Escuelas rurales, escasez de alumnos
‘No aprenden menos por juntar a niños de distinta edad, son más espabilados’
En las aulas rurales unitarias conviven alumnos de Infantil y Primaria /Diana es directora, jefa de estudios y maestra de los 8 alumnos del colegio de Rodilana
Mientras Ane, de cinco años, trata de descubrir cuántas fresas hay en dos platos de su ficha, Ángela, que es de las mayores de la clase y está tres cursos por encima, aprende a multiplicar por la unidad seguida de ceros. Sentada en el pupitre de al lado, Carla, de un año menos, adivina la edad de la madre que aparece en su problema matemático.
Es temprano en la pedanía vallisoletana de Rodilana, que depende de Medina del Campo, y los alumnos de la escuela sacan los libros. Hoy son seis. Faltan dos hermanos. Tomoe y Takuma, de cinco y ocho años, que pese a su diferencia de edad comparten aula, profe y cada día se sientan en clase a pocos centímetros uno de otro.
El colegio San Juan Bautista de esa localidad es el único aula unitaria de la provincia vallisoletana, aquella que tiene un solo grupo de alumnos de diferentes etapas.
También forma parte de la veintena de las llamadas aulas incompletas que este curso existen en Valladolid y de las aproximadamente 240 de Castilla y León. En ellas, por falta de alumnado, agrupan en una misma clase a escolares de varias edades, para poder mantener en pie las escuelas rurales. Se caracterizan porque les faltan cursos de una etapa y pueden agrupar a los niños en una o varias clases.
Diana es la directora, jefa de estudios y profesora de los ocho alumnos de Rodilana. Por si estos roles le supieran a poco, también tiene una perspectiva extra, es la madre de la benjamina del grupo, Cecilia, que con cuatro años cursa segundo de Infantil.
Diana pasea por las dos filas de pupitres resolviendo las dudas de unos, mientras otros van realizando sus tareas. «Estoy en constante movimiento. Es un trabajo muy activo. No paro ni un segundo y a veces se impacientan».
La carga de trabajo para esta docente es tan elevada que le cuesta encontrar un hueco para relatar al periódico su día a día. «Es mi primer año aquí y lo más difícil es la parte de la gestión administrativa. Tengo que hacer cursos de formación, que llevan muy tiempo, para manejar los programas informáticos y no esperaba que fuera tan duro».
La parte de la docencia es la que más le atrae y, aunque supone un plus de esfuerzo por atender a escolares de edades tan dispares como 4 y 8 años, le satisface. «Esta experiencia me está enseñando que soy capaz de adaptarme a las dificultades, porque para mí esto era nuevo».
Lleva sólo mes y medio en un aula de este tipo pero ya se organiza. Mientras Ane y Cecilia, las únicas dos alumnas de Infantil, de tercero y segundo, realizan fichas en las que refuerzan los trazos de escritura, las partes del cuerpo, los números... Diana imparte contenidos a los escolares de Primaria. Si empieza por los dos de tercero –Takuma y Ángela–, los dos de primero –Rubén y Saúl– van realizando los ejercicios que ellas les indique. «Lo tengo muy organizado. No hay más remedio, pero ellos trabajan muy bien».
Lo primero sobre lo que despejar dudas es que el nivel académico no se resiente. «No aprenden menos por juntar a niños de distinta edad, trabajan mucho. No he visto ninguna carencia en el ámbito educativo y sí muy buen ambiente». Esto le animó a no venirse sola. «Por eso traje a mi hija, porque vi que funcionaba bien». Cita como ejemplo que Ane sabe leer frases –como corresponde a los 5 años que tiene– y el resto también cumple los requisitos curriculares propios de su curso.
La perspectiva de futuro es que el próximo año no entre ningún niño nuevo. Si se mantienen los actuales, la escuela estaría garantizada al menos tres años. «El objetivo es que el cole siga».
SIN PATIO PERO CON PARQUE
Aunque los contenidos que se imparten son las mismos que en cualquier colegio urbano, existen diferencias a golpe de vista.
Carecen de patio, pero disponen de todo el parque para ellos. La actividad que más gusta a los mayores es el ‘pilla pilla con toros’. Las pequeñas prefieren el arenero. «Pero los mayores tiran del resto», comenta Diana y reconoce que «a veces los más pequeños no juegan a juegos acordes a su edad». Por eso ella a veces dibuja una rayuela en la pista o propone alternativas.
Sólo tienen dos aulas. La principal y otra dependencia que sirve de despacho o de clase si el profesor de inglés, el de música o la de religión se queda con Primaria y la directora ‘coge’ a los de Infantil para trabajar mientras, o viceversa.
Los trabajos en equipo son reducidas por ausencia de chavales de una misma edad, aunque sí potencian actividades grupales en las que puedan participar todos.
La comprensión lectora no es oral porque «distraería al resto» y ralentizaría las clases y las explicaciones tampoco son generales. Diana, o el profesor especializado, se acerca al pupitre del alumno y le explica la materia. Aunque tratan de poner en común lo posible. «Si toca el tema del espacio los más pequeños se quedan con conceptos básicos y los mayores profundizan más».
Las excursiones son atípicas. No les sale a cuenta alquilar un autobús por lo que los padres aportan el medio de transporte y también participan en ellas. Adelantaron Halloween y fueron puerta por puerta diciendo ‘truco o trato’. «En una ciudad sería difícil salir de clase para hacer eso y que los padres disfrazados te abran la puerta».
Diana destaca la implicación. La de los padres, los niños, los profesores especialistas, que les visitan horas concretas, y la suya propia. «Los alumnos, al ser pocos y ver que el de al lado trabaja no se quieren quedar atrás y se esfuerzan mucho». Sobre los que están al otro lado del pupitre impartiendo las materias, explica que les permite «personalizar la atención y estar pendientes de las dificultades de cada alumno».
De los niños de Rodilana también describe queson «más libres, más extrovertidos, más espontáneos y espabilados», pero apunta lo que algunos podrían considerar una contrapartida. «Maduran antes al estar con mayores que ellos».
Pese a la diferencia generacional, los alumnos se ven también fuera de clase y hacen «piña».
Aunque se da el ‘no te copies’, ‘no me deja las pinturas’ y otros roces, la directora comenta que «se ayudan mucho». Si Cecilia no sabe cuántas fresas hay en los dos platos de su ficha, Saúl le muestra que dos más una suman tres, y si Carla no logra adivinar la edad de la madre que aparece en su problema matemático, Ángela le explica cómo dedujo que son 34.