicotearon su canal de Youtube: «Era un infierno»

La inspectora de la Policía Nacional de Valladolid, Clara del Rey, en la comisaría de Delicias.- PABLO REQUEJO

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

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Para Julen cada aprobado es una muesca en la pared contando los días para dejar ese instituto en el que se siente recluido. Tanto, que el confinamiento fue como un permiso. 

A este joven de 16 años le «sentó bien» no ver a quienes hasta hace no mucho, «la semana que tocaba», le daban collejas por el pasillo y le insultaban. 

Las clases tienen horario, pero el acoso , no. Recuerda más de una tarde entera «de bombardeo de insultos por el móvil», mensajes amenazantes y boicot «desde cuentas falsas» a los vídeos sobre videojuegos que subía a su canal de Youtube hasta que los eliminó. 

Julen vive en una localidad castellano y leonesa que prefiere mantener en el anonimato –igual que su propio nombre, el real– y solo tiene una fijación: que el tiempo acelere y le transporte a la universidad

La suspensión de la asistencia a los centros educativos le alivia, sin embargo, la Policía Nacional alerta en sus redes sociales de los riesgos. Con el coronavirus se cierran puertas reales, pero se abren infinidad de ventanas virtuales para bien y para mal.

La inspectora Clara del Rey, delegada de participación ciudadana en Valladolid, explica que el ciberacoso escolar es «más difícil de detectar con los colegios e institutos cerrados porque son la vía principal para descubrir e intervenir en los casos. Ya sea a través de sus profesionales, de otros estudiantes o de padres de alumnos». 

 Del Rey expone el peligro de que aumenten estas conductas durante estos meses en casa. «Presumimos que el ciberacoso puede subir por una mayor dependencia de los dispositivos móviles, que aumente la frecuencia de usos indebidos. También porque bajamos la guardia y los menores pasan más tiempo con móviles y tabletas, entre deberes y tiempo de ocio. Es un periodo de no relacionarse más que con pantallas. Más posibilidad de meter la pata», advierte.

Julen acaba de terminar primero de bachillerato y desde segundo de la ESO solo piensa en un objetivo: «Volver a empezar donde no me conozcan» . O, mejor, donde le puedan conocer. Le queda otro curso. «La meta se ve muy lejos y a veces desmoraliza».

En el colegio «era el mejor» de clase. En este punto, aprobar, que podría parecer fácil para él, se tornó en angustioso. Si un examen le salía mal, le generaba un estrés añadido porque estaba más lejos de su propósito. « Segundo de Bachillerato me lo tomaré como un trámite hasta que pueda marcharme . Por eso me esforcé tanto para no suspender y quedarme atrás. Me daban taquicardias. La mayoría de los abusones repetía, quería asegurarme el pasar de curso y alejarme todo lo posible». 

Los chavales que convirtieron su paso por el centro escolar «en un infierno» dejaron de vejarle y de tenerle como diana de sus cotilleos malintencionados cuando explotó en la intimidad de su hogar. Aguantó en silencio dos años. Solo el trato con su hermano mayor le reconfortaba.

«Un día no pude más y empecé a llorar en el salón» . Desveló a su preocupada madre por qué ya apenas hablaba y si lo hacía era para contestar mal; cómo se quedó prácticamente un verano entero «sin salir de casa», de dónde surgía «el miedo a ver a otras personas» y la razón de su tristeza absoluta. «Qué pena que tardara tanto en contarlo. Lo había pasado tan mal yo solo y al decírselo me liberé». 

Ella reaccionó y las cosas cambiaron. «Amenazó con denunciar al que se suponía mi amigo desde Infantil y que por ir de guay con otros chicos empezó a meterse conmigo hasta que todos me machacaban sin parar». 

Aunque los ataques directos desaparecieron, el aislamiento perdura, como otras secuelas. «Tenía un grupo de amigos del que me echaron. En un pueblo es muy difícil volver a entrar en otro. No te dejan». 

Se confiesa, a su pesar, más «irritable, desconfiado y temeroso» de relacionarse con los demás. «Si hay más de cuatro personas, no hablo. No por vergüenza, por miedo. Me han obligado a poner un muro entre mi yo de verdad y mi yo por fuera para que no me hagan daño», aclara.

