TIENE TELA
Todo lo que me gusta
LO RECONOZCO, ay, como si fuera un salivazo de la divina Providencia en sede vacante. Una vez más, a ver si espabilamos, ¡qué revolcón de sinceridad nos ha dado la política al compás destructivo de la dana de Valencia! Un espectáculo brutal, grotesco e irrepetible, en el que los políticos nos han demostrado lo que son. Todos ellos compitiendo en el campeonato de la fuga en re menor de Juan Sebastian Bach, emulando al tirano Sánchez que, de la India a Kazajistán, dirige la orquesta.
Ninguna sublimidad. Hablamos, simplemente, de sonoridades obscenas, pornográficas y vergonzosas, en las que el derecho a la escogencia metafísica –un invento de braguetería que reclamaba Jean-Paul Sartre sólo para soviéticos de estricta obediencia–, no es más que un juego diabólico entre el polvo del camino y el romanticismo a salto de mata. Pero no entro en más disquisiciones introductorias, que son siempre muy peligrosas, pues en estos momentos servidor no tiene el tomate a punto.
El caso es que, entre médico y médico, leo a pies juntillas el texto de la UCO en su investigación sobre la trama Koldo, y literalmente me he quedado de piedra. De poco me han servido –así de gilipollas soy incluso a mi avanzada edad– las alarmas anti-inundaciones y antirrobos que me recomendó la Pícara Justina para que anduviera tieso ante el puterío de la vida: «allá vayas, piedra, donde la virginidad se destierra».
¡Qué fascinante, qué desparpajo, y qué sustancioso ese diálogo platónico entre un ladrón y su compinche, partenaire, amante, o lo que sea, que uno ya no sabe a qué carta quedarse! Miren, miren qué dulce pedrada esta de la UCO tan textual como… como si fuera una preñez sacrosanta salida directamente de la estatua de la Libertad en Nueva York: «Casino, drogas y putas. Cabrón, todo lo que me gusta». ¡Oh cumbre de la rima en asonante para poetas de empresa!
No sé –y casi tampoco quiero saberlo a no sé cuántos días ya de la dana y sin mejorar las cosas– quién cojones le dijo a quién estas patriarcalidades voluptuosas en el quicial de la mancebía o en el zaguán de cualquier tribunal prostitucional: si Marlaska a Mazón, si Ábalos a Koldo, si Javier Hidalgo a Begoña, si Aldama a David Sánchez, si Teresa Ribera a la Confederación Hidrográfica del Júcar, o si Pedro Sánchez a todos ellos y a la vez como una carantoña de la inteligencia artificial. Los veo a todos tan sensibles y tan acaramelados como si contemplaran, y es un decir, el puti club de don Angelo o el acantilado a pico de las mariconerías.
Lo digo por una cuestión de procedimientos que son tan importantes a la hora de decidir. Cuando a Woody Allen un día le apretaron las clavijas en este sentido y el exigieron que revelara sus prioridades a la hora de establecer un canon estético en el cine para andar en paños menores por Hollywood, fue así de clarividente y rotundo: «La primera es el sexo, y la segunda, perdónenme ustedes, pero ya no me acuerdo». Genial. ¿Es que había una segunda? No, hombre, no. En la primera, aristotélica y políticamente hablando, ya se contienen las evidencias del resto y no hay que repetir tanto las cosas.
Pues lo mismo ocurre con Sánchez con la gestión de la dana por control remoto. Con riadas o sin riadas, con pandemia o sin ella, con muertos o sin ellos, con el Congreso cerrado a cal y canto o con la puerta de los leones abierta para dar paso a la caballería romanticona de Ricardo corazón de León, su base ideológica marca el canon de su actuación totalitaria. Su obsesión –a juzgar por la reciente imputación del Supremo a sus adláteres por posible «pertenencia a organización criminal», giraría en torno al eros del trinque. Una acción de rapiña irresistible que consiste en echar el guante a uno con el método infalible de la vespa que dicen en mi pueblo: ves para acá, ves para allá.
Todo un record para enchiquerar personas con hebilla, y a los hechos me remito. Trincó en sus elecciones primarias, en su tesis doctoral, en la morcilla de su moción de censura, en el afán de cada día por imponer la dictadura Woke con leyes para el bronceado de alpinistas en nómina, y trinca con la atracción fatal que siente –entre otras eróticas de la desnudez progre– por el terrorismo de ETA, y por el de Hamás y Hezbolá. El viernes pasado sin ir más lejos, y en plena crisis humanitaria en Valencia, un comunicado de Hamás felicitaba ardientemente a Sánchez «por rechazar la agresión sionista en Gaza».
Y claro, trinca también ahora con la desgracia de la dana como lo hizo antes con el volcán de la Palma. Sus prioridades políticas se han convertido en perversión fecunda que agudizan sus contracciones más asombrosas al modo delicadísimo que sugiere Gracián en El Criticón: «con su gran pie y grande oreja, señal da de gran bestia». Hay que ver, señores, cómo regatea horarios y ayudas, cómo persigue la indignación de la gente con helicópteros y crucifixiones racistas, cómo alienta la manifestación catalanista del sábado en Valencia y reprime la de Ferraz en Madrid, y cómo se monta en la perversión del clima para espolear las razones de supervivencia de las víctimas. Sus conmilitones de partido acaban de tener una brillante idea para acabar con las danas: «impulsar» en las cuencas de los ríos un «hábitat potencial y prioritario para el visón europeo». Tiene huevos la huevera.
Están majaras del todo, y no desisten en el empeño, porque, «cabrón», y entérate de una vez, como revelan los papeles de la UCO con toda crudeza, estos políticos de ventanilla y del vuelva usted mañana, están únicamente a lo que están: para «casinos, drogas y putas», que la vida es breve y la política un trinque de transacciones mientras caigan chuzos.