Diario de Valladolid

UN VIOLADOR REINCIDENTE

«No se me quita el susto de pensar quién era», dice una madre de cinco hijos

Los vecinos del violador no sospechaban nada y dicen que parecía una persona normal / «Sólo llamaba la atención por el perro que paseaba»

Pedro Luis Gallego en el momento de su salida de prisión, a finales de 2013-EL MUNDO

Pedro Luis Gallego en el momento de su salida de prisión, a finales de 2013-EL MUNDO

Publicado por
TERESA SANZ TEJERO / SEGOVIA
Valladolid

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Pedro Luis Gallego, «un hombre de mediana edad, moreno, porque paseaba mucho», no levantó sospechas entre sus vecinos habituales. «Saludaba normal, vestía como cualquiera y paseaba a su perro como cualquiera que tiene mascota», dicen de él en el número 16 de la Avenida Dámaso Alonso, donde el ‘violador del ascensor’, ahora conocido también como ‘el violador de la Paz’, había fijado su residencia hace casi cuatro años.

Los vecinos le recuerdan «de siempre», «desde hace mucho». No saben precisar cuánto, pero se aventuran a decir: «Casi cuatro años lleva viviendo aquí, fijo».

Vivía solo, «con su perrillo». «Un perro muy alegre, negro; se llamaba Boy y le hacía salir a menudo de paseo».

Entraba y salía de la vivienda en la planta baja. «Suponíamos que no trabajaba, porque le podías ver a cualquier hora, sin horarios fijos, ni rutinas». «Unas veces venías a dejar el pan a media mañana y le veías salir con el perro; otras venía a la hora de comer y también podías verle, por la noche…a cualquier hora», dice Carmen (que da otro nombre).

«Le veíamos bastante, con la bolsa de la compra, el pan, el perro; siempre ‘hola’ y ‘adiós’, y qué frío o qué calor, palabras normales de persona corriente», indica otro de los vecinos, ahora alarmado.

Cuando ayer supo que «el del Bajo ‘B’, arrastraba «semejante» historial delictivo, se echaba (literalmente) las manos a la cabeza. «Sé que es lo que siempre se dice, que parecía normal, pero es que este parecía normal y mira quién era!».

Pero quien más asustada se mostraba era una de las vecinas del bloque, madre de cinco hijos.

Segovia es una ciudad pequeña, un lugar tranquilo, donde los niños empiezan a ir solos al colegio antes de que puedan hacerlo en una gran ciudad.

«Mis hijos van desde casa ‘al Perico’ (polideportivo) ellos solos, con sus amigos, y lo único que había que temer eran los coches. ¡Y yo pensando que vivíamos tranquilos!», dice con retrospectiva preocupación de madre.

«Solo de pensar quien era.., cuando pienso en lo que dicen que ha hecho… Veo a mis hijos, que juegan, entran y salen.. uf..! se me ponen los pelos de punta». Se agarra los brazos para cortar un escalofrío a 37 grados.

Para los más de cuarenta vecinos que ocupan las viviendas de este bloque, muy cerca del centro neurálgico del barrio levantado desde los Ochenta, era un vecino «encantador» que como ellos, frecuentaba el supermercado cercano, los cines, salía a pasear y regresaba «tan normal» a su casa.

«Amable», «educado» y «siempre cordial», le describe Vicky, la camarera del bar colindante al edificio, donde el detenido solía alternar. En invierno, cliente de barra y taburete; en verano, «discreto» bebedor de cañas de cerveza en la terraza, para aprovechar y fumar. «Nunca una borrachera; ni nada estridente».

Unas veces solo, la mayoría con su perro, y otras veces acompañado de su pareja: «También habitual de por aquí». «De su misma edad, con buena apariencia: los dos muy normales», aseguran.

«Parecían una pareja muy bien avenida; se llevaban genial y ambos eran simpáticos y habladores», sostiene Vicky.

Lo atestigua otro de los clientes: «De los que entablan conversación con cualquiera», dice este vecino de tres manzanas más allá.

Vicky, una segoviana procedente de Bulgaria, les ha tratado «a él y a su pareja» desde que el bar abrió, hace dos años «¡Como no les voy a conocer, si venían mucho!».

La camarera no daba crédito a lo que ayer le contaban los clientes. «!La de veces que me he quedado sola con él, cerrando el bar!», recordaba en declaraciones a El Mundo.

«Le conozco desde que trabajo aquí y jamás podría haberme imaginado que fuera… que era… un…. violador… asesino». (le cuesta pronunciarlo).

«Parecía super discreto. ¡Si es que te fijabas en él por el perro».

A Vicky, el ‘Violador del ascensor’, le dio no hace mucho una receta de los judiones de Segovia. «Decía que la cocina le gustaba y se le daba muy bien y me dio una receta de judiones para grandes cantidades», cuenta.

«Su novia es cocinera en un bar de un pueblo y hablábamos mucho de cocina, de recetas, mientras se tomaba sus cañas. ¡Cómo iba yo a pensar…!». «!Y la mujer super maja; habían operado a su madre y estaba en el pueblo cuidándola, por eso hace unos días que no venía por aquí con él; así me lo contó cuando le pregunté por ella!», relata.

La operación policial no trascendió más allá del propio número 16 de la avenida y el colindante 17, donde se sitúa el bar, a pie de acera.

«Aquí suele venir mucha clientela fija y les conoces a casi todos, pero una parte es de paso, de la que viene al barrio a hacer algo. Ayer (por el miércoles) vinieron varios hombres que no eran de Nueva Segovia; vestidos normal. Eran altos, con barba, fuertes, pero no pensé que podían ser policías y mucho menos que fueran a detener a Pedro, el del perrito».

Pedro Luis Gallego fumaba y se quedaba sin tabaco de vez en cuando. Salía a pasear a ‘Boy’ y aprovechaba para entrar en ‘El cancha, 17’. Fue alguna de esas noches, de «ponme la máquina de tabaco», a última hora, cuando el detenido se sentaba en una mesa y esperaba a verla recoger. «Cuando lo pienso..ay..».

Desde el tercer piso, otra voz recuerda que se veían «poco». «Siempre pedía que cerráramos la puerta; cosa que me parece normal porque él vivía en el bajo». «Nada te hace sospechar algo así», señalaba.

En el buzón no figuraba su nombre y cuentan sus vecinos que el propietario del piso alquilado estaba «muy satisfecho». «Dicen que pagaba religiosamente, aunque no estaba nada a su nombre». «Ayer se lo dijo así a la policía, que le llamó para informarle de que habían tenido que levantar el piso y que avisara al seguro».

Solo uno de los vecinos contradecía esa apariencia de ‘normalidad’. «Qué quieres que te diga: Miraba raro, tenía algo inquietante, pero, a mí, ni me menciones. ¡A ver si le van a soltar otra vez…».

Antes de cerrar la reja que da acceso al portal, José (otro nombre ficticio), se vuelve con gesto incrédulo y pregunta: «¿Es verdad que se iba a violar a Madrid?, ¿es cierto que lo ha hecho?».

«¡Ahora solo nos falta que, cuando se sepa que vivía aquí, digan que esta es la casa del violador! !Manda…!».

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