Diario de Valladolid
Juan García-Gallardo en una imagen de archivo de esta semana.

Juan García-Gallardo en una imagen de archivo de esta semana.Rubén Cacho

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El verano ha dado un respiro y tiempo al tiempo a VOX en su nuevo escenario creado por ellos mismos en Castilla y León. Pero la realidad es tozuda y regresa, como el fantasma de las Navidades pasadas. Y la realidad está a la vuelta de la esquina. Les va a costar uno y la yema del otro hacer como que no ha pasado nada y no han sido partícipes de las decisiones del gobierno de Mañueco, aunque no hayan participado en la mayoría. Pasar del gobierno a la bancada de la oposición es un asunto que siempre sale mal. Ejemplos hay a patadas. En Castilla y León, sin necesidad de ir a Pernambuco. En las Cortes, sin ir más lejos. Juan García Gallardo sólo tiene que ver los antecedentes y la deriva perturbada por la que han transitado desde la vicepresidencia de la Junta hasta el gallinero del hemiciclo nacarado. Tiene que saber, por si nadie se lo ha dicho, que todo lo que diga a partir de ahora será utilizado en su contra. Pero a él no hay que decírselo, que además de letrado es litigante. Por eso, y por más cosas, Bambú, que es el lugar en el que residen los mayores de VOX, que son los que deciden, siguen empeñados en que Gallardo tome las de Bruselas. Kiko Monasterio, el más preclaro de los de Abascal, no alberga dudas. Pero el en otro tiempo, muy, muy lejano, joven vicepresidente de la Junta se resiste. Sabe que es dejar la primera línea política y diluirse para siempre en la lejanía de centroeuropa. Es más, cree que es una trampa. Y no lo es. Simplemente quieren relevarlo y dejar el paso despejado a Pollán, que ahora es la figura esencial de VOX en Castilla y León, por el mero hecho de ser la segunda autoridad de la comunidad. Ni más ni menos. Los deseos de Bambú, además de inescrutables, son irrenunciables. Pero cada cual es dueño de su destino. Y pasar de codearse con Mañueco a ponerlo a bajar de un burro de buenas a primeras no lo digiere ni el Tío Tragaldabas. Y jugarlo todo a la baza del inmigrante puede resultar, además de patético, pavoroso.

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