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DICE UN VIEJO ADAGIO que Dios perdona siempre, los hombres a veces, la naturaleza nunca. Hemos sido testigos de la desgracia acaecida en tierras valencianas y castellanomanchegas. Las imágenes y los testimonios que han ofrecido los medios de comunicación han sido desgarradores. Pueblos devastados, familias completas desaparecidas, personas psicológicamente afectadas. Muchas de ellas lo han perdido todo: casa, amigos, allegados. El panorama institucional a raíz de los hechos que se han producido no es muy consolador. La reacción de parte de los gobiernos, si bien aparentemente ha sido de unión, en el fondo no han dejado de recriminarse las omisiones en el actuar gubernativo: que si las agencias encargadas de la meteorología no han avisado a tiempo, que si los organismos de protección civil llegaron tarde, que si unos y otros no han puesto los medios materiales y personales suficientes para atender a las víctimas… ¿Todavía estamos con esas cuando lo realmente relevante en este momento es cuidar de aquellos que están en una situación de extrema necesidad? Lo importante ahora es poner a disposición de los ciudadanos damnificados lo imprescindible para salir adelante. Su futuro no es muy halagüeño. Ya llegaran los momentos de evaluar la actuación administrativa.

Las catástrofes naturales han sido una constante en la historia de la humanidad, también en España. Hace relativamente poco tiempo les toco a los habitantes de la isla de La Palma con la erupción del volcán. ¿Quién se acuerda de ellos tres años después? Vivimos en una sociedad de riesgo, término acuñado por el sociólogo alemán Ulrich Beck en 1986. Ante cualquier eventualidad, procuramos buscar un culpable para exigirle responsabilidades. Con un suceso climático como el que acabamos de vivir, hemos de discernir qué parte corresponde al peligro natural ante el que poco podemos hacer y qué parte corresponde al riesgo que podríamos haber evitado. La diferencia entre peligro y riesgo ha sido estudiada profusamente por el Profesor de la Universidad de Barcelona D. José Esteve Pardo. Las actuaciones preventivas ante el peligro nunca podrán ser perfectas y absolutas pues, aunque podamos calibrar un posible desenlace, no podremos asegurar al cien por cien las consecuencias de los resultados. Por el contrario, los riesgos derivados del obrar humano pueden y deben ser prevenidos con la técnica actualmente conocida. Aprendamos de lo sucedido e invirtamos en infraestructuras hidráulicas que evitan muchas situaciones naturales adversas. Otros ya lo hicieron.