SOCIEDAD
Un techo para estudiar a cambio de compañía
Cuarenta universitarios comparten piso con mayores para costearse la estancia durante el curso
Estaba harta de vivir sola. No quería «una jubilación triste, con la casa vacía». Sus dos hijos y cuatro nietos residen fuera de Salamanca e Isabel, que ejerció de maestra, buscaba «un aliciente» en esta etapa; lo encontró en un trozo de papel.
Aquella noticia informaba de un programa de ‘convivencia intergeneracional universitaria’ y al instantesupo que estaba diseñado para ella. Compartiría su casa con una estudiante y, a la vez que ella ganaba «alegría en el día a día», contribuiría a que una alumna tuviera más fácil pagar los estudios.
Cada año del último lustro, alrededor de 40 estudiantes –41 en el último curso– comparten piso con personas mayores para poder costearse la estancia durante el curso, bajo el paraguas de las cuatro universidades públicas de Castilla y León (Burgos, León, Salamanca y Valladolid) y la Gerencia de Servicios Sociales de la Junta.
Isabel tiene 70 años, una rutina «muy activa» y disfruta de su nueva compañera de piso. Este año abre su casa a Aurelie, la quinta universitaria que recibe.
Llevan un mes de convivencia y las primeras sensaciones convencen a ambas. «Vivir con Isabel significa que no me siento sola; me hace compañía. Es como tener nueva familia», reconoce esta estudiante francesa, que reside en Irlanda, pero este año estudia en la facultad de Filología de la Universidad de Salamanca (Usal).
Ellas forman una de las parejas participantes en esta propuesta de acercamiento entre personas mayores y estudiantes universitarios en el que «las dos partes aportan y las dos reciben».
El factor económico –el universitario no abona el alquiler– es lo que atrae a los jóvenes que deciden participar y, en muchas ocasiones, representa la diferencia entre poder cursar unos estudios o tener que conformarse con otros más cercanos al hogar. «Supone un ahorro importante», indica Carmen Bermejo, técnico de Servicios Sociales de la Usal.
Aurelie lo ratifica. Su ejemplo demuestra cómo este proyecto sirve de atracción para el alumnado. «Es primordial no tener que pagar alquiler, sobre todo al venir de otro país, porque trasladarme cuesta mucho dinero y son muchos gastos», afirma.
En su caso, resulta tan determinante que reconoce que, en ausencia de la posibilidad de compartir piso en estas condiciones, barajaría otras opciones. «Si no existiera este programa, tendría que buscarme algún trabajo como profesora en clases particulares o de lo que me saliera», explica esta universitaria.
También advierte de que sus resultados académicos serían diferentes si tuviera que compaginar el curso con un empleo. «Trabajar con estudios de tercer ciclo es muy duro. De hecho, es una de las principales causas de fracaso en estos estudios», opina.
Tanto es así, que reconoce que decidió trasladarse desde Irlanda a la Universidad de Salamanca y no a cualquier otro centro, precisamente por disponer de esta opción. «Descubrí que ofertaba este programa que me iba a permitir estudiar con más tranquilidad. Si no, hubiera buscado en otro sitio», confiesa.
Por esta realidad que afecta al bolsillo de tantos alumnos, Isabel asegura que compartir piso con estudiantes le provoca una «especial» gratificación, además de por lo que recibe, por «contribuir a ampliar su cultura y ayudar a personas con menos medios económicos a costearse unos estudios». Apostilla que a la vez le da «alegría no estar sola».
Ambas cuentan que la convivencia resulta fácil si hay disposición por las dos partes. A Aurelie le provocaba cierto temor desconocer cómo encajarían, sobre todo por los límites de horarios. «Pensaba que no tendría mucha libertad para salir y organizar mi tiempo, pero, desde el principio, nos hemos organizado para tener las dos nuestro tiempo y espacio y, por otro lado, buscar ratos para estar juntas».
Las normas del programa establecen que la persona mayor ofrece alojamiento al joven universitario en su domicilio al que no cobra alquiler y «es ayudada, si así lo necesita, en gestiones y otros apoyos, además de contar con su compañía». Sin embargo, Isabel, que acude a diversas actividades de voluntariado, no requiere que Aurelie le acompañe fuera de casa, pero dentro sí cuadran agendas y comparten mesa, infusión o distendidas veladas.
La estudiante subraya lo agradable de esos momentos. «Lo mejor es la compañía que nos hacemos la una a la otra. Siempre tengo alguien con quien hablar y compartir mi día, le comento mis dificultades en la Universidad y mis nuevas amistades en la facultad. Me ayuda mucho», expone.
