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Tener un pueblo a donde ir cuando llegan fechas señaladas como este puente donde se celebran fiestas en más de media España es una ventaja. He comprobado que hay gente que le pasaba lo mismo que a mí cuando en el colegio escuchaba a casi todos los chavales hablar de sus vacaciones en el pueblo, sus fines de semana. Me se sentía un poco huérfano, por no tener pueblo. Eso sí, estuve ‘adoptado’ veranos en alguno que otro, La acogida era buena y así gané la experiencia de participar en una fiesta de una localidad pequeña y otras muchas cosas propias del mundo rural, que brinda grandes oportunidades de aventuras en la infancia. Una vez más, esta última fiesta de la Asunción de la Virgen los pueblos recuperaron su pasado poblacional. Pasé por un pueblo soriano de complicado acceso que en invierno es difícil encontrarse a gente por la calle y el jueves estaba lleno de vida, con muchos chavales participando en una barbacoa primero en las afueras del pueblo y en una chocolatada por la tarde en el centro del pueblo. Hace ya más de 50 años que los pueblos experimentan una transformación en las vacaciones por los que retornan en verano. Desde entonces, muchos pueblos están mejor, más cuidados, pero paradójicamente más vacíos en invierno. Está bien ese retorno estival y ojalá dure mucho tiempo, pero es una lástima que sea tan difícil que se produzca alguna recuperación de la actividad menos estacional. Hay pequeñas excepciones, claro, pero en general cuesta muchísimo. Cuando alguien tiene una idea para emprender en el mundo rural, desde el propio lugar o retornando desde la ciudad, se encuentra siempre con grandes dificultades. Una de ellas es que es fácil morir de éxito. El martes visitaba un pueblo de Soria el gerente del Ecyl, Jesús Blanco, y calificaba la situación del empleo en Soria de envidiable. Tiene razón, porque el paro sigue cayendo y cada vez se aproxima más al pleno empleo técnico. Así que las empresas tienen dificultades para encontrar trabajadores. Pues imaginen qué pasa si el puesto de trabajo es en el campo. Un emprendedor rural, con un negocio que ha arrancado viento en popa, reconocía que su principal problema es encontrar gente que recoja los frutos que el campo le está aportando de forma generosa y creciente. Solo puede mirar hacia los extranjeros y también escasean si el empleo está en el campo. Los que más le llegan ofreciéndose para el trabajo son los que no puede contratar, porque no tienen papeles, porque deben esperar tres años para el arraigo y poder trabajar legalmente. Así que sí se puede morir de éxito si no hay quien recoja lo que el campo da. Claro, eso a una gran empresa no le pasa, porque consigue traer temporeros de dónde sea, porque tiene capacidad para ello y hay ejemplos de grandes plantaciones de manzanas o de lechugas en Soria cuyas empresas gestionan adecuadamente el empleo de temporada. Pero un emprendedor de un pueblo perdido de Soria lo tiene mucho más crudo para conseguir cinco

empleados que estás grandes compañías para contratar a doscientos. Al menos queda el verano con la ilusión de una gran vida rural.