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Editorial

El Procurador del Común no practica la transparencia que tanto predica

El Procurador del Común Tomás Quintana LópezLeticia Pérez

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Suele ser un servicio común en política el de moralizar a todo hijo de vecino, pero no aplicarse las dosis morales que se reparten para otros a diestro y siniestro. Y ese es un vicio anclado desde el origen de sus tiempos en el Procurador del Común de Castilla y León, que es quien asume el papel de Comisionado para la Transparencia. Es el organismo que se encarga de sacar los colores a las administraciones e instituciones públicas por no ejercer la transparencia que luego predican hasta la extenuación sus dirigentes. A los políticos españoles, de toda índole y color, no les gusta la transparencia. Y eso vale para los de Castilla y León, de todo rango y latitud. Porque ellos entienden que la transparencia es contar lo que quieren contar. Y la transparencia consiste en contar lo que los políticos no quieren que se sepa. Por eso está tan vinculada al ejercicio del periodismo.

El Comisionado para la Transparencia, que encarna el prestigioso jurista Tomás Quintana, debe avanzar en su propia transparencia. En claridad y concisión. Sus resoluciones no pueden estar plagadas de incógnitas. Porque eso sólo sirve para poner bajo sospecha a todo el mundo. El ejemplo, relata y recomienda sobre un caso de acoso infantil. Es evidente que por protección, no de datos, sino de las víctimas, seguramente haya que ocultar el colegio. Más si se trata de un centro ubicado en una localidad pequeña, como tantos de los que hay en Castilla y León. Pero evidentemente hay que situar, al menos, la provincia. Pero es que este error del oscurantismo lo comete el Comisionado habitualmente con casos de administraciones. Y sus resoluciones en ocasiones se parecen más al chiste de Gila de alguien ha matado a alguien, que a un ejercicio de rigor necesario. Y el rigor, el detalle y la identificación del infractor en transparencia es esencial por dos motivos. Uno para evitar la consecuente tentación de poner bajo sospecha a todo el mundo, igualando a inocentes con culpables. Ese es un vicio muy hispano: se dice el pecado, pero no el pecador. Y así todos sospechosos o presuntos pecadores. Y el segundo, y enormemente importante, es que con la ocultación de la identidad de la administración, institución o centro público se contribuye de forma indecente al encubrimiento. Y ese es el verdadero mal que, por ejemplo, aqueja a la Iglesia con la pederastia. Si acaban con el encubrimiento, acabarán con violadores y abusadores de sotana. Pues lo mismo se puede aplicar para la Transparencia. Porque si, por ejemplo, los casos de acoso se repiten en un centro, hay un problema de encubrimiento claro de los dirigentes, que prefieren ocultar la realidad en vez de solucionarla. La transparencia se predica con transparencia.

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