Diario de Valladolid

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Estoy hecho un lío. ¿Quién no? Vean. El Sanchito de nuestras entretelas ha sido condenado a cadena perpetua en Tailandia. Por favor, Garcilaso, saca el bote de las lágrimas y que salgan por ahí corriendo como liebres por toda la piel de toro. Sánchez ha vuelto de su turné africana demediado, contradictorio, confundiendo, pero firme y amontonando legales con ilegales como… como si hiciera la colada en la Moncloa: oh tiranía veraniega que luce con mil colores los estragos de la última enfermedad.

Por Venezuela sigue Maduro enredado con la venganza de don Mendo en su esperpento necrológico: aquí se grita menos que en tiempos del comandante Chávez, y nuestro objetivo es conseguir el silencio y la oscuridad total de los cementerios. Los del PP de Feijóo, no hacen más que filosofar sobre los efectos de la mácula para identificar a distancia un tren sin frenos: oh chanquetismo de ida y vuelta. ¿Y los sanchistas del concierto catalán? Por ahí andan desmadrados como bosquimanos; así que al verlos en pelota picada, uno piensa con la lógica de Darwin: por la pinta, aquí tiene que haber a la fuerza algún que otro caníbal.

Yo qué sé. Lo cierto es que, después de un año, he vuelto a ver incorrupto a ese trinchador de cuerpos –Danielito Sancho, el travieso– con su melenita rubia de bote, y con su ajuar de bañadores de lujo, haciendo caja en la prensa del corazón y como protagonista heroico en todos los medios de la sanchería cañí, circular y transversal. De entrada, he sentido una perplejidad de paleto sin cartera. Ignoraba la montonera de gente que trabaja en esos programas dedicados al trinche, al trinquete, al garfio y a la aldabilla. Jack el Destripador está vivo y convoca a multitud de adeptos y admiradores en tropel.

Con este asesino entre rejas –pero blanqueadísimo y con una devoción extraconyugal, marital, y cuasi sacramental fuera de todo control– la hipocresía mediática se ha desmadrado dándole al manubrio de la lámpara de Aladino. Ya. Pero que un descuartizador en kayak de medio pelo, sea considerado un gran cocinero cinco estrellas Michelin, indica el mal gusto que tiene la gente, y sobre todo el hambre que pasa. Que un narciso y un asesino patológico y demente –con un padre y una asesoría jurídica que parecen la banda de Curro Jiménez rodando una «penícula» en Sierra Morena– marque el espíritu de las leyes, el orden jurídico, la victimación del asesino y la vandalización de la víctima, y el compadreo con los derechos humanos, indica la máxima degradación humanitaria y la perversión moral en las que, sin remisión, ha caído el primer Mundo.

No mejor que el niñato Sancho anda el tirano Sánchez en este retorno del verano. Qué sé yo, será porque la sanchunez es un fenómeno natural que encama a los de la misma raíz filolológica sin consultar los antecedentes penales. Me lo dice todos los días mi vecina Carmina al verme en el rellano de la escalera: Antoñito, pareces idiota, hijo mío, que un apretón entre Sancho y Sánchez no es más que el vaso comunicante que traslada de un vaso a una alquitara todas las miasmas del beso. Pero yo no me lo creo, claro.

Aunque bien pensado, algo de eso hay. Nunca tuvo Sánchez un viaje tan desquiciante, rectificante, y al mismo tiempo tan coherente. Dijo que se traería de África a «250.000 inmigrantes al año», y en menos de 24 horas dijo allí mismo todo lo contrario: que habrá deportaciones, y una inmigración «ordenada y regular». ¿Y esto? Me cuentan que durmió mal en el hotel. Un niñato llorica como Sancho le dio la noche, y cayó en la cuenta de lo que dicen algunos psiquiatras: que los políticos que dicen dormir como un bebé es una mentira estilosa porque no tienen ninguno. El tirano Herodes solucionó este problema: se los liquidó a todos, como hizo Mao con los gorriones de la Ciudad Prohibida de Pekín. Pues el pragmático Sánchez, el de las negaciones varias antes que el gallo cante, algo parecido.

En cuanto a la causa de Maduro, la cosa está madurita y, al parecer, bien encauzada. Dos condenados por corrupción –en Brasil Lula da Silva, y en la UE Josep Borrell– le sacan las castañas del fuego con el mismo argumento que un matrimonio en apariencia mal avenido levanta cortinas de humo: no reconocen el triunfo de Maduro, pero tampoco el de los demócratas venezolanos. Hacen lo mismo que el gran Zapatero, el mercenario Duguesclin para las causas progres con rango de «príncipe»: ni quitan ni ponen rey, pero sirven a su señor con una admirable constancia de alcornocal.

En cuanto a Feijóo –a Dios gracias recuperado de su desprendimiento de retina–, poco o nada que comentar. Al parecer, y de repente, le ha entrado el virus del chanquetismo, que es la enfermedad endémica del PP parecida al dengue. En nada, dicen las apuestas más optimistas, pedirá lo que aquel ministro del Interior de Rajoy –Jorge Fernández–: «un módulo de respeto» para el etarra Bolinaga, para Maduro, para Sánchez, para Sancho, para Begoña, para Koldo, para Puigdemont, y … puente de plata. De hecho, ha duplicado la oferta de Sánchez con un modulazo: «por supuesto, regularizar a 500.000 inmigrantes ilegales». ¡Toma!

Así que no replanteemos preguntas ociosas como las del titulito de hoy: ¿Y ahora qué? Ahora nada. Ahora más Falcon a propulsión a chorro, ahora más amnistía para que el independentismo se bañe con holgura y sin reglas en las piscinas del río revuelto, y ahora más, mucha más pasta a poner por parte de los españoles porque estos conciertos, o como se llamen dentro de unos días, son lo más transexual del mundo: el sexo está en cualquier parte, pero, ay, la pasta sólo cabe en un gran cerebro caníbal como el sanchismo. Acabáramos.

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