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La mayor gota fría de la historia. Hielo. Consternación. Todas las guerras del mundo se apagaron con la gota fría. Con la DANA. Tierra levantina, de nuevo, en el punto de mira de sus barrancos. Una riada anunciada, previsible, veterana. Con una hoja de ruta marcada para una torrentera hija de la lluvia que volvió al cauce original. A su camino natural. Y van no sé cuántas. Será difícil olvidar esta riada maldita porque se nos ha metido en casa a todos. El agua enfangada nos ha llegado al cuello. Y el fango nos ha manchado y ha mostrado la peor de las estampas de nuestro país, la de la inoperancia de quienes nos gestionan. Todos, sin excepción, deberán expiar sus errores. Que se vayan. Que dimitan. Que paguen por la pena generada, por la desgracia habida y por las muertes que pudieron haberse evitado. Esta vez no siento ese pudor de columnista al entrar en terreno pantanoso. Solo me sumo a millones de españoles que sienten y piensan lo mismo en estos momentos. Hemos aprendido topónimos para siempre, tatuados en la memoria. Hasta ahora, solo eran lugares del mapa. Carteles azules a pie de carretera. Pueblos, municipios y barrios de las comarcas de L’Horta Sud, La Plana de Utiel-Requena, La Hoya de Buñol, La Ribera Alta, El Camp del Turia y también a algunos términos de la Ribera Baja y Los Serranos, además de tres barrios de las afueras de la ciudad de Valencia. En 69 municipios o más vivían cerca de un millón de almas. En Alaquàs, Albal, Aldaia, Alfafar, Algemesí, Benetússer, Catarroja, Llocnou de la Corona, Massanassa, Paiporta, Picanya, Sedaví, Utiel y el barrio de La Torre valenciano. Y hay más. Y habrá más en unas horas. Dios, que infortunio. Dios, qué desastre. Qué escenas de vergüenza. El miedo, el horror, la impotencia, el dolor de las pérdidas. Las lágrimas y el grito de rabia. La desolación. Me quedo con el torrente de voluntarios, de compatriotas, de jóvenes que saltaron con ese resorte solidario que honrará para siempre a su generación. Me quedo también con el tañido de las campanas tocando a rebato, con la buena imagen de los uniformados policías locales, nacionales, guardias civiles, voluntarios de protección civil y Cruz Roja, y con alcaldes y alcaldesas sin medios, y con el canto a un ejército de todos que no llegó a tiempo porque los mandos no dieron la orden. Y con un Rey valiente y una Reina que no perdió los papeles. Los rubricó entre gritos y lamentos. El resto, que se vayan. Que dimitan. Que no nos cuenten milongas. Esta vez sí hemos conocido qué es el fango, el de verdad, el de una orilla y el de la otra. Váyanse todos. Pero antes, corregid lo corregible. Después del entierro habrá que levantarse de las sillas. Y dejar la mesa libre. Y llorar. O rezar. Allá cada cual.