Diario de Valladolid

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Ya, pero qué quieren que les diga a estas alturas del verano y de la película, señoras y señores míos. Pues que cada uno es como es, y cuando llegas a viejo como yo, ya no puedes remediarlo porque no aguantas ni la pila de años ni la infinitud de errores que te ha tocado ver, y algunas veces secundar que tiene huevos la huevera. La culpa de todo se la achaco a Nietzsche que ejerció sobre mí –siendo un pipiolo–, una pésima influencia con este consejo demoledor y traicionero: «Yo necesito compañeros, pero compañeros vivos; no muertos y cadáveres que tenga que llevar a cuestas por donde quiera que vaya».

Y digo esto en primer lugar, porque ya tienes suficiente acarreando tu propio fardo. Y bueno, si en encima tienes que soportar la estupidez política que te toca porque has jugado a la lotería –que de todo hay en la viña del votante–, o porque, sencillamente, te la cuelan como una gratuidad graciosísima inherente a la democracia, pues a veces envidias a los muertos. Me admitirán al menos un desahogo: que cada renacuajo tenga su cuajo. Hasta aquí podríamos llegar.

Lo digo, en segundo lugar, porque veo en estos días de penuria democrática cómo los señores Sánchez, Zapatero, Albares, más toda la patulea del sanchismo redentor hispano, y a todo el chavismo criminal, genocida, y el comunistoide y totalitario del grupo de Puebla, haciendo juegos malabares a cuenta de las elecciones fraudulentas del tirano Maduro en Venezuela. Lo hacen agarraditos de la mano como sino fuera con ellos, como si justificaran en su buena fe progresista los asesinatos que ocurren a su alrededor, el pucherazo ostentoso y repugnante, y las detenciones masivas del tirano.

No solamente lo veo, sino que además lo oigo, lo leo, y el resultado me reconcome, me estomaga, me revuelve las tripas, y me desgarran las carnes de bulimia que puedo exhibir. Al verlos tan hipócritas, tan despiadados, tan mentirosos, tan ladrones de oficio, y sobre todo tan desalmados –sin alma quiero decir porque no creen en la existencia del alma de los seres y mucho menos en las esencias del lenguaje y de las cosas–, lo primero que me viene a la mente –sin duda por eso de echar balones fuera como sea– es esa levedad piadosa como descarga, a la que nos tiene acostumbrados desde niños el adagio castellano: dime con quién andas, y te diré quién eres.

Y dicho lo cual, parece que no lo has dicho o querido decir, pues das por hecho –¡maldita sea mi estampa!– que cada palo aguante su vela, y que con esto se acabó la historia y la «tontería del alma» que decía Teresa de Jesús y se quedaba tan ancha. Pero no señor, no. Aquí precisamente empieza la historia. Muchos siglos antes ya nos lo dijo Platón en una de sus reflexiones sobre los asuntos que conciernen a la República y que cuestionan de arriba abajo nuestros planteamientos políticos: «tus bienes y tus males dependen de aquellos con quienes más te hayas juntado y relacionado». Precisamente lo mismo que denuncia nuestro adagio: dime con quién andas y te diré quién eres, qué piensas, qué sientes, qué pareces, qué quieres disimular, qué quieres que pensemos, y qué intentas ocultar como realidad personal, ética y política.

Elemental, querido Watson, que concluiría Sherlock Holmes ante los hechos. Si te encamas con un tirano y con un asesino en serie llamado Maduro, y éste un día se presenta en Barajas con un montón de maletas sospechosas, pues date por bien untado el hocico o lo que sea. Si mandas a Venezuela al chisgarabís de Zapatero –el rey del peloteo progre y woke– como observador y garante de unas elecciones trufadas, pues el resultado patético, miserable y de pudridero totalitario, resulta invariable: ha ganado Maduro por goleada. Lo de Albares, como planchador de los paños calientes de Sánchez, no es más que una coda del sainete de Exteriores a medio estirar.

Como lo es también –o esa pinta tiene al menos–, esa declaración enfática que el viernes pasado, a las nueve de la noche –vísperas de san Mamés, patrono de los mamoncillos que todo lo reducen a chíar para mamar y deja de contar–, nos enviaron un interdicto con 18 firmas –una intelequia internacional que incluye a España, EEUU, y la UE, con estos puntos de madre: que el tirano presente las actas, que sea bueno y desencarcele y desalambre Venezuela, que no haya más violencia, y que todo se reconduzca por los cauces de «la democracia, la justicia, la paz y la seguridad». A lo que, dando las gracias infinitas, respondió el tirano sin ningún tipo de tardanza: «La última palabra la tienen los poderes públicos de Venezuela. Venezuela seguirá su camino de Paz».

Se necesita jeta, cemento armado, hijoputez triunfante, seguro de impunidad a todo riesgo, y desvergüenza sostenida para decir esto con todas las consecuencias políticas y morales. Pues la hay, porque casi ocho millones de exiliados venezolanos, miles de asesinatos y detenciones arbitrarias en masa cantan esa vergüenza, y encima algunos quieren que también esta vez el asesino Maduro se vaya de rositas.

El problema no es dejarse influenciar por estos políticos residuales de Puebla que, según mi vecina Carmina –una mujer sin fronteras que en cuestiones de libertades no admite medias tintas ni tibiezas de políticos a la violeta–, tienen bula mundial, y que todo se reduce, dice, a pura envidia: lo que echan por el ojete tiene pelusilla de lo que sale de su boca. Qué barbaridad, por favor. Ni que fuera esto una vomitona pantagruélica. Para mí, que tengo problemas alimentarios, como remate de esta sensiblería woke me basta con el adagio castellano: dime con quién andas, y te diré con qué sustancia mantienes tu cuerpo y tu alma. Nada más ni nada menos.

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