Las urnas también como alianza
Enrique Seoane y Rosana de Castro están casados desde hace cinco años y ahora ambos estarán unidos también por la política porque ambos han logrado acta de concejal en Castronuño por Toma la Palabra y tienen la posibilidad de gobernar en minoría, él como alcalde y ella como tercera edil
Hace justo una década que Enrique Seoane y Rosana de Castro son pareja, aunque se conocen «de toda la vida» de las vacaciones en Castronuño. Él, de 43 años, era de la peña de una de las hermanas de ella, de 48. Dentro de unos días cumplirán un lustro desde que se dieron el ‘sí quiero’ en el castillo de Tiedra y ahora suman una nueva fecha a su relación, porque el 26 de mayo también las urnas consolidaron su alianza.
Concurrían como número uno y número tres en la candidatura municipal de Izquierda Unida Toma la Palabra, ambos han logrado las actas de concejal y están en disposición de gobernar en minoría. Como lo ha hecho Enrique en esta legislatura que toca a su fin, junto con otro compañero, gracias al apoyo de investidura del PSOE. Entonces Rosana cerraba la lista y no resultó elegida. Cuatro años después, elevada a un ‘puesto de salida’, sí.
Dentro y fuera de casa, por tanto, la política marcará su rutina. A partir de ahora de manera más oficial, aunque ya hacía tiempo que se había colado en su día a día. En concreto, desde que en 2015 Enrique se alzó con el bastón de mando y el sofá del salón de su casa se convirtió «en segunda oficina».
Quizá por eso afrontan con naturalidad que, cuando se constituyan los ayuntamientos el próximo 15 de junio, ambos vayan a ocupar un lugar en la corporación.
«Lo único que va a cambiar es que legalmente voy a tener voz y voto, pero yo he ido siempre como público a los plenos municipales y sé de primera mano los asuntos que hay sobre la mesa», explica Rosana, también en alusión a Milagros Ferrín, su acompañante desde la barrera en este mandato ahora en funciones, y que en esta nueva etapa también se sentará en el plenario como edil, pues iba en el segundo puesto de la lista.
«Necesitaba conmigo a personas currantes, dispuestas a dar el callo y Rosana me ha ayudado muchísimo hasta ahora», remarca Enrique para explicar por qué su mujer le va a acompañar en estos próximos cuatro años de andadura política, según se acordó en el grupo. Pero sin un ápice de justificación. Ellos afirman que ni a ellos mismos, ni a nadie de su entorno, les resulta extraño. La implicación de Rosana con los proyectos del municipio, avala la situación.
«Si estoy involucrada con el pueblo, ¿acaso no puedo ser concejala?», cuestiona Rosana tras exponer que participa en la actividad de las asociaciones del pueblo y se vuelca en la organización de festejos. «Hasta estoy en el grupo de jotas y me sorprende que me guste tanto habiendo crecido escuchando La Polla Records», bromea.
«Yo no soy ‘la mujer de’; yo soy yo», enfatiza sin perder la sonrisa. Aunque reconoce que en el enclave ha dejado de ser «la de Maru ‘la sastrina’». Llegados a este punto, si tiene que elegir, prefiere que la llamen primera dama, «porque es más divertido», que alcaldesa, ironiza, «porque lo dicen con más retintín».
¿Quizá en algún momento esos papeles puedan intercambiarse? «Una de mis virtudes es la paciencia, soy más diplomático», responde Enrique. «Yo tengo un carácter más fuerte», añade Rosana. Así que no creen que en el futuro sea ella quien pueda sentarse en el sillón de la Alcaldía y a él empiecen a conocerle como ‘marido de’.
Figure quien figure como cabeza, lo cierto es que se han convertido en un binomio más allá de lo sentimental, y eso que consideran que la política «tiene poco de romántico».
En el frigorífico, la lista de la compra se sostiene con un imán junto a otro papel de reuniones políticas. Y en el WhatsApp de su móvil, Enrique tiene un grupo entre ambos para enviarse recordatorios de trabajo. ‘Mi memoria’, se llama. Ella tiene otro, ‘Gymkana’, pero él no está y lo utiliza más como diario, por ejemplo para apuntarse una receta o un viaje.
Entre las recientes sugerencias que apuntó Rosana destaca una ruta por la Senda del Duero en San Bernardo, y la última escapada realizada, a Zamora este fin de semana para ver lobos en semilibertad. Sus gustos coinciden a la hora de hacer planes: apuestan por el turismo de proximidad o la costa norte y suelen reservar una semana todos los años para calzarse las botas y descubrir algún rincón de la Comunidad.
Desconexión en la naturaleza, esa naturaleza que les empujó a asentar su residencia en Castronuño y no en la capital, aunque subrayan que no consiguen desactivar al cien por cien el ‘chip’ e incluso estando de vacaciones sacan el cuaderno de trabajo y toman nota de aquello que les gustaría proyectar en Castronuño, como los cubrecontenedores de madera que han inaugurado recientemente.
Les gustaría salir más, afirman, pero la economía familiar les limita. Enrique, carpintero y autónomo, recibe menos llamadas laborales desde que se convirtió en alcalde. No cree que por diferencias políticas, sino que lo achaca al hecho de disponer de menos tiempo que antes y al temor de los clientes de que se alarguen sus encargos. Ella, licenciada en Filología Inglesa, es profesora en una academia de Valladolid y hasta allí tiene que desplazarse todas las tardes. Un buen ‘pico’ sólo en gasolina. Más la hipoteca.
El sueldo principal es el de Rosana –«que también es la electricista de la casa, fontanera y la que mata las arañas», puntualiza Enrique–, mientras él lamenta que «ser alcalde no esté pagado». Cobra cada dos meses 115 euros por asistencia a pleno y seis por comisión. Es decir, 60 euros mensuales. El resto de ediles, seis euros por pleno y otro tanto por comisión. Por eso en esta legislatura a punto de arrancar volverá a proponer un salario para la corporación.
No sólo porque en otros pueblos más pequeños que Castronuño (871 censados según los últimos datos del INE) se trate de una práctica normalizada, sino por «dignificar» un trabajo que le resta tiempo para el desempeño de su profesión, reflexiona el matrimonio sentado en ese sofá transformado en lugar de trabajo, con el ordenador siempre cerca y la televisión –antigua, de las de tubo– apagada.
Sólo la encienden para ver Cuéntame –«somos adictos», dice Rosana– y alguna serie donde aparezcan los actores castronuñeros Roberto Chapu o Borja Maestre. «Telecinco ni se nos ocurre», aclara Enrique.
Sobre la mesa auxiliar, un programa de la semana cultural de Castronuño y Comunes el sol y el viento, el libro escrito por el diputado de Izquierda Unida en las Cortes de Castilla y León en esta legislatura, José Sarrión, y al que las urnas han dejado fuera del plenario a partir de ahora.
Por eso la noche electoral del 26 de mayo fue agridulce para esta pareja. Celebraron la victoria de IU-Toma la Palabra en el municipio y la posibilidad de gobernar en minoría, pero a nivel autonómico la pérdida de representación «fue un palo bestial». «No nos lo merecíamos». «Nos hemos quedado huérfanos». «Él nos dio voz ante instancias superiores, ¿a quién recurriremos ahora?», analizan.
La política siempre como trasfondo de su día a día. ¿Conseguís desconectar? «Sí», contesta rápido Rosana. «Bueno, no siempre», responde entonces Enrique.