Cuando relata por qué cree que pasó de tener una vida normal a quedarse sin amigos y soportar acoso en infinidad de formas , da con un perfil: «Seguro que la mayoría de víctimas son ‘tipo yo’: aparentemente débiles, buenos, que ayudan a los demás, reservados, con gustos no muy comunes, porque los juegos que me gustan no son los más frecuentes, y que están solos».

Sin saberlo, corresponde en gran parte al retrato más habitual que efectúa la inspectora del Cuerpo Nacional de Policía de Valladolid, Clara del Rey, experta en la prevención del acoso. Durante el curso acude a los centros educativos a informar e incide en que, pese a los perfiles más comunes, «víctima puede ser cualquiera». 

Resalta la importancia de concienciar para evitar o atajar estos casos antes de que empeoren. 

Del Rey reconoce que «la mayoría de víctimas, al principio, que es cuando más fácil se puede parar, no suelen denunciar o contarlo por miedo o vergüenza» y lo hacen ya cuando se encuentran «muy nerviosos, al límite, con ansiedad o baja su rendimiento académico».

Cuanto antes se actúe, más rápido puede resolverse . Cita como ejemplo una imagen distribuida sin consentimiento por la red. «Si se actúa pronto, se puede frenar. Pero si pasa el tiempo a lo mejor esa foto ya no sabes ni dónde está. Es casi imparable. Lo borran de una red y hacen una captura de pantalla, va por los teléfonos o lo cuelgan en otra».

Del Rey incide en reducir la sobreexposición en internet y en la necesidad de adelantarse «antes de que el problema esté instaurado» y una mala conducta sea reiterada. Por el efecto, en algunos casos devastador, que tiene en quien lo sufre y por la posibilidad de reeducar al agresor. «He visto a chicos muy tocados». 

Aunque deja claro que la Policía (y su buzón seguridadescolar@policia.es ) siempre asesora ante el acoso y actuará cuando se requiera, recomienda, por lo general, que el primer paso sea informar al centro escolar. También ahora, vía internet o telefónica. «Tienen protocolos, profesionales formados y pueden conocer a los implicados y comprender qué motivaciones hay detrás. Hay que contarlo».

Por su experiencia, Clara del Rey detalla distintos tipos de acoso escolar.

Son frecuentes «los insultos, presenciales o por redes, amenazas que intentan minar la autoestima de otro con expresiones como ‘no vales para nada’, ‘eres un perdedor’ o ‘ni tu familia te quiere’».

También está la difusión de imágenes para humillar o chantajear, sobre todo si son íntimas. «Las redes sociales y el tema sexual entre 14 y 18 años son un volcán» .

Pero los conflictos también se dan en menores más pequeños. «Proliferan los montajes dañinos en redes como Instagram, TikTok o Snapchat». Como el que elaboró un niño vallisoletano de once años sobre otro de nueve colocándole en una foto dentro de una papelera. «Los padres no sabían ni que tenía acceso a estas aplicaciones».

Julen se dirige a esos padres y a todos los demás: «Si tu hijo está triste y le cambia el ánimo. Si llega a casa y deja la mochila de cualquier manera y salta. Interésate. Algo pasa y te necesita».

Tiene más mensajes. «No os quedéis de brazos cruzados» , les ruega a esos testigos que lo consienten «por miedo a represalias o a no ser aceptados» y a los profesores que no intervienen. 

A quienes pasan lo que él les impele a hablar ya. «Fue muy duro. Me preguntaba por qué a mí. Sentía que me arruinaban la vida . Pero al contárselo a mi madre algo ha cambiado. Me voy recomponiendo». 

La inspectora lo suscribe y lo amplía. «No hay que quedarse en silencio. Tampoco reaccionar impulsivamente. Reflexión, prudencia e informar a los centros. Hay que tener los ojos abiertos. Mil ojos no son suficientes». Más cuando, sin aulas presenciales, la mirada de los padres cuenta el doble. 

Clara del Rey tiene una convicción: «Ser valiente es pedir ayuda».