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Acabo de volver de darme una vuelta por Galicia con Santiago de Compostela como centro de operaciones y regreso saturado de gente. De veraneantes, de turistas y de turigrinos, que son lo peor. Vaya por delante que me cuesta encontrarme a gusto en la sobresaturada capital de la comunidad gallega, donde además el automovilista es perseguido con radares y zona azul a mansalva, y, además, aunque soy un gran peatón, las cuestas se me hacen eternas en la zona en la que me muevo. Y más con el calorazo de estos días. Qué cambio con el año tan lluvioso que se ha vivido hasta el verano. El caso es que a Santiago le sobran turistas o por lo menos los más escandalosos, despreocupados de cómo se comporta en una ciudad que trata de resistirse a ser convertida en un teatro para el turismo de peregrinación, los turigrinos, y el mochileo. Pero Santiago es el epítome de cómo influye en el éxito turístico de una ciudad el manejo de planes de dinamización, de promoción, de puesta en valor de los rasgos distintivos de una población. Quizá todo empezó en 1992 con el famoso Xacobeo y hoy se transite por una fase de degradación de los resultados a medida que se intenta replicar el éxito sin las mismas condiciones óptimas iniciales. Al estilo de la Ley de Gresham, «el dinero malo expulsa al dinero bueno» y a la larga las prácticas y los negocios de menor calidad pueden empezar a dominar, desplazando las ofertas originales de mayor prestigio. Esto puede degradar la experiencia turística, cambiar el perfil del visitante y, a largo plazo, afectar negativamente a la economía y la reputación del destino turístico. Ya estamos viendo en Burgos como ha llegado la proliferación de restaurantes de comida rápida en lugar de gastronomía local auténtica. Mientras que la ciudad se convierte en un destino turístico masificado y sin personalidad, los ingresos pueden verse afectados a medida que el perfil de turista cambia y gasta menos. Lo más grave es que llega un momento en el que empieza a disminuir la percepción general de la ciudad como un destino turístico de alta calidad. Eso está pasando en grandes ciudades reclamo de turistas como Santiago, Barcelona o Madrid y es lo que Castilla y León debe tratar de evitar a toda costa. Nuestro modelo predominante en la Comunidad es el turismo de fin de semana, las escapadas buscando gastronomía y cultura. Pero los gustos del turista son muy volubles y nuestro liderazgo en el turismo de interior tiene que ser protegido y mimado. Por eso es tan importante que los profesionales del sector tengan voz allí donde se toman las decisiones para que las estrategias sean razonadas y de efectos a largo plazo; que se les escuche cuando piden una certificación de calidad para negocios turísticos que incentive las buenas prácticas y se combata el intrusismo y las ilegalidades por un desarrollo equilibrado con más gente, de la de verdad, y menos turistas de tropa y jaleo.

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