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EL ACABOSE. Cuando la naturaleza se desata, lo hace a su modo por tierra, mar y aire, como se evidencia a lo largo de la historia. Señores, que lo recoge el mismísimo Digesto: «Civilis ratio naturalia iura corrumpere non potest». Dicho en español: la razón civil no puede corromper los derechos de la naturaleza. Todo lo demás son politiquerías, trampas de políticos para que las ayudas a las víctimas lleguen, o no lleguen, por tierra, mar y aire según sus intereses.

Es lo que ha pasado aquí desde el martes hasta hoy lunes: que la sensación de caos y de hijoputez consumada, al hilo de la dana que ha desolado Valencia, es absoluta. Los políticos ineptos no saben o no quieren administrar el caos que ellos mismos provocan. Macabra impresión que, salvando las lógicas distancias, nos lleva a la destrucción de Hiroshima y Nagasaki. El Gobierno de Sánchez no ha hecho otra cosa que inventar artificios para culpar a la Comunidad Valenciana, enturbiando la lógica de cualquier inundación: que no crece el río por el agua limpia, sino por la broza y por el barro que genera con fuerza bruta.

Una vieja táctica usada por el sanchismo corruptor que ahora mismo, y de cuajo, le ha servido como excusa para eliminar a la nación y al pueblo español. La actuación del tirano –racaneando medios y responsabilidades– recuerda a la argucia trilera que manejó Churchill en un discurso de preguerra. Quería despistar a la Alemania nazi, y soltó esta dana para políticos, científicos y ciudadanos de medio pelo: «La energía atómica –dijo– se podría revelar tan eficaz como los explosivos actuales, pero es imposible que se convierta en una cosa más peligrosa». Después le dieron el Nobel de Literatura.

Desde que el tirano Sánchez, experto en explosivos, llegó al poder –¡qué primer ministro se ha perdido la Gran Bretaña!–, ha mezclado los alegres dispositivos pirotécnicos de Navidad con la energía atómica. Continuamente nos ha estado diciendo que las leyes, la Constitución, la Justicia, y el Estado de Derecho, tienen que dinamitarse con una explosión atómica dosificada, y que en esto no había peligro alguno sino progresismo, pues se basa en un experimento humanista que ofreció Leonardo da Vinci a sus tiranos para aplacar riadas: «aquí el tonto es cuando siente la verdadera sed».

Por tanto, señoras y señores, espero que hayan pasado un feliz puente de todos los Santos y de los Fieles Difuntos, porque la dana de Valencia –antes riada– ha sido algo más que una fuerza imprevisible y ciega de la madre naturaleza. Se trata de un engendro perverso de la mente de Sánchez, que le ha venido como anillo al dedo. Él busca la ejemplaridad del cambio climático, que es uno de los empeños mafiosos de sus políticas programáticas, ficcionales y sectarias.

De aquí sus tácticas dilatorias a la hora de tomar medidas eficaces para atajar el dolor y la desolación de los pobres valencianos, que a unos se los ha llevado la riada como cabezas de ganado, y a otros les ha dejado a la luna de Valencia sin la chatarrería de sus coches y enseres. Días antes ya sabía el tirano que se mascaba la tragedia. Pero se embarcó en un viaje de placer a la India para que Begoña, la amada e imputada esposa, brillara como la diosa Kali que todo cuanto toca lo convierte en venganza productiva y radiactiva.

Lo alucinante es cuán poquísimo ha aprendido el PP de Feijóo en estas crisis humanitarias que hoy lunes le explotan en sus narices. Así: como si no hubiera habido anteriores danas que, sistemáticamente, le ha tendido el sanchismo ignorando la praxis más elemental que rige en la política hispana, siguiendo los cauces diáfanos del refranero como filosofía de la vida: cuando los Pedros están a una, mal para Álvaro de Luna. Malísimo, trágico, porque lo más seguro es que le corten la cabeza o le empareden para los restos con el barro de una riada jacobina y bolivariana.

¡Qué barbaridad, señores! Fue el PP quien propuso que se cerrara el Congreso como en tiempos de pandemia. Como no miran la letra, y menos cuidan las palabras, el sanchismo lo entendió de inmediato en clave chavista: cerrado el Congreso para hablar de corrupción, pero no para aprobar leyes como el asalto a la televisión espantosa, el aumento del iva y otros impuestos. O sea, el pastizal para la dana. Las protestas de indignación peperas provocaron la risa entre los diputados zurdos que respondieron cual señoritingos del millón: «no estamos para ir a Valencia a achicar agua».

Esto lo sabíamos los ciudadanos. Así que hoy nuestra reacción es la misma que tuvieron los españoles sufrientes y esquilmados a saco del siglo XIX: «No sé pa qué quieren leones/ en la puerta del Congreso,/ si para robar a España/ basta con los que están dentro». Al ver esta desolación en Valencia, esta dejación, esta insolencia, este pillaje alevoso por las noches, y esta falta de humanidad hasta para enterrar a los muertos –una consejera de Mazón ha dicho a los familiares que no vayan a la morgue y «que se queden en casa»–, a uno no le queda más remedio que refugiarse en la poesía. Y ello a pesar de que un profesor universitario, tan desorejado como los políticos, dijera el martes –¡ya es coincidencia!– en las jornadas de la Cátedra Miguel Delibes, que «debería suprimirse la poesía en las aulas».

Me agarro por tierra, mar y aire, a la humanidad que desprende un poeta como Masaoka Shiki, que no vio la desolación de Hiroshima y Nagasaki –murió en 1902–, pero que conoció muchas danas como la de Valencia, y que aguantó a políticos igual de corruptos, sinvergüenzas e ineptos para vivir en una sociedad solidaria, con este haiku demoledor: «Ni siquiera un mosquito después de la inundación, ¡qué soledad!».