Las dos compañeras de piso buscan el consenso en las tareas domésticas y, por ahora, creen que va a funcionar. «Colaboramos en la limpieza, la colada y las compras», comentan. Además, Isabel está consiguiendo que Aurelie vaya probando, poco a poco, la comida española.
Conversan y se cuentan cómo les ha ido la jornada a cada una o qué absorbe sus pensamientos. A la joven universitaria le gusta escuchar lo que haría su compañera de piso en su lugar. «Tiene más experiencia y me da consejos cuando me surgen problemas que me parecen complicados y que, en cambio, para ella tienen una solución simple».
Isabel también suscribe esta afirmación, aunque desde otro prisma. «Ella me hace compañía y hace que sea más agradable el tiempo en casa; llegar y que haya alguien, estar, hablar, verla... pero yo también aporto, tengo más años, le aconsejo, le cuento mis cosas, si yo estoy triste, si lo está ella...», comenta segura de que acertó al formar parte de un programa que desde la Universidad tratan de difundir por su «beneficiosa» repercusión en todos los inquilinos.
Además de la cuestión monetaria, Carmen Bermejo, técnico del Servicio de Asuntos Sociales de la Usal, subraya que el estudiante disfruta «de un entorno tranquilo donde poder desarrollar sus actividades académicas y, también, de un ambiente familiar y acogedor».
En la otra balanza, en la de la persona mayor, Bermejo destaca tres conceptos como ventajas: «Compañía, seguridad y utilidad». Sobre este último sentimiento explica que aparece «al estar ayudando solidariamente a un joven estudiante».
El programa, sin embargo, no consigue aún llegar a más alumnos. «Nos falta más difusión», reconoce la técnico de Asuntos Sociales, quien pone otro tema sobre la mesa, el de la desconfianza. «A veces a la persona mayor le da reparo dejar entrar en su casa a un estudiante, aunque los que participan en el programa son alumnos, en general, muy estables y con el objetivo muy claro de realizar lo mejor posible sus estudios y con un alto nivel de responsabilidad», señala.
Lo conoce de primera mano. Las universidades efectúan un seguimiento y están a disposición de cualquiera de las dos partes ante dudas o conflictos.
Aunque pueden participar hombres y mujeres, entre los mayores de 60 que se lanzan a esta propuesta destaca el femenino. Por eso, alguna de las parejas son mixtas, pero también «funcionan bien». Un diagnóstico positivo que es la tónica general de estas convivencias intergeneracionales.
Después de cinco experiencias, Isabel lo recomienda a sus conocidos. «Acabas cogiendo mucha confianza con estas chicas».
Tanto es el que cariño, que la despedida cuesta e, incluso, a veces no es para siempre. «Muchos siguen en contacto después. Los estudiantes llegan a verlos como una especie de abuelos y a la inversa, como a sus nietos», relata Carmen Bermejo.
Las palabras de Isabel lo corroboran. «Te quedas muy triste cuando se van». Por eso, cuando Aurelie tenga que marcharse, a la vuelta del verano, Isabel esperará a una nueva compañera.
MÁS CALADO EN LA UVA Y EN LA USAL
Valladolid. Es la universidad que más convivencia registró el último año. 17, repartidas por el campus vallisoletano (una decena) y por los de la UVA en Segovia (2), Soria (2) y Palencia (3). Una de las experiencias está formada por un hombre mayor y dos estudiantes varones.
Salamanca. Es la segunda en número de convivencias, 14. Todas, como en el resto de centros, dependen del servicio de Asuntos Sociales de la Usal, que supervisa todo el proceso.
Burgos. La Universidad de Burgos registró ocho convivencias en el último curso, una de ellas correspondió a un matrimonio de personas mayores con un estudiante varón.
León. Este campus es el que menos implantado está el programa de convivencia intergeneracional, sólo registra dos convivencias al año.
«Sin el programa, no podría estudiar en la universidad de Salamanca»
Sólo pagan el 50% de los gastos de la casa. Carmen Bermejo, técnica del Servicio de Asuntos Sociales de la Usal, explica que una habitación más menos adecuada en un piso de estudiantes puede salir por unos 200 o 250 euros al mes, además de los gastos de luz, agua, calefacción, internet y comida, que puede subir el presupuesto a mucho más». Con este programa de convivencia intergeneracional, el estudiante en la casa de la persona mayor sólo debe aportar el 50% de los gastos derivados del uso de la vivienda (agua, luz, calefacción...) y su propia comida, pero no abonan alquiler. «Muchos alumnos reconocen que si no fuera por el programa, no podrían venir a estudiar aquí, a la Universidad de Salamanca», afirma Bermejo.