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educación

Obligados a aprender en casa

Los docentes de atención domiciliaria acuden este curso al hogar de 44 alumnos enfermos que tienen más de un mes de convalecencia / Irene no puede ir a clase por su leucemia y recibe a la ‘profe’ en su cuarto

Una escolar con los libros de texto y los cuadernos del colegio en el salón de su casa-J.M.Lostau

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

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Cuenta su madre que lo primero que entristeció a Irene cuando enfermó, precisamente el primer día de instituto, era que «iba a repetir curso». «Le dije que no tirara la toalla, que era pronto, que ya veríamos y que, al final, era lo de menos», cuenta María Ángeles.

Al principio con la ayuda de la profesora del hospital y, después, ya en casa, con la de Atención Domiciliaria, Irene ha ido aprobando cuarto de la ESO, pese a que este curso no ha pisado el insti, aunque le «hubiera encantado».

Tras el diagnóstico de leucemia, la docente del aula hospitalaria del Río Hortega, de Valladolid, le explicó a la familia que tenía derecho a solicitar el servicio de Atención Escolar Domiciliaria de laJunta. Lo pidió y, desde enero, una profesora de la rama de ciencias se planta todas las semanas dos días en su casa para impartirle dos horas diarias.

Como Irene, en el primer trimestre del curso, 44 alumnos han recibido al ‘profe’ en casa. Y en todo el curso pasado fueron 79 escolares de todas las edades que también, por motivos médicos, no podían asistir al centro escolar.

Aunque el tiempo que recibe sus particulares clases no es precisamente muy extenso, Irene hace por que le sirva y exprime cada minuto. «Menos mal que las clases cunden más del doble que en el aula porque si no...», explica la docente que cada martes y jueves llama al timbre. Insiste en que su alumna debería recibir, por un lado, más horas y, por otro, lecciones sobre otras asignaturas de letras.

La propia Irene secunda la protesta de su profesora domiciliaria y asiente. «Para mí es un poco, poco. Yo pondría algo más porque tiene que darme mucho en muy poco tiempo y menos mal que lo pillo rápido y hago muchos deberes porque si no no creo que pudiera aprobar». Ella sabe bien cuál es el punto débil. «Me tendrían que poner un profe de lengua porque tengo un vacío en eso que no puede ser y no quiero suspender».

Y es que Irene devora los libros de texto, los apuntes, los deberes, las explicaciones... «Quiere más y más», relata su madre. «Se levanta y tiene algo que hacer. Le preocupa mucho poder suspender y se esfuerza un montón», indica María Ángeles, que resalta que esa actitud que su hija muestra ante las clases la extrapola a todo. «Desde el principio ha estado súper positiva y hemos intentado hacer la vida de la forma más normal posible».

Por eso agradece la existencia del apoyo escolar, tanto en el hospital como en su casa. «Dentro de todos los cambios que ha supuesto la enfermedad para su vida, que por lo menos pueda seguir el curso es un alivio», asegura al tiempo que añora más horas para que el sobreesfuerzo de su hija por aprender se minimizara.

La coordinación con el centro educativo está siendo «fundamental» para que Irene pueda seguir desde casa, en cierta manera, el ritmo del resto de compañeros. Tanto la profesora de atención en el domicilio, como la del hospital –donde acude a recibir ciclos de quimioterapia– están en permanente contacto. Ella, si tiene dudas, utiliza una herramienta instantánea que acorta distancias entre profesora y alumna, el WhatsApp.

Para que pueda superar los exámenes, Irene tenía dos opciones: que, una vez enviados desde el centro, su profesora le hiciera los controles en casa o acudir al hospital y realizarlos allí con la docente del Río Hortega.

Han optado por la segunda, cuando va a hacerse análisis o tiene que ingresar por algún ciclo del tratamiento, porque si gastara las cuatro horas semanales de atención domiciliaria en eso «sólo servirían para hacer exámenes». El personal del instituto los corrige.

La profesora a domicilio asegura que este tipo de enseñanza, en el salón de casa, le reporta personalmente como docente más que un aula ordinaria. «Permite una atención más personalizada, no me peleo con el grupo, me peleo sólo con ella», sonríe a la vez que su alumna. «Es como dar particulares, la puedes atender mejor y hace que te involucres e impliques aún más».

La mayoría de los escolares que, como Irene, necesitan que el profesor se desplace hasta su domicilio son pacientes oncológicos (una quincena en el primer trimestre), seguidos de los alumnos que han tenido que pasar por Traumatología, 11 desde el inicio de curso, según los datos de la Consejería.

La Junta señala que el objetivo de este servicio es «dar continuidad» a la educación del alumnado que, por razón de enfermedad crónica o prolongada, debe permanecer convaleciente en su domicilio por un periodo superior a un mes.

Un tiempo que en el caso de Irene es mayor y le está resultando pesado. «Echo muchísimo de menos ir a clase y ver a más gente. Antes no te dabas cuenta, ibas y decías a ver si termina y ahora me gustaría mucho poder ir, entrar a un examen, comentarlo y repasarlo con los demás justo antes, que te pongan nerviosa», ríe. «Gracias a que tengo el WhatsApp hablo con mis amigos, pero no es como estar allí».

Espera que el próximo curso el médico le dé el alta para asistir de nuevo al centro escolar porque cumple 16 años y sus profesoras les advierten, a ella y a su madre, que no les corresponde el refuerzo «y tendría que estudiar por su cuenta». La cara de preocupación de María Ángeles es mayúscula  al escucharlo. «Bueno, esperemos que ya puedas acudir a clase».

Y aunque Irene tiene 15 años, desde el pasado septiembre, desde su diagnóstico, sus aspiraciones ya están nítidas y por eso aprovecha al máximo cada minuto de clase. Quiere estudiar Medicina. La especialidad de Hematología, como su médico.