Diario de Valladolid

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Encajar una vida en un puzle de letras

Inés necesitó 15 años para descubrir que la dislexia, y no un mal aprendizaje, le impedía seguir el ritmo de sus clases / Es una profesora en ciernes que busca enseñar que este trastorno «no es algo negativo, sólo diferente»

Inés, en una de las aulas de la facultad en la que se ha formado como maestra.-PABLO REQUEJO (PHOTOGENIC)

Inés, en una de las aulas de la facultad en la que se ha formado como maestra.-PABLO REQUEJO (PHOTOGENIC)

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Elsa Ortiz

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Eres una vaga, no te enteras, no sirves para nada. El eco de estas tres frases reverbera entre los recuerdos de una historia en la que, como reza la teoría, del caos nació el orden. Un diagnóstico certero pero tardío permitió a Inés, nombre ficticio de su protagonista, salir de un bucle de confusión y encajar un puzle en el que las piezas son letras. Necesitó 15 años para comprender por qué su vida necesitaba de un calendario en colores para estar organizada. Es disléxica.

Inés creció en un pequeño municipio de la provincia donde el colegio dividía en dos aulas a sus exiguos alumnos. Completar fichas entre juegos y salidas al campo es el flash que conserva su memoria de una fase preescolar en la que «simplemente era una más». Los problemas se vislumbraron a medida que avanzaba la Primaria donde todo esfuerzo por conseguir que «escribiera o leyera bien», conforme a las competencias exigidas, caía en saco roto. El desconcierto empezó a planear sobre unos padres que discrepaban de argumentos –tales como la vagancia– alegados por los profesores, puesto que resolvía «cualquier cuestión» de forma oral.

«Es una niña un poco difícil que tiende a hacer lo contrario de lo que se le manda», reza un informe de sus primeros años de escolarización. Un equipo de orientación decidió entonces que «lo más acertado» era que Inés contará con un profesor de apoyo para avanzar. Con nueve años y sin entender qué era lo que no encajaba en este puzle, tomó contacto por primera vez con un logopeda, cuyo dictamen apuntó a un «mal aprendizaje de lectura y escritura». Pero no fue suficiente.

Con la etapa de Secundaria llegó el caos. Dificultades cada vez más acentuadas para seguir el ritmo de las clases precedieron a los suspensos, las descalificaciones por parte de los docentes y la tentación de dejar los estudios. Hasta que un profesor de Lengua del tercer curso encontró la pieza que faltaba para comprender esta historia: la dislexia. Poner nombre a una «situación ya insostenible» fue un «choque horroroso» para Inés. «Hasta entonces todo se limitaba a un mal aprendizaje de las letras. Un diagnóstico a tiempo hubiera disipado el resto de problemas y los malos tragos. En un primer momento fue un palo, pero sentí que renacía cuando me dijeron que me iban a ayudar», recuerda con un hilo de voz.

Un nuevo logopeda confirmó que la joven era disléxica y, tras casi 15 años dando bandazos a ciegas, comenzó un nuevo tratamiento que, sumado al programa de diversificación del instituto, permitió que obtuviera el título.

PUERTAS CERRADAS

Aunque volvió a encontrarse con puertas cerradas, Inés lo tenía claro: quería estudiar Bachiller. «Llegaron a recriminarme que iba a ocupar una plaza pública, que pagamos todos, con una persona que no era válida», apunta. No estaba dispuesta a rendirse por lo que cambió de colegio y con la ayuda como bastón fue aprobando curso a curso, luchando con asignaturas «atragantadas» como el Inglés o la Filosofía, hasta superar la prueba de acceso al grado superior.

Dibujar permitió a Inés evadirse cuando el caos tomó las riendas de su vida, por lo que su sueño era ser arquitecta. Un proyecto que apartó para estudiar Educación Infantil y poder así «ayudar a los niños a ser mejores, a superar sus retos y sus miedos». Para lograr este propósito, continuó su formación con Educación Primaria y se graduó el año pasado, a falta del Inglés. «El departamento de asuntos sociales de la universidad se está portando genial. Entiende que una persona con mis dificultades no puede llegar a donde manda lo estipulado», agradece con una fehaciente disposición a buscar nuevas formas de enseñar que ser disléxica «no es algo negativo, sólo diferente».

