Diario de Valladolid

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¿Qué tiene el verano, qué tiene el mes de agosto, que las lecturas te llegan con más nitidez, con más transparencia, como las anheladas aguas transparentes de los mares vírgenes? ¿Qué tiene el verano, que las historias que te vienen a través de la lectura las haces más tuyas y brillan en tu mente como las Lágrimas de San Lorenzo o como una Luna Azul?

Este verano han sido varias las lecturas que me han llegado, que me han conmovido y han desordenado mi escaso saber, pero que, sobre todo, me han hecho entender algo más o algo mejor aquellas cuestiones que me sembraron dudas durante los meses pasados y pesados, porque si algo tienen las lecturas de verano, es que son lecturas que has elegido con especial esmero, sin que nadie te influya, para que de verdad te entretengan y para que no te defrauden, como a veces sí lo hacen esas lecturas que en otras épocas del año te ves obligado a leer por imposición o por recomendación y entre esas lecturas que me han mantenido soñando despierto, quiero destacar la última obra de Juan Manuel de Prada, ‘Mil ojos tiene la noche’ y los artículos estivales de Javier Cercas, Lorenzo Silva y Arturo Pérez Reverte.

Del primero diré, que además de brillante y excelsa su novela, su disección de la dimensión de los actos que puede adquirir una persona a la que la mueve el resentimiento es digna de estudio para todos aquellos, que, como yo, no nos cansamos de seguir intentado entender lo que se esconde o lo que tan solo asoma detrás de nuestros presentes y es que nadie está libre de las veleidades del resentido que como bien describe Juan Manuel de Prada a través de su protagonista, Fernando Navales, y por boca de Gregorio Marañón a través de su obra, ‘Tiberio’, «el acicate del resentimiento no tiene por qué ser necesariamente la ofensa; que el resentido, para ponerse frenético, le basta la actitud noble de un hombre cabal».

Los artículos de los refulgentes novelistas y articulistas mencionados han tenido en común la cuestión de la verdad, esa verdad que antes nos convencía, aunque nos incomodara, porque se trataba de una verdad contrastada sobre la que se podía debatir y reflexionar, pero sobre la que había pocas dudas de su veracidad (perdón por redundancia).

Esa verdad ahora nos es esquiva, nos dicen los autores, por la abundancia de versiones sobre una misma verdad y por la falta de tiempo o por la falta de interés por retirar la paja para encontrar el grano; esa verdad, que ahora es protagonista indiscutible, es la que ahora escriben y describen los creadores de relatos que nos empujan a creer a ojos cerrados o nos los creemos por mera desidia o porque nos interesa o porque nos es más simple creer que pensar, porque la «otra» verdad a veces no nos gusta o no nos gustaba, porque nos hace cavilar y eso requiere esfuerzo. No siempre la aceptábamos, eso es cierto, pero es que ahora, a la «verdad», no la dejamos que se nos acerque si sospechamos que nos puede hacer el más leve rasguño.

La verdad, motivo de reflexión y disputa siempre, pero ¿acaso existe?, ¿acaso importa?, se preguntan los escritores y se preguntan los lectores, aunque no lo hacen desde el lamento ni desde la resignación, porque a la verdad nunca hay que renunciar, porque la verdad es que tarde o temprano aparece como los amaneceres mediterráneos o los atlánticos atardeceres.

Lecturas de verano, lecturas que te hacen levantar la vista para perderla frente al mar o ante la montaña o a través del bosque o para que se paseé por el campo calmado de avena y trigo; lecturas que te hacen entender que, a pesar de todo, la verdad como la vida, merece la pena vivirla y buscarla y dejar que nos acompañe, aunque a veces nos duela, aunque a veces nos hiera, aunque a veces nos haga un poco libres, aunque el verano y el mes de agosto, como las lecturas veraniegas, pronto caigan en el olvido.

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