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Antes de que Roma se enfrentase a los cartagineses en el Mar Mediterráneo, antes de que conquistase territorialmente las ciudades-estado macedonias y asumiese gran parte de la cultura griega, los conflictos bélicos se sucedían en Oriente sin solución de continuidad. Fueron las guerras médicas el epicentro del mundo, donde los persas querían expandir sus dominios fuera del continente asiático. El nombre de estas guerras nada tiene que ver ni con la medicina ni con la Tierra Media del Señor de los Anillos, aunque posiblemente J.R.R. Tolkien estuviese influenciado por la historia antigua para tomar esta denominación. Las guerras médicas fueron un conjunto de conflictos militares entre el Imperio persa aqueménida y las poblaciones helenas. Significaron el fin de la expansión de los medos tras ser derrotados por los ejércitos griegos. Estas dos potencias militares eran muy distintas entre sí. El Imperio persa fundado por Ciro II el Grande era un estado monárquico en expansión. Las ciudades griegas eran estados independientes con sus propias formas de organización política (como la democracia en Atenas y la oligarquía en Esparta) pero unidas entre sí por afinidad cultural. Cada una de ellas disponía de sus particulares dioses a los que ofrecían sacrificios.

Los enfrentamientos en Oriente se están desarrollando a pasos agigantados. Lo que empezó siendo un ataque selectivo entre Hezbolá e Israel está adquiriendo dimensiones que sobrepasan los límites de un solo país. Ahora Irán ha entrado en juego y las provincias de los alrededores ya han tomado posiciones en uno u otro bando. A todo esto, hay que añadir que en Estados Unidos las cercanas elecciones norteamericanas serán determinantes para saber si la nueva Administración, con el ejército useño y todo el complejo militar que tiene detrás, seguirá apoyando sin ambages al gobierno israelí dirigido por Netanyahu o, por el contrario, buscará una paz concertada entre los intervinientes en el conflicto. Árabes y judíos luchan por expandirse en un terruco que tiene mucha historia y está llena de derramamiento de sangre. Quedan lejanos aquellos días en los que hubo posibilidades de una entente cordial entre las partes implicadas con el otorgamiento de tierras a cada una de ellas y con la convivencia de las tres culturas en Jerusalén mediante un Estatuto Internacional que regulase sus relaciones. Hoy Oriente próximo es un avispero de difícil solución. Solo la solercia y el empeño diplomático pueden encontrar una salida a todo este embrollo.