Durante las prácticas de la carrera, en las que trabajó mano a mano con el orientador, Inés reconoció que dos de sus alumnos tenían dislexia. Fue ella la encargada de realizarles las pruebas e informar a los padres que, desde entonces, cuentan con su ayuda en clases particulares. «Ahora, a mis 25 años, puedo respirar y decir a quienes me hicieron daño que no tenían razón, que he conseguido todo lo que me propuesto», concluye.

Esta maestra en ciernes ve en la educación un «pilar fundamental» para afrontar este trastorno en una sociedad en la que todavía hay «mucho tabú y desconocimiento». Porque la dislexia, como matiza, es «mucho más» que confundir la izquierda con la derecha.

UN CALVARIO

Sandra no sabe muy bien cómo ni cuando comenzó el «calvario» en el que los «sueños de princesas, guerreros, magia y amistad» quedaron relegados por «pesadillas» y «llamadas de socorro» en mitad de la noche.

No tiene dislexia, pero la vive día a día por partida doble con sus dos pequeñas. Ni una «varita mágica» sirvió a Sandra para hacer frente «al fracaso, las riñas y la frustración» que llegaron antes que el diagnóstico. «Les vino bien ponerle nombre a lo que les pasaba ya que empezaron a entender por qué aprendían de manera diferente a cómo marca el sistema educativo», asevera quien quiere que sus hijas «sientan que no han perdido su infancia tras un pupitre viendo pasar hojas de libros que no comprenden».

La «imaginación» resuelve los problemas que este trastorno marca. «Tener dislexia no es malo; es más, se podría decir que es fascinante, sorprendente. Entonces, ¿por qué dejamos que sean tan sumamente infelices?», se pregunta Sandra, para después garantizar que con «el ímpetu, la necesidad de alcanzar metas y las ganas de aprenderlo todo» que tienen sus hijas podrán «ser lo que se propongan».

La experiencia como cimiento de ‘Vallalexia’

La dislexia es un trastorno que impide acceder correctamente a la lectura y la escritura. «Es un componente de la persona, nace con él y lo tiene toda la vida. Pero puede desarrollar estrategias que ayuden a encontrar vías alternativas para el aprendizaje», explica Ana Sobrino. Sabe bien de qué habla, pues es madre de un niño disléxico y, una vez que tuvo su caso «encarrilado», se embarcó al timón ‘Vallalexia’, una asociación que nació en noviembre de 2016 a iniciativa de varias familias de la ciudad con hijos que tienen esta problemática.

El rendimiento académico recoge una «clara manifestación» de la dislexia, especialmente en Primaria cuando se advierte que el alumno «no rinde o no progresa igual que los demás». El diagnóstico suele apuntar, entonces, a un problema de lectura. «Lo ideal sería una detección temprana a los cinco o seis años, al ver que no está adquiriendo correctamente las competencias lectoras», apunta para después lamentar que «no suele identificarse pronto, sino cuando ya se traduce en fracaso escolar». Una denuncia a la que suma la «escasez de profesionales en los equipos de orientación» para tomar las riendas. «A veces tardan incluso un curso entero en hacer un diagnóstico y, para un niño, un año es mucho tiempo», asevera.

Ana recuerda que un «peregrinaje de especialistas» precedió a un «estudio completo» que determinó que su hijo tenía dislexia. «Tampoco hay que precipitarse, porque los niños maduran a diferentes ritmos», aconseja tras reconocer que, en su caso, el colegio «reaccionó fenomenal» brindando «siempre ayuda».

Una vez que se tiene el diagnóstico encima de la mesa, lo indicado es empezar una reeducación lectora. «Castilla y León sí tiene recursos que asigna a estos niños, pero no cubre a todos o no durante el tiempo necesario», apunta y aprovecha para reiterar la petición de ayudas económicas que la asociación eleva a las administraciones.

Las estadísticas arrojan, según cuenta Ana, que un 15% de la población es disléxica. A su juicio, son «un colectivo del que la Consejería de Educación se olvida» al meterlo en un cajón vacío. «Si se le pusiera nombre, se trabajaría mejor con la dislexia porque tendría un protocolo específico», sentencia.

‘Vallalexia’ celebra mañana una jornada de puertas abiertas en su afán de continuar visibilizando este trastorno de la lectoescritura. «Continuamente hay que estar refrescando, queda mucho trabajo por hacer».

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