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Adicción al juego

«Atraqué una farmacia para jugar»

Ernesto: «Empiezo a saber para qué es el dinero, mi mujer me da para café y un familiar cobra mi nómina» / Manolo vendió un piso sin saberlo su esposa, dilapidó una herencia y pidió 5 créditos

Gloria y Manolo, en la sede de la asociación donde él acude a su terapia.-Miguel Ángel Santos

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

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Cuando Ernesto salió del calabozo nadie lo esperaba allí. Llegó a casa y en el armario de su hijo faltaba ropa, en el de su mujer, también. «Ahí te das cuenta de que lo has perdido todo». Puso a cargar su móvil y, tras encenderlo, su mujer le llamó. A los cinco minutos, toda la familia apareció. «Queremos ayudarte».

Un día antes, Ernesto cogió un cuchillo, bajó de su casa, entró en un establecimiento y se colocó delante del mostrador. Salió con 165 euros que no eran suyos y directo a Comisaría. «El juego me ha llevado a atracar una farmacia por unas monedas para la máquina».

La misma tragaperras a la que estuvo jugando el día en el que nació su hijo. Y días en los que se enfadó con su mujer y en los que se cabreó con el mundo.

Después de tres años en rehabilitación, su teléfono no tiene internet, continúa sin llevar dinero en la cartera –salvo los dos euros que en la asociación Ajupareva de Valladolid le recomendaron– y, cuando su mujer le encarga algún recado que implica algún pago, vuelve con el ticket. «Empiezo a saber para qué es el dinero. Mi mujer me da para el café y un familiar va a cobrar el cheque a mi empresa».

Lo que al principio veía como un ataque, ahora es su única oportunidad. «Me tengo que agarrar a ella. Si vuelvo a echar una moneda, todo se acaba». Por nada querría Ernesto, de 49 años, que esto sucediera. «No cambio estos tres años. Ver a mi hijo al fin alegre no se puede cambiar por una partida».

Cuando llegó a la asociación, le sorprendió la cantidad de dinero que el juego ha arrasado. «Con lo que gastamos los que estamos aquí podríamos comprar todos los pisos de Valladolid».

Ernesto entró a la asociación el mismo día que Manolo, de 74 años. Pero aManolo le perdieron otro tipo de juegos. Le perdió el 00062, «que no tocaba nunca y al que estaba abonado», le perdieron las 12.000 pesetas que ganó en su primera apuesta a las carreras de caballos de joven, cuando aún el azar no había «truncado todo», y le perdieron los 2.000 euros que llevaba en el bolsillo por costumbre; también llamar a su corredor de Madrid para que apostara en su nombre a uno de los seis galgos; la primitiva; la bonoloto... y los cinco créditos que pidió a escondidas de su familia y que bancos y financieras gustosamente le concedieron a intereses desorbitados. «Entre tú y yo –dice delante de otros dos jugadores en rehabilitación y dos familiares– me moriré y alguno no lo habré pagado». Cuando finalice de abonar uno de ellos, habrá desembolsado «el préstamo por lo menos seis veces».

Le perdió todo eso, pero le salvaron su mujer y sus hijas. «Que no me pusieran en la puta calle sin nada». Eso y que su esposa, una vez que se enteró de que él vendió sin su consentimiento un piso y dilapidó la herencia de su padre, hizo separación de bienes. Si no esos cinco créditos serían un agujero aún más profundo.

Manolo acepta fotografiarse porque asegura que le importa «tres pepinos» que la gente lo sepa. «Llevo con orgullo ser ludópata en rehabilitación porque he conseguido la paz que no he tenido en mi vida».

Lo único que le perturba es el daño causado a los suyos. «Mi mujer se casó sana y le he dado una depresión nerviosa de por vida. Eso le he dado».

Cuando Manolo pronuncia esas palabras, Julia asiente desde la experiencia que acumula a sus 82 años.

Su marido tiraba la basura en zapatillas y de esta guisa iba al bar a invertir los únicos dos euros que tenía encima. Su esposa cuenta que, esta vez, parece que ha hecho el propósito «de nunca más». «Sabe que si hace alguna, será la última a mi lado».

Julia le encubrió durante años. «Una desgracia. Tenía que haber hablado antes». Las quinielas, la lotería, las cartas, las máquinas... «Tenía ya vicios, pero yo veía tan normal que jugara a esas cosas». Primero fue el bote donde guardaba lo ahorrado para ir a Canarias, después sus ahorros para imprevistos, hasta que hace seis años cuando iban a celebrar sus bodas de oro, él se había pulido el presupuesto del banquete. Entonces sí, ahí soltó todo a sus hijos.

Ahora, con ayuda de las terapias, el puzzle encaja de nuevo, pero la confianza, no. «Si va a por el pan y tarda, para mí que está jugando».

Julia saca sus propias conclusiones sobre esta adicción patológica y cómo hacerle frente. «No sabía que la ludopatía fuera una enfermedad. En realidad, dudo mucho de que lo sea».

David, sentado junto a ella, disiente. «Claro que lo es». LaOrganización Mundial de la Salud da la razón a este joven que lleva doce años en rehabilitación. La OMS clasifica este trastorno como enfermedad desde 1992.

Un accidente de tráfico y una depresión posterior llevaron a David a «intentar recuperar la suerte». Con 41 años es un caso atípico. Maneja dinero, tiene tarjeta e hipoteca, aunque cuenta con la supervisión de sus padres. Él, como Manolo y Ernesto, asevera que no recaerá, aunque tardó tres años en admitir el problema. «Ya no necesito para nada el juego».

Tampoco José y su mujer Gloria quieren oír hablar de reincidencia. Él lleva 16 años sin entrar en un bingo. «No recaerá. Lo sé. Ya ha aprendido y se puede salir». Lo porfía Gloria, que relata una historia con principio y final. «Ha habido días en los que nuestros hijos no han tenido para comer y él se jugaba su nómina de policía. Nos ha destrozado la vida». Añade sólo otro ejemplo de tantos. «El frigo estaba vacío, los niños, muy tristes y sin nada que llevarse a la boca y él con dinero escondido. 150.000 pesetas guardadas en un hueco de la puerta». Gloria se calla y mira a Julia. «Que tiene que ser una enfermedad, si no es imposible que nos hagan tanto daño». Julia permanece aún escéptica. Manolo, Ernesto y David asienten como intentando convencerla.

Gloria deja de narrar la parte oscura. «Ahora soy inmensamente feliz. Se puede volver a ser feliz otra vez con esa persona que te ha dañado tantísimo. Cuando piensas que ha sido por culpa del juego, te sientes mejor, Julia».