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Ultras del Atlético de Madrid.AFP

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El fútbol no está enfermo. Pero el Atlético de Madrid, como club, tiene una dolencia tremenda en sus entrañas. Se llama violentos. Y son los dueños del club, que tienen a Cerezo colocado en la presidencia para contarnos películas. Y luego, además, han consignado a un personaje tan detestable futbolísticamente como detestable moralmente. Un tipo, conocido entre el madridismo por el Chollo Simeone, que tiene esquizofrénica la honestidad que confunde a víctimas con verdugos. Y que puesto a ponerse del lado de alguno de ellos, siempre lo hará del lado de los encapuchados. Pero a qué entrenador, a qué capitán de equipo se le ocurre irse a dialogar, delante de medio mundo, con unos indeseables con pasamontañas. Y por si fuera poco, acabar ovacionándolos. A ver si van a pensar que tiraron pocos mecheros al portero al que previamente desearon la muerte. Pa la próxima bombonas de butano. Y si no sabe aguantar una broma que se vaya del campo. Prometieron sacarlos del Calderón, a los violentos, tras el asesinato de dos aficionados, uno de la Real Sociedad y otro del Depor. Y lo hicieron. Los trasladaron al Civitas Metropolitano, con su fondo sur convertido en el lugar más incivilizado del planeta futbolítico civilizado, aquí no incluimos Argentina y otros territorios de batalla similares. Nadie tiene derecho a ir al fútbol y acabar apuñalado. Nadie tiene derecho a ir al fútbol y acabar bajo una lluvia de mecheros, por muy ex jugador de Atleti que sea. Esta gente no va a ver fútbol dice. Ni estos ni los otros. Porque cualquiera que quiera ver fútbol, jamás se le ocurriría abonarse a un equipo que entrena el Cholo, que se hincha a fichar delanteros todos los años para acabar jugando con cinco centrales. Los jugadores del Cholo simplemente huyen de su amparo para poder ganar la Champions. Mientras, el Cholo vive feliz al calor de los verdaderos amos del club, una panda menguante de encapuchados, salvajes y racistas. ¡Vaya calaña!

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