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Tribunales

«No soy ni un asistente social ni un confesor: esto va en serio»

El titular del Juzgado de Violencia sobre la Mujer señala que el sistema es imperfecto pero que «se hacen cosas indispensables»

El magistrado Emilio Vega González, juez de Violencia sobre la Mujer, estudiando los expedientes en su despacho-M. Á. SANTOS

Publicado por
Miguel A. Vergaz

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No hay torres de sumarios que desafían la gravedad, ni la paciencia de los justiciables y la ciudadanía. El Juzgado de Violencia sobre la Mujer es ordenado y rápido. El ‘castigo’ que sufren por ello las diez personas que trabajan allí es que raramente pueden abandonar la mesa, como no sea para ir a buscar a la denunciante y al denunciado, separados en distitnas habitaciones. Entre todos los funcionarios se compraron una máquina de café.

Tampoco el ‘jefe’, el magistrado Emilio Vega, dispone de la ‘bula’ de otros jueces para organizar su agenda y estudiar un caso en la paz de su domicilio. Su despacho está en penumbras, pero no por ningún efecto dramático. Sencillamente, una de las persianas se ha roto y el técnico de mantenimiento no ve manera humana de encontrar la dependencia vacía, con lo que Vega pierde su turno de reparación una y otra vez.

«Un juzgado de Violencia de Género es un juzgado de Instrucción, Penal, de Familia y de Guardia a la vez. Parte de su actividad, la que se refiere a lo Civil, está programada. La parte Penal se descubre ese mismo día, cuando abrimos el ordenador y vemos las comunicaciones de la Policía. Estar presente lo supone todo. Puede que existan tiempos muertos y, de pronto, todo está en marcha».

Emilio Vega González es, desde 2009, el máximo responsable del Juzgado de Violencia contra la Mujer de Valladolid, un destino que le hizo regresar a la ciudad en la que nació y estudió, después del habitual periplo de todo juez en distintos destinos.

A finales del año pasado sufrió la amargura de saltar otra vez a los titulares por el doble asesinato de La Rondilla. En sus intentos por esclarecer los asuntos ante la prensa, ofreció a este periódico abrir su juzgado en un día normal y corriente, cuando las sombras de aquel día negro se disiparan un poco. Las condiciones: no habría fechas, ni pistas sobre los casos, ni nombres de los funcionarios. La razón es simple: está cansado de visiones truculentas. «Tal vez le defraude, pero aquí no suelen verse situaciones dramáticas», advierte.

«Un aviso: el sistema siempre es deficiente, pero es necesario. Si alguien se propone un asesinato es muy dificil pararle. Pero se están haciendo cosas por las mujeres que son indispensables. Dicho esto, las personas que pasan por este despacho deben desechar cualquier idea de confundirme con un asistente social o un confesor. Soy un juez y esto va muy en serio».

A las nueve de la mañana queda vista la agenda del día: cuatro asuntos civiles (cuatro procesos de divorcio) y cuatro sobre un posible delito de maltrato que incluyen un juicio rápido.

«Muchas veces tan solo tengo enfrente las versiones enfrentadas de dos personas. El trabajo con los fiscales es fundamental para poder reflexionar. La experiencia juega un papel fundamental».

A lo largo de la mañana se dictarán dos órdenes de protección, una de ellas porque tras denegarla una primera vez, el seguimiento del caso le llevó a cambiar de opinión. «Estas cuestiones son muy importantes porque afectan de manera muy seria a los derechos de una persona. En ello, como en muchas otras cuestiones, no se puede obedecer a la presión social, sino a lo hechos. Si algún día descubro que pierdo la imparcialidad, que creo que ellos siempre son los malos y ellas siempre son buenas saldré por esa puerta y me iré a casa hasta que se me pase». Lo afirma con la seguridad de que la persiana va estar estropeada mucho tiempo.