«Debería regularse. Era nuestra única opción para ser padres»
Padre, de un bebé concebido en un vientre de alquiler
Los ojos del pequeño Álvaro son como los de Carlos y los labios parecen los de Loreto, o al revés, según a qué miembro de la familia se pregunte. Tiene seis meses y durante algo más de 8 estuvo en el útero de otra mujer, una gestante de sustitución.
21 días antes de lo previsto, Carlos recibió la llamada. La definitiva. «¿Estás de pie o sentado? Acaba de nacer». En dos días esta pareja leonesa estaba en la décima planta de un hospital de Kiev, Ucrania, con mascarilla, y bata dándole un biberón y contemplando a aquel bebé con gorro azul y un simpático pijama amarillo.
Todo empezó algo más de un año antes. En realidad, la búsqueda de la paternidad se remonta a más de un lustro atrás. Acabaron «tocados y decepcionados» por seis años de espera de una adopción que nunca cuajó, tras constatar la imposibilidad de ella de ser madre de forma natural al haber superado un proceso oncológico.
Bucearon en internet y en la navidad de 2013 decidieron apostar por la gestación por sustitución o maternidad subrogada, conocida como vientre de alquiler. Descubrieron que no es legal en España, pero sí en países como EEUU, México o Ucrania y contactaron con una empresa española que hace de intermediaria.
Con un presupuesto de entre 40.000 y 60.000 euros, su opción «más segura» era Ucrania, que cuenta con sanidad pública, frente a Estados Unidos, donde Carlos explica que «si se produce alguna complicación se podía encarecer mucho porque su sanidad es privada».
Consiguieron lo más difícil, que en el tercer intento un embrión de Carlos y Loreto se implantara con éxito en el útero de la gestante, a la que sólo vieron dos veces y que renunció a la patria potestad del pequeño. Ahora pelean con la Seguridad Social porque el niño, que tiene su carga biológica, aparezca registrado como hijo de ambos y no sólo de él.
Por ahora Carlos tiene dos libros de familia. En uno aparece con su mujer y en otro están él, su hijo y la mujer que lo gestó. Carlos tuvo que realizarse una prueba de ADN para demostrar su paternidad ante la Embajada de España en Kiev, pero Loreto no figura porque para la legislación española la madre «es quien lo trae al mundo o quien lo adopta». Están inmersos en un proceso judicial común en las familias que optan por el vientre de alquiler para que Loreto lo adopte y adquiera derechos sobre el niño.
Él disfrutó del permiso por paternidad y de los días de lactancia. Ella, en cambio, tuvo que pedir un permiso no retribuido y a efectos de la ley española no es ni pariente del pequeño que lleva su ADN. «En Kiev somos sus padres biológicos, pero aquí no. Es de locos. Debería regularse con seguridad para las mujeres porque es la única opción que tenemos algunos para ser padres».
Carlos denuncia que no todos los procesos de vientre de alquiler son igualmente tratados en España. «Los que proceden de Estados Unidos llegan con una sentencia judicial de allí y se registran con facilidad, pero los de otros sitios, como Ucrania, no porque allí es el Registro Civil el que registra al niño, verifica el proceso y nos inscribe como sus padres».
Para este padre primerizo lo fundamental para que esta fórmula salga bien y no se convierta en un telefilme de sábado por la tarde es la selección de las gestantes. Esa parte corresponde, en su caso, a la clínica de Kiev. «No vale cualquier persona, tiene que tener una mentalidad especial, es un proceso emocionalmente muy complejo», apunta.
En Ucrania los requisitos para gestar un embrión no biológico son haber tenido un hijo, tener unos hábitos saludables y renunciar a la patria potestad. «Es un concepto distinto de madre y una gestante es consciente de eso».
Carlos reniega de que la única motivación de estas mujeres sea económica. «Hay quien tiene un sentido altruista, como quien dona órganos. La economía es una de las razones, pero no creo que sea la principal».
Yreclama regulación para que las familias que vengan detrás no tengan tantas dificultades para normalizar después su situación.