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Una generación mala la tiene cualquiera. Hay que tener paciencia y esperar que vayan creciendo las nuevas generaciones que van dando esperanzadores síntomas de capacidad de análisis y pensamiento crítico para superar el movimiento radical de dogmatismo ilustrado que, por desgracia, vivimos hoy en día. Hay que depositar todas nuestras esperanzas en los jóvenes que nos dan casi todos los días lecciones de inconformismo frente a la lamentable docilidad que estamos demostrando los más mayores ante las permanentes imposiciones ideológicas a las que nos someten las minorías y el radicalismo de izquierdas.

Bajo la amenaza de que viene el lobo de la ultraderecha se nos ha colado el de la ultraizquierda hasta la cocina desfigurando a un gobierno obsesionado por controlarlo todo: la fiscalía, el poder judicial, el Tribunal Constitucional, las redes sociales y, ahora también, los medios de comunicación. Una verdadera amenaza para nuestro sistema de libertades democráticas. Nos dicen lo que tenemos que pensar sobre cuestiones territoriales o de género, lo que tenemos que leer, los medios a los que debemos creer, qué tenemos que comer y, últimamente, hasta cómo tenemos que gastar nuestro dinero para que haya inversión. Nos dicen lo que es y lo que no es corrupción y asistimos paralizados, no sólo a la amnistía de los delincuentes independentistas, sino también a la absolución, por arte de magia del Tribunal Constitucional, de los protagonistas del mayor caso de corrupción de la democracia. Y no pasa nada. Nunca pasa nada.

Es de esperar que las nuevas generaciones no sean tan flojas y tan indolentes y se rebelen contra esta dictadura intervencionista que está haciendo incluso que los venezolanos estén empezando a abandonar España temiéndose que pase como en su país. Y todos te dicen lo mismo: así empezamos nosotros El nivel de intervencionismo en España, ya no del Estado, sino del Gobierno hubiera sido inimaginable hace algunos años pero no parece haber límite.

Confiemos en los jóvenes que, además de ser una de las generaciones más sacrificadas y mejor preparadas de la historia, demuestran, en cuanto tienen ocasión, defender mucho mejor los valores de democracia, libertad y unidad que consiguieron nuestros padres y abuelos. Aunque pueda ser anecdótico, la final de la Eurocopa ha desvelado una generación orgullosa de un nuevo y moderno patriotismo, libre de nuestros complejos y conectado a la perfección con los valores de la selección de esfuerzo, unidad, compañerismo, trabajo, solidaridad y una auténtica diversidad sin cuotas, sin fanatismos y sin tonterías. Un rayo de luz entre tanta nebulosa de mezquindad.

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