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La mecánica del burgalés tiene dos movimientos: quieto y ‘quieto parao’. Hay que ver en lo que nos hemos quedado. Da qué pensar el recordar que desde aquí se construyó un imperio. Desde la reconquista a Flandes, desde El Cid a los comerciantes de la lana que ya exportaban en la Edad Media y que financiaron la primera vuelta al mundo de Juan Sebastián Elcano. La Prima Voce, primera en hablar en las Cortes de Castilla, se calla ahora cuando le hacen de menos. Tierra de paladines y ahora de charlatanes. Manipulación y sectarismo donde hubo honor de caballeros. Otros nos envidian porque sienten que están peor que nosotros, pero eso no significa que vayan las cosas bien. Lo que supone es que las dimensiones de la desigualdad son enormes y cronificadas. Ahora que llega el final del año y es tiempo de presupuesto se evidencia, negro sobre blanco, hasta qué punto actúan esas dos velocidades de la mecánica de proyectos en Burgos. El quieto y el ‘quieto parao’ se han aplicado a todos y cada uno de los grandes asuntos de la provincia en materia de infraestructuras. No se escapa ninguno sin sus retrasos injustificados, sus modificaciones sobrevenidas, reprogramaciones y desaciertos burocráticos sin fin. Es el cuento de nunca acabar. Autovías que siguen sin serlo después de décadas, la alta velocidad que llega tarde, incluso en sentido literal, o el parque tecnológico que aún no tenemos claro para qué será. Ya nos lo dirá la Junta, argumentaba días atrás la alcaldesa, entre irónica y resignada. Entre todos esos proyectos quietos y ‘quietos paraos’, destaca por encima de todos ellos un ejemplo de cómo la burocracia, los políticos, los ecologistas y mucha gente con mala sombra pueden trabajar de forma coordinada para lograr una enorme y perfecta nada. Hablo de la presa y pantano de Castrovido, pero podría haberme referido al túnel de la Engaña, construido a pico y pala con enormes sacrificios para llegar a ninguna parte. Castrovido sí que se construyó y está en proceso de llenado, pero es un proyecto que hunde sus raíces a principios del siglo pasado. La presa de los cien años podría haberse bautizado para ser más fieles a la realidad. Puede que sea el último pantano creado en esta España que abraza el dogma del cambio climático y en política del agua reniega de las presas y embalses. Cosas de la política más sectaria. El de Castrovido ya era necesario cuando ni siquiera al más descabezado se le había ocurrido lo de la Agenda 2030 y lo es más aún ahora, que cuando no hay sequía tenemos inundaciones. Ahora que la gota fría ha arrasado una vez más el Levante, estoy seguro de que muchos habrán clamado por embalses que regulen las avenidas y estoy convencido de que no los tendrán.