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Un lobo desaprensivo se zampó en 2023 al poni de Ursula von der Leyen, y la ha preparado pistonuda. Dicen que la Presidenta de la Comisión Europea lloró desconsoladamente por su animalito, que era tierno como Platero y al tacto suavísimo cual Mimosín. Luego, al comprobar lo irremediable –que un buche retozón es mucho más que una experiencia religiosa–, montó en cólera y juró vengarse como Escarlata O'Hara en Lo que el viento se llevó: juro que me vengaré de este estropicio irreparable e inconsolable. Y es lo que acaba de hacer en esta semana, tras un año de riguroso luto: que ha propuesto poner coto al régimen totalitario de los lobos.

Esto es lo que pasa cuando un lobo novato va por el monte solo y no atiende las rigurosas consignas del macho alfa de la manada: que a un hermano no se mata, que no se mata a un hermano, y menos al poni de Von der Leyen. Lo dice nuestro adagio castellano tan olvidado por la Europa de los mercaderes: que con un lobo no se mata otro.

Así que no se crean del todo los agricultores de Castilla y León estos ajustes y estos falsos castigos de película. A ver qué ocurre con la votación definitiva, a la que PSOE se opondrá con los mismos aullidos «ostentóreos» que en la propuesta inicial. De momento se trata de un pequeño y gradual ajuste de cuentas: cambiar en la legislación europea una palabra por otra. Es decir, que lo que era «estrictamente protegido», ahora pase a llamarse «protegido» sin más. Desaparece un adverbio de modo, una manera de decirle al lobo: mi lobo lobito no seas malito.

El lobo sigue estando protegido, y sus fechorías también. Ocurrirá como con la Constitución española que cambió «disminuidos» por «discapacitados», y fin de este cuento. Una venganza de ursulinas.

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