¿Por quién doblan las campanas?
Doblan las campanas de mi pueblo. Pese a que nunca llovió que no parara, se nos ha caído el cielo encima y hemos visitado el infierno. El rumor del agua atruena. Nuestro horror se ahoga entre tanto fango. Una parte de la política chapotea en el lodazal. Salen a flote cadáveres con la luz del día. Hay vivos moribundos todavía por localizar en el barro de la política. La información brega contra un torrente de bulos y alimañas. Es la peste. Las tragedias no vienen solas. El dolor atrae a las ratas. La bondad se abre paso entre un amasijo de indecencia y bochorno a partes iguales. No escampa. La lluvia no deja de ahogarnos. No hay compasión para los humildes. También la lluvia. La solidaridad se hacina por nuestras calles y un sentimiento de cercanía lo inunda todo. El pueblo salva al pueblo. Estado se llama. Estado de Bienestar. Así se salva el pueblo de los poderosos y las tragedias. Arde Valencia por los cuatro costados y eso que quedan meses para las Fallas. Una mascletá de rabia nos recorre ante tanta inoperancia. Un aspirante a Eurovisión que no ha dejado de dar el cante desde la primera gota hasta el último aliento. Chuzos de punta. Un bombero de Valladolid se sumerge bajo tierra para achicar nuestra angustia. Medio país, asfixiado de bulos y miserables, contiene el aliento. Un general de la UME, que tal vez no tenga quien le escriba, emerge para poner orden en las filas y al cantante mirando a Cuenca. Tras la tempestad viene la rabia en Paiporta. Un alarido social recorre las sentinas de la política. Un escolta ensangrentado y con el honor intacto en una escena de pánico institucional. Un alcalde que llama a otro. Dos desconocidos al aparato. Y le empaqueta un puñado de bomberos, que saben a horchata helada en las tardes de estío a orillas de la Malvarrosa. La vida de cualquier ser me afecta. La muerte de cualquier hombre me disminuye. No preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por ti